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—Entraba mucho dinero en el juego, ¿eh? —comentó Stillingfleet.

—Una enorme fortuna. Había que actuar manteniéndose a tono con la trascendencia del caso. Andrew Restarick era un hombre riquísimo, siendo, por añadidura, el heredero de su hermano. Nadie puso en duda su identidad. Y después… Las cosas comenzaron a marchar mal. Como llovida del cielo, cae en manos de Orwell la carta de una mujer que nada más enfrentarse con él, sin dar lugar a tal cosa, sabrá que no es Andrew Restarick. Sobreviene otra desgracia: David empieza a hacerle víctima de un chantaje.

—Eso era de esperar, naturalmente —dijo Stillingfleet.

—Ellos no lo esperaban —manifestó Poirot—. David no se había visto envuelto en un asunto de aquel tipo nunca. Se le subió a la cabeza la enorme riqueza de su amigo, supongo. La suma que le había sido abonada por falsear el retrato le parecía, seguramente, inadecuada. Quería más dinero. Restarick, entonces, comenzó a extender cheques por fuertes sumas, alegando que la culpa de aquello la tenía su hija… Él pretendía impedir que se casara con un hombre que no le convenía en absoluto. Ignoro si las intenciones de David eran honestas… Quizás. Ahora bien, sacar dinero de dos personas como Orwell y Frances era una empresa plagada de peligros.

—¿Quiere usted decir que es posible que esa pareja de delincuentes pensara en eliminar a dos personas sin más, a sangre fría…? —inquirió la señora Oliver.

Ésta parecía hallarse muy impresionada.

—Es muy probable que hubiesen añadido su nombre a la lista, madame.

—¿Mi nombre? ¿Quiere usted sugerir que fue uno de ellos el autor del ataque que sufrí? Frances, me imagino… ¿No fue el pobre «pavo real»?

—No. No creo que fuese él. Pero usted había estado ya en Borodene Mansions. Para seguir luego a Frances hasta Chelsea… Es, por lo menos, lo que ella se figura. Hay por en medio una pequeña historia que no justifica sus movimientos, señora Oliver. En consecuencia, se lanza en su busca, propinándole un golpe en la cabeza para que pierda la curiosidad temporalmente. Usted no quiso escucharme cuando le dije que había peligro…

—¿Cómo iba a figurarme que había sido ella? La veo adoptando poses de heroína de Burne-Jones en aquel raro estudio… No obstante, ¿por qué…? —Ariadne miró a Norma y luego su vista volvió a fijarse en Poirot—. Esa gente utilizó a la muchacha con la peor de las intenciones, sí… Es decir: quisieron inculcarle determinadas ideas, con el auxilio de las drogas; quisieron hacerle creer que había asesinado en dos ocasiones. Mi pregunta es ésta: ¿Por qué?

—Necesitaban una víctima… —repuso Poirot.

Éste abandonó su sillón, acercándose a Norma.

—Ha pasado usted por una terrible experiencia, mon enfant. No volverá a vivir un episodio semejante, por fortuna. Recuerde que no debe perder jamás la confianza en sí misma. Al haber conocido el mal tan de cerca se ha hecho usted de una especie de armadura que le servirá para protegerse contra los avatares de la vida.

—Creo que tiene usted razón, monsieur Poirot —contestó Norma—. Pensar que una está loca, creerlo a pies juntillas, estar convencida de eso, es horroroso… —la joven no pudo reprimir un estremecimiento—. Ni siquiera ahora comprendo por qué… por qué hubo quien creyó que no había matado a David, pese a mis continuas afirmaciones…

—Todo radica en la sangre —explicó el doctor Stillingfleet con la mayor naturalidad—. Había empezado a coagularse. La camisa de la victima aparecía rígida a causa de ella, según especificó la señorita Jacobs… Fíjate bien: rígida y no húmeda. Y había que hacer ver que tú habías matado a David Baker unos minutos antes de que Frances comenzara a dar gritos…

—¿Cómo es que…? —la señora Oliver no sabía por dónde empezar—. Ella había estado en Manchester.

—Llegó a su casa en uno de los primeros trenes, poniéndose la peluca de Mary. Durante el camino completó su maquillaje. Entró en Borodene Mansions, dirigiéndose al ascensor. Era en aquellos momentos una rubia desconocida, una de tantas visitantes del inmueble. Entró en el piso, donde David la aguardaba, tal como ella le había indicado que hiciera. El joven no sospechaba nada y Frances le apuñaló a la primera oportunidad.

»Seguidamente, se marchó, manteniéndose a la expectativa hasta ver llegar a Norma. Penetró en un guardarropa público y allí cambió de aspecto, uniéndose a una amiga, con la cual cruzó unas palabras mientras caminaban. Tras separarse de ella en Borodene Mansions subió al piso y… representó la comedia, tal como la tenía preparada. Supongo que disfrutaría lo suyo mientras se entregaba a aquel papel. Por la hora en que la policía fue llamada y se presentó allí, ella no pensaba que surgiera alguien señalando la diferencia del tiempo… He de decir, Norma, que nos hiciste pasar muy mal rato: querías convencernos a toda costa de que eras tú la autora del asesinato.

—Deseaba confesar… terminar con todo de una vez… ¿Pensó usted… pensó usted en que realmente yo podía haber hecho aquello?

—¿Quién? ¿Yo? ¿Por quién me has tomado? Yo sé en todo momento de qué son capaces mis pacientes. Me figuré únicamente que ibas a ocasionar dificultades. Ignoraba qué medidas proyectaba adoptar Neele, en definitiva. Lo que estaba viendo no me parecía corriente.

Poirot sonrió.

—Hace muchos años que nos conocemos el inspector Neele y yo. Aparte de que él había llevado a cabo ya ciertas indagaciones. Usted, Norma, no estuvo nunca en realidad frente a la puerta de Louise. Frances cambió los números. Invirtió el 6 y el 7 en su propia puerta. Los números en cuestión se hallaban sueltos: colgaban de pequeños clavos. Claudia se encontraba ausente aquella noche. Frances la drogó a usted; así el episodio se le antojaría una especie de pesadilla…

»Vi la solución repentinamente. La única persona que podía haber dado muerte a Louise era la auténtica «tercera muchacha»: Frances Cary.

Norma miró a Stillingfleet pensativamente.

—Usted se mostraba muy brusco con la gente… —murmuró. El doctor pareció desconcertarse levemente.

—¿Brusco yo?

—Hay que ver las cosas que decía a todos, cómo gritaba…

—¡Oh! Pues si, es posible que sí tengas razón… El prójimo es a veces muy irritante y yo andaba por en medio…

Stillingfleet sonrió de pronto, mirando a Poirot.

—Toda una mujer, ¿eh? —dijo.

La señora Oliver se puso en pie, suspirando.

—Tengo que volver a casa —miró a los dos hombres y después a Norma—. ¿Qué vamos a hacer con esta criatura ahora? —inquirió.

Poirot y Stillingfleet se sobresaltaron.

—Ya sé qué; de momento se queda conmigo —prosiguió diciendo la señora Oliver—. Y ella ha manifestado que eso le agrada. Ahora bien, deseaba señalar la existencia de un problema. Va a ir a parar a tus manos, hija mía, mucho dinero, mucho, el que te dejó tu padre… Me refiero al auténtico, naturalmente… Y eso acarreará complicaciones… y cartas de pedigüeños, y todo lo demás. Norma podría vivir con el viejo sir Roderick, pero eso es muy aburrido para una chica. El hombre está sordo y medio ciego. Además, es un egoísta. Sólo piensa en él. A propósito… ¿Qué hay acerca de los documentos que se le extraviaron? ¿Y Sonia? ¿En qué ha quedado lo de la visita de ésta a los jardines de Kew?

—Aparecieron en un sitio que él se figuraba que ya había registrado… Los localizó Sonia —manifestó Norma—. Tío Roddy y Sonia van a casarse, ¿no lo sabían? Sí. La semana que viene…

—Cuanto más viejo, más pellejo —declaró Stillingfleet.

—¡Aja! —exclamó Poirot—. De manera que esa damita prefiere la existencia tranquila dentro de Inglaterra antes que las complicaciones de la politique. Tal vez sea una muchacha más prudente de lo que nos figurábamos.