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Dejó la modesta pluma de cuervo sobre el mostrador. Eligió la pieza de piel de cordero con atención. En ese caso, sí se decantó por la de mejor calidad.

Snaggle calculó el importe de las compras y se dio cuenta de que sumaban la misma cantidad que debía a Raistlin por las pociones. Hizo un nuevo encargo al hechicero. Pero jamás llegaría a recibirlo. Raistlin albergaba la esperanza de salvar al viejo, pero no podría salvar la tienda, que sería devorada por las llamas. Raistlin miró las cajas pulcramente etiquetadas y colocadas en los estantes, las cajas donde se guardaban los ingredientes de los hechizos y objetos, pergaminos y pociones. Pensó en la casa de Iolanthe sobre la tienda, todos sus libros de hechizos y manuscritos, sus ropas y joyas, y un sinfín de objetos de valor. Todo se perdería en el incendio.

Cuando ya se marchaba, Raistlin volvió la mirada hacia Snaggle y vio al viejo sentado en su taburete, sorbiendo tranquilamente su té de vainas, ajeno totalmente a la ira que se precipitaba contra él.

—¿Cómo celebras la Noche del Ojo, señor? —preguntó Raistlin.

Snaggle se encogió de hombros.

—Para mí es igual que cualquier otra noche. Me bebo mi té, cierro la tienda y me voy a dormir.

Por un momento, Raistlin imaginó las llamas devorando la tienda y rodeando la cama del viejo. Escondió sus preciadas compras en las mangas largas y amplias de su túnica y salió a la calle. Se dirigía a su próximo destino, la Torre de la Alta Hechicería de Neraka.

Raistlin conjuró el hechizo más poderoso que pudo para cerrar la torre. No le parecía probable que alguien llamara a su puerta, pero no quería correr el riesgo de que lo molestaran. Subió la escalera lentamente. El tiempo transcurría. Podía ver el grano de arena atrapado en el cuello del reloj de arena. A cada momento que pasaba, el grano se acercaba un poco más al olvido.

Raistlin estaba cansado. Se había puesto en marcha antes del amanecer y no se había quedado tranquilo hasta que no había hablado con Talent y se había asegurado de que todo iba bien por esa parte. Primero se había ocupado de las cosas menos importantes. Al acercarse al momento de la verdadera decisión, sus pasos iban haciéndose más lentos. Ni siquiera al advertir a Talent del peligro que corría, Raistlin se había comprometido a luchar contra Takhisis. Siempre podría dar marcha atrás, hacer lo que se suponía que tenía que hacer, lo que había asegurado a Kitiara que haría.

Raistlin siguió subiendo.

Al llegar a la cocina pequeña y cochambrosa, que seguía oliendo a repollo, se sentó en un taburete. Desenvolvió el paquete y extendió cuidadosamente la piel de cordero sobre la mesa, delante de él. La alisó con delicadeza, como hacía cuando era niño. Cogió la pluma de cuervo y la mojó en la tinta. Miró su mano, y era la mano de un niño. Oyó una voz, y era la voz de su maestro, Theobald, tan odiado y despreciado.

«Escribirás en esta piel de cordero las palabras: "Yo, Mago". Si tienes el don, pasará algo. Si no, nada sucederá.»

El Raistlin adulto escribió las palabras con letra angulosa, grande e inclinada.

«Yo, Mago.»

No pasó nada. Tampoco había pasado nada aquella primera vez.

Raistlin se volvió hacia sí mismo, a la misma esencia de su ser, y prometió: «Voy a hacerlo. Nada importa en mi vida excepto esto. No existe ningún otro momento excepto éste. Nazco en este momento y, si fracaso, moriré en este momento.»

Recordó su oración, las palabras que se habían grabado para siempre en su corazón.

Dioses de la magia, ¡ayudadme! Os dedicaré mi vida. Os serviré por siempre. Cubriré de gloria vuestros nombres. ¡Ayudadme, por favor, ayudadme!

La oración que entonó como adulto era diferente.

—Dioses de la magia —dijo—, prometí que os dedicaría mi vida. Os prometí serviros por siempre. En esta ocasión, cumpliré mi promesa.

Bajó la mirada hacia las palabras que había escrito, las palabras sencillas de la prueba de un niño, y pensó en los sacrificios que había hecho, el dolor que había soportado y el dolor que seguiría soportando hasta el final de sus días. Pensó en las bendiciones que le habían sido concedidas y cómo eso compensaba tanto dolor. Pensó en que la magia, el dolor y las bendiciones podían desaparecer y dejarlo como el niño que había sido: débil y enfermizo, solitario y asustado. Pensó en Antimodes, su mentor, un mago de mentalidad práctica, un auténtico hombre de negocios; en Par-Salian, sabio y visionario, pero tal vez no lo suficientemente sabio y visionario; en Justarius, quien se había quedado cojo en la Prueba y sólo quería vivir en paz para poder cuidar de su familia; en Ladonna, que había creído la promesa de la Reina Oscura y había acabado traicionada y consumida por la ira.

Todos morirían esa noche si no detenía a Takhisis.

Raistlin alzó la voz y miró al cielo.

—Sé que os he decepcionado a todos. Sé que no aprobáis lo que soy. Sé que he infringido vuestras leyes. Eso no significa que no os venere o que no os guarde respeto. Esta noche estoy demostrándolo. Al acercarme a vosotros, pongo en riesgo mi vida.

—No es mucho lo que está en riesgo —repuso Nuitari—. Despojado de la magia, no tienes vida.

El dios se cernía sobre Raistlin. Su rostro era redondo como una luna y sus ojos, vacío y oscuridad, lo que hacía que la furia que ardía en ellos fuera aún más terrible. Vestía una túnica negra y en la mano sostenía un azote de tentáculos negros.

—Tal como has dicho, quebrantaste nuestras leyes —dijo Solinari, situándose junto a su primo. Ataviado con una túnica blanca, el dios sostenía un azote de hielo—. El Cónclave de Hechiceros se creó con un fin: gobernar la magia y a aquellos que la utilizan. No sólo infringiste las leyes, sino que las despreciaste, te burlaste de ellas.

—No obstante, lo entiendo —concedió Lunitari, hermosa y horrible, con su cabellera negra veteada de blanco. Su túnica era roja y llevaba un azote de fuego—. No justifico tus acciones, pero las entiendo. ¿Qué quieres de nosotros, Raistlin Majere?

—Salvar lo que se va a perder esta noche. En el Alcázar de Dargaard hay una cámara subterránea. En esa cámara se encuentra el Reloj de Arena de las Estrellas. Takhisis lo creó. La arena que metió dentro es el futuro que ella desea, un futuro dominado por ella. Con cada grano que cae, ese futuro está más cerca de hacerse realidad.

»Esta noche, Takhisis traerá a tres dioses. Son los dioses del gris, unos dioses de la "nueva magia" que protegerán el Reloj de Arena. Su intención es que esos dioses sin color os reemplacen. Sus nuevos dioses le serán leales. Toda la magia pasará por ella. Vosotros tres ya no seréis necesarios.

Los tres primos lo miraban en silencio, tan atónitos que no podían decir nada.

—Esta noche —prosiguió Raistlin— podéis tender una emboscada a esos tres dioses y romper el Reloj de Arena. Esta noche podéis salvaros. Podéis salvar la magia.

—Si lo que dices es cierto... —empezó a decir Solinari.

—Mirad en mi corazón —dijo Raistlin con sequedad—. Comprobad que digo la verdad.

—Es cierto —confirmó Lunitari, y su voz temblaba de ira.

Solinari frunció el entrecejo.

—Para luchar contra dioses debemos aplicar todo nuestro poder. Tendremos que retirar nuestra magia del mundo. ¿Qué les pasará a nuestros hechiceros? Se quedarán indefensos.

—La mayoría de los hechiceros estará en la Torre de la Alta Hechicería. Yo me encargaré de protegerlos.

—¡Y se supone que debemos confiar en ti!

Raistlin esbozó una tímida sonrisa.

—No tenéis otra opción.

—Si haces lo que dices, Takhisis sabrá que la traicionaste. Se convertirá en tu enemiga no sólo en esta vida, sino también en la ulterior —le advirtió Lunitari.

—Únete al Cónclave de Hechiceros. Sométete a la ley —dijo Solinari—. Te protegeremos.

—De lo contrario, estarás solo —concluyó Nuitari.