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—Excepto la encantadora Iolanthe —dijo Talent con astucia.

Quizá Lute se sonrojó. Era difícil saberlo, debajo de tanto pelo. Fuera como fuese, dejó pasar la insinuación de Talent.

—Para seguir con nuestro tema, es un agente del Señor de la Noche.

—Entonces, ¿por qué le salvó la vida a Mari?

—¿Se te ocurre una forma mejor para que lo aceptásemos en nuestras filas? ¿Para descubrir nuestros secretos?

Talent sacudió la cabeza.

—Los agentes del Señor de la Noche no suelen ser tan listos. Pero si de verdad lo es, no tardaré en descubrirlo. Rechazará el trabajo que le voy a ofrecer porque implicará que se vaya de Neraka, y no estará dispuesto si el Señor de la Noche lo ha enviado espiarnos. Si acepta, puede ser un buen trato.

—¿De qué trabajo se trata?

—De lo que estuvimos hablando la otra noche, ya sabes. Precisamente él es su hermano.

—¿Y confías en él? —Lute fruncía el entrecejo—. Estás mal de la cabeza, Orren. Siempre lo he dicho.

—Confío en él tanto como en una noche sin luna en compañía de varios Túnicas Negras —repuso Talent—. Pero a Mari le gusta y los kenders suelen tener buen olfato con las personas. Incluso le gustas tú, ¿qué más quieres?

Lute resopló con tanta fuerza que estuvo a punto de caerse. Recuperó el equilibrio y, apoyándose en el bastón, cogió el té y la ballesta, y echó a caminar hacia la cama. A medio camino, se volvió.

—¿Qué pasa si tu hechicero rechaza el trabajo?

Talent se pasó un dedo por el bigote.

—¿Ya has dado de comer a los mastines esta noche?

—No.

—Pues no lo hagas.

Lute asintió, entró en su dormitorio y cerró la puerta.

Talent silbó a los dos perros, que lo siguieron trotando obedientemente. Se dirigió al fondo de la tienda, apartando cajas e incluso a veces trepando por encima de ellas, escalando cajones y barriles, montones de ropa, herramientas de todo tipo y ruedas de carro de todos los tamaños.

Lute había construido una especie de caseta para los perros en una esquina del local. Los perros, pensando que había llegado la hora de acostarse, se tumbaron dócilmente en dos cajones enormes y se acomodaron sobre unas mantas. Empezaron a roer unos huesos.

—No tan rápido, amigos míos —dijo Talent—. Esta noche tenemos trabajo.

Silbó y los perros salieron de sus cajones. Talent se agachó sobre el cajón de Hiddukel. El perro observó sus movimientos con cierto recelo.

—Tranquilo, amigo. Yo ya he cenado —dijo Talent, acariciándole la cabeza.

Por lo visto Hiddukel no lo creyó. Agarrando su hueso entre los dientes, Hiddukel profirió un gruñido de advertencia.

Talent empujó el cajón a un lado. Debajo había una trampilla. Talent tiró de ella para abrirla, sonriendo al pensar en qué haría el mastín si un desconocido se atrevía a invadir su «guarida». Una escalera toscamente construida bajaba hacia las tinieblas. En algún lugar alejado, un farol daba una tenue luz amarilla.

Talent cerró la trampilla y bajó por la escalera. Los mastines lo acompañaban, olfateando el aire, con el hocico arrugado y las orejas tiesas. Hiddukel dejó caer el hueso y los dos perros empezaron a ladrar, meneando la cola. Habían visto a un amigo.

Maelstrom estaba montando guardia delante de «la mercancía», un hombre desplomado sobre una silla. Talent no podía verlo bien, porque el sujeto tenía la cabeza agachada. Le habían atado los brazos a la espalda y amarrado los pies a la silla. Vestía una túnica negra y llevaba varias bolsas colgando del cinturón.

—Hola, Maelstrom —lo saludó Talent.

La manaza del gigantón atrapó la de Talent y se la apretó afectuosamente. Talent no pudo evitar un gesto de dolor.

—Oye, con cuidado. Quién sabe cuándo necesitaré mis dedos —se quejó Talent. Bajó la vista hacia el hombre de la silla, con expresión ceñuda y de interés—. Así que éste es el hechicero de Mari. Es huésped mío, sabes. Me sorprendió cuando me dijo que se trataba de él.

—Es un enclenque. —Maelstrom se sorbió la nariz—. Casi se desmaya sólo con oler un buen aguardiente enano. Sin embargo, parece que tiene talento para hacer lo que hace. El viejo Snaggle dice que sus pociones son las mejores que ha utilizado jamás.

—¿Y dónde estaba metido? Lleva muchas noches sin dormir en su habitación.

—En el Palacio Rojo.

Talent frunció aún más el entrecejo.

—¿Con Ariakas?

—Más probablemente con la bruja. Parece que Iolanthe ha adoptado al tipo. Quería que Ariakas lo contratara. Pero estos días el emperador anda pensando en otras cosas y Raist no consiguió el trabajo. Se marchó enfurruñado. Desde entonces ha estado trabajando en la torre, preparando mejunjes y vendiéndoselos al viejo Snaggle.

—O sea, que intentó venderse a Ariakas y, cuando eso no funcionó, pensó que nosotros podríamos ofrecerle algo.

—Eso, o se vendió a Ariakas —gruñó Maelstrom— y está aquí para espiarnos.

Talent observó a Raistlin, cavilando en silencio. Los perros se habían echado a los pies del hechicero. Maelstrom estaba con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Despiértalo —dijo Talent.

Maelstrom lo agarró por el pelo, le echó la cabeza hacia atrás de un tirón y le pegó un par de bofetadas.

Raistlin se estremeció. Sus párpados temblaron. Hizo una mueca de dolor y parpadeó bajo la luz vacilante. Después, sus ojos se centraron en Talent, y en su rostro se adivinó el asombro. Enarcó una ceja y asintió levemente, como si pensara que todo encajaba.

—Todavía me debes los gastos de los daños de tu habitación, Majere —dijo Talent.

El posadero arrastró una silla, la giró y se sentó apoyando los brazos en el respaldo.

—Lo siento —contestó Raistlin—. Si se trata de eso, tengo el dinero...

—Olvídalo —repuso Talent—. Salvaste la vida a Mari. Podemos decir que estamos en paz. He oído que podrías estar interesado en trabajar para La Luz Oculta.

—¿La Luz Oculta? —Raistlin sacudió la cabeza—. La primera vez que oigo ese nombre.

—Entonces, ¿por qué fuiste esta noche a El Pelo de Trol?

—A tomar algo...

Talent se echó a reír.

—Nadie va a El Pelo de Trol a tomar algo, a no ser que seas uno de los pocos entusiastas del meado de caballo. —Frunció el entrecejo—. Déjate de tonterías, Majere. Mari te dio la contraseña. Por alguna razón, le has gustado.

—Allá cada uno con sus gustos —comentó Maelstrom, con un coscorrón le giró la cara a Raistlin—. Responde a las preguntas del jefe. No le gusta andarse con rodeos.

Talent esperó a que a Raistlin dejaran de pitarle los oídos por el golpe y después volvió a insistir.

—¿Lo intentamos otra vez? ¿Por qué fuiste a El Pelo de Trol?

—Admito que estoy interesado en trabajar para La Luz Oculta —dijo Raistlin, lamiéndose la sangre que le manaba de un corte en el labio.

—Un hechicero que viste la túnica negra quiere ayudar a combatir a Takhisis... ¿Por qué tendríamos que confiar en ti?

—Porque visto la túnica negra —contestó Raistlin.

Talent lo miró pensativamente.

—Tendrás que explicarte mejor.

—Si Takhisis gana la guerra y se libera de su prisión en el Abismo, ella será la señora y yo seré su esclavo. No quiero convertirme en un esclavo. Prefiero ser el señor.

—Por lo menos eres sincero —dijo Talent.

—No veo ningún motivo para mentir —repuso Raistlin, encogiéndose de hombros en la medida en que las ataduras se lo permitían—. No me avergüenzo de vestir la túnica negra. Tampoco me avergüenzo de mi ambición. Tú y yo luchamos contra Takhisis por diferentes razones, o al menos eso es lo que supongo. Tú combates por el bien de la humanidad. Yo combato por mi propio bien. Lo importante es que los dos combatimos.

Talent sacudió la cabeza, asombrado.

—He conocido todo tipo de hombres y mujeres, Majere, pero ninguno como tú. No estoy seguro de si tendría que abrazarte o cortarte la cabeza.