Slith vio al viejo Snaggle, que parecía totalmente fuera de sí. A juzgar por el modo en que se retorcía, debía de estar atado a la silla. A su lado estaba sentada una kender que lucía una enorme sonrisa. Y allí estaba Lute, con su corpachón descansando sobre un taburete y los dos perros tumbados a sus pies.
—Os han dado el soplo —dijo Slith.
—¡Únete a mis ruegos! —gritó Talent.
Agarró a Slith por el hombro y lo atrajo hacia sí para susurrarle al oído:
—Creo que es justo que te advierta de que estos hombres píos, que esta noche han venido a rezar, están armados hasta los dientes y os superan tres a uno. Van a tomarse muy mal que interrumpáis sus oraciones, y todavía se tomarían peor que quemarais la taberna.
Slith se dio cuenta de que todos los ojos estaban clavados en él; vio las manos descansando sobre los puñales y las mazas, las empuñaduras de las espadas o los medallones sagrados.
—Supongo que en El Trol Peludo también están celebrándose servicios esta noche —dijo Slith.
—Así es —confirmó Talent.
Slith sacudió la cabeza.
—No te librarás, Talent. El Señor de la Noche se pondrá furioso cuando se entere. Vendrá él mismo en persona para arrestaros.
—Se encontrará con que los pájaros han volado del nido. Maelstrom, Mari, Snaggle y yo mismo.
El rostro de Talent se ensombreció y, aprovechando una serie de exhortaciones más altas, se dirigió al draconiano en voz baja:
—¿Has visto a Iolanthe?
—¿La bruja? No.
—No sé dónde está. Se suponía que tenía que reunirse aquí conmigo.
Slith estudió a su amigo. El sivak no era especialmente hábil a la hora de interpretar los sentimientos de los humanos, seguramente porque no le importaban lo más mínimo, pero la aflicción de Talent era tan evidente que ni siquiera el draconiano podía pasarla por alto. Como no existían draconianos hembra, Slith nunca había sentido esa emoción en sus propias carnes. Aunque en ciertas ocasiones lamentaba esa carencia, en otros momentos como aquél, al adivinar el pesar de la preocupación y el miedo en el rostro de Talent, Slith se consideraba muy afortunado.
—Seguro que Iolanthe está bien —dijo el sivak flemáticamente—. La bruja sabe cuidar de sí misma. Si te sirve de consuelo, no estaba en casa cuando le prendimos fuego.
Como Talent no parecía alegrarse demasiado por la noticia, Slith decidió cambiar de tema.
—¿Adónde iréis?
—A cualquier sitio en el que las fuerzas de la luz estén luchando contra la Reina Oscura. El ejército irá detrás de nosotros. Necesitamos una ventaja de un par de horas.
Talent puso un monedero grande en la mano del draconiano. Se oyó el tintineo de las monedas de acero. Slith lo sopesó e hizo un rápido cálculo mental.
—Me han dicho que en El Trol Peludo están sirviendo aguardiente enano gratis —dijo Talent.
Slith sonrió. Asomó la lengua entre los labios.
—Supongo que debería ir a investigarlo.
Se guardó el monedero y dejó escapar un suspiro.
»Supongo que esto significa que nuestra pequeña aventura comercial llega a su fin.
—Todo está llegando a su fin, Slith —repuso Talent calmadamente—. La larga noche se termina.
Slith palpó el monedero.
—Estoy pensando que por aquí se van a desatar todos los infiernos. Tal vez debería aprovechar esta oportunidad para retirarme de la vida militar, una vez más. Unirme a unos cuantos compinches.
—Y construir esa ciudad de la que siempre estás hablando —dijo Talent.
Slith asintió.
»Buena suerte, Talent. Ha sido un placer hacer negocios contigo.
—Lo mismo digo. Buena suerte para ti también.
Estrecharon mano y garra. Slith hizo un gesto de despedida a Talent, se volvió con un movimiento brusco muy militar, girando sobre los talones, y salió a la calle. Lanzó una mirada y una sonrisa a Maelstrom, quien le guiñó un ojo.
Las tropas de Slith se quedaron decepcionadas al oír que no iban a quemar El Broquel Partido, pero los ánimos subieron en cuanto supieron que se dirigían a El Trol Peludo.
—Parece que podrían estar sirviendo aguardiente enano en mal estado —dijo Slith—. Tendréis que probarlo para descubrirlo.
—¿Adónde va usted, señor? —quiso saber Glug.
—Yo iré ahora. Coge a los chicos y salid para allá. Nos encontraremos en la taberna. No os bebáis todo el aguardiente enano antes de que llegue.
Glug saludó y echó a correr. El escuadrón se lanzó a la carrera tras él.
Slith se quedó parado en medio de la calle, contemplando la silueta retorcida del templo, que se alzaba a lo lejos. Levantó la garra para despedirse, se dio media vuelta y echó a andar en dirección contraria.
—Buena suerte, Su Majestad —gritó, volviendo la cabeza—. Tengo el presentimiento de que la vais a necesitar.
24
La noche sin lunas
La Torre de Wayreth era la Torre de la Alta Hechicería más antigua de Ansalon, una de las dos únicas torres que quedaban en pie y la única que seguía utilizándose.
Construida después de la Segunda Guerra de los Dragones, la Torre de Wayreth se elevó por encima del desastre. En aquella época, la magia era salvaje y bronca. Tres poderosos hechiceros habían conjurado un hechizo con la intención de poner fin a la guerra, pero se escapó de su control y devastó gran parte del mundo. Los dioses de la magia se dieron cuenta de que había que hacer algo para gobernar la magia y a aquellos que la practicaban. Nuitari, Lunitari y Solinari enseñaron la disciplina de la magia a tres hechiceros y los enviaron a establecer las tres Ordenes de la Alta Hechicería, que estarían dirigidas por un organismo llamado Cónclave.
Los hechiceros necesitaban un cuartel general, un lugar donde acudieran los estudiantes de magia para aprender las destrezas de su arte; donde se celebrara la Prueba de la Alta Hechicería que se había instaurado recientemente; donde se crearan y guardaran los objetos, se pusieran a prueba los hechizos, se escribieran y clasificaran los libros. Al mismo tiempo, debería ser una fortaleza y un refugio, pues eran muchos los que no confiaban en los hechiceros y buscaban hacerles daño.
Los tres hechiceros se unieron para erigir la Torre de Wayreth. Las dos agujas de la torre, que se alzaban sobre la bóveda y estaban unidas por una pared triangular, estaban hechas a partir de una bruma plateada mágica, que lentamente se había convertido en piedra. En esa época la torre había sufrido el ataque de una tribu de bárbaros, que querían hacerla suya. La torre y los hechiceros que la habitaban se habían salvado gracias a un Túnica Negra que había conjurado un bosque mágico que rodeaba la torre.
El hechicero murió, pero el bosque de Wayreth se extendió y expulsó a los bárbaros. Desde aquel día lejano, la magia del bosque ocultaba la torre y la protegía de sus enemigos.
«Tú no encuentras la Torre de Wayreth. La torre de Wayreth te encuentra a ti», rezaba el dicho.
La torre de Wayreth estaba muy ocupada encontrando a la multitud de hechiceros que viajaban hasta ella para celebrar la Noche del Ojo. Normalmente sólo se permitía la entrada a los hechiceros que ya habían pasado la Prueba o a aquellos que se presentaban al examen. Pero la Noche del Ojo era una ocasión especial y por eso también se permitía el paso a los estudiantes más brillantes, acompañados por sus maestros.
La torre rebosaba de practicantes de la magia que habían llegado desde todos los rincones de Ansalon. Hasta la última cama de la última celda estaba ocupada, y más de uno dormía sobre mantas en el suelo o había levantado una tienda en el patio. Se respiraba un ambiente de fiesta. Los viejos amigos se saludaban con abrazos afectuosos y se ponían al día de las últimas novedades. Los estudiantes vagaban de un lado a otro, invadidos por la admiración y la excitación, y se perdían en los laberínticos salones, para acabar apareciendo por error en las zonas restringidas. Animales de todo tipo corrían y volaban, reptaban y andaban a cuatro patas por los salones, con el peligro constante de acabar debajo de algún pie o de enredarse en la melena de algún hechicero.