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Grey se llevó la mano a la boca, y le dio un beso en la punta del pulgar.

– Cuídate, Abbie -le dijo-. Llámame para que sepa que has llegado bien.

Se inclinó para besarla, pero ella se apartó antes de que pudiera tocarla, así que decidió bajar las escaleras corriendo sin decir una palabra, para poder disimular el desgarro que sufría por dentro.

Abbie tenía calor. Había llegado a Atlanta con la esperanza de que sus sentidos se vieran asaltados por el perfume de las magnolias y por las hermosas mansiones del sur. Pero se había encontrado con los típicos rascacielos de una ciudad moderna, lo mismo que si hubiera ido a Nueva York.

Hacía mucho calor. Estaba escribiendo sus últimas impresiones acerca de la ciudad, y había decidido que no se permitiría una ducha fría hasta no haber terminado el trabajo.

Un golpe en la puerta distrajo su atención.

– ¿Quién es?

– Soy yo -dijo una voz profunda.

Sobresaltada, ella acudió a abrir.

– ¡Steve! ¿Qué estás haciendo aquí?

– El director de reportajes quiere demostrar que aún es capaz de jugar cinco sets al tenis -sonrió-. Alguien tiene que hacer su trabajo -se encogió de hombros Steve.

– ¡Qué noble eres! Además del sentido del deber, te ofreces voluntariamente. -dijo ella cínicamente-. ¿Y quién está en tu puesto?

– Estamos en una época de poco trabajo, Abbie. Me iba a ir de vacaciones.

– ¡Qué justo!

– Estoy aquí para trabajar -protestó Steve-. Pensé que te alegrarías de verme. ¿No vas a invitarme a pasar?

Consciente de que no llevaba más que una bata de seda, Abbie se encogió de hombros un poco incómoda, pero lo hizo pasar.

– ¿Quieres beber algo frío? -le ofreció.

– No, gracias. Pero no me importaría darme una ducha. Mi habitación no está lista hasta dentro de una hora y estoy a punto de derretirme.

Abbie miró el reloj.

– Tienes diez minutos -le dijo, indicándole dónde estaba el baño-. Después tendrás que buscar a otra persona para perder el tiempo. Tengo una cita.

– De acuerdo. Iré a buscar las cosas al coche -Steve no pareció desanimarse con la actitud poco entusiasta de Abbie.

Unos minutos mas tarde, mientras Steve se duchaba, Abbie terminó de hacer sus últimas anotaciones.

Entonces golpearon nuevamente a la puerta. Y volvieron a golpear con insistencia.

– ¡Un momento!

Pero cuando fue a abrir el cerrojo, la puerta se abrió y Abbie encontró la alta figura de Grey detrás de ella.

– ¡Grey! -dijo ella-. Yo… No esperaba que… ¿Cómo me has encontrado?

– ¿Te estabas escondiendo, Abbie? Me daba esa impresión.

– Yo… um…

No se estaba escondiendo exactamente. Le había dado la libertad a Grey y pensaba que él la iba a abrazar. Pero en cambio, estaba allí, en la habitación del motel, con una mirada tan excitante como terrorífica. Sus pechos se irguieron debajo de la seda fina de la bata. Tenía las mejillas encendidas. Le hubiera gustado apretarse la bata contra su cuerpo para protegerse, pero hubiera sido peor.

– No me llamaste por teléfono.

– Los pozos petroleros de Venezuela no tenían muchas comodidades como para hacer llamadas personales -empezó a decir ella, pero al parecer él no estaba interesado en las excusas.

– Al principio pensé que querías hacerme sufrir porque te había presionado para que te quedases conmigo. Quiero decir, ¿qué otra razón podía haber para que hicieras eso? Y pensé que si pasaba algo, el periódico se pondría en contacto con vosotros rápidamente. El amable Steve seguramente me hubiese llamado personalmente.

Steve. Ella intentó no mirar hacia el cuarto de baño. La ducha había dejado de sonar. Si oía la voz de Grey, ¿se quedaría en el baño Steve?

– Pero después de una semana, pensé que tu reacción era desmedida, así que llamé al periódico y le pregunté a la querida, y amable secretaria de Steve el número de teléfono para ponerme en contacto contigo. Me dijo que andabas de aquí para allá, que si quería te pasaría el mensaje. Entonces decidí que ya que habíamos cancelado nuestras vacaciones podríamos pasar quizás unos días juntos en el sur. Quería saber cual era el mejor momento para venir. Me dijo que te diría que me llamases.

Abbie abrió la boca asombrada. Grey estaba enfadado. Se le notaba que estaba furioso, aunque lo disimulase.

– Pensé que ella te habría dado el mensaje, pero tú no me llamaste. En lugar de una llamada de mi esposa, recibí esto -sacó una carta del bolsillo de su chaqueta y la dejó sobre la mesa al lado de ellos-. Creí que después de tres años de matrimonio, por lo menos merecía una explicación. No la carta de una extraña que me informaba que mi mujer había pedido el divorcio por haberse roto nuestro matrimonio. ¿Me quieres decir cuándo se ha roto nuestro matrimonio? Porque yo no me he enterado.

Ella negó con la cabeza, incapaz de hablar.

– ¡Háblame, Abbie! -le dijo con voz cortante-. ¡Por el amor de Dios! No voy a… Háblame, Abbie, simplemente. Yo no soy tan irracional, ¿no? Nosotros jamás hemos escapado de nuestros problemas -él dio un paso hacia Abbie. Al ver que ella también se iba alejando, se detuvo, y se paso la mano por el pelo.

– Si se trata del tema de tener un hijo… -se interrumpió al ver en la expresión de Abbie que había tocado un punto especialmente sensible-. O sea que se trata de eso -Grey pareció aliviado momentáneamente-. Lo siento, Abbie. De verdad. No tuve la sensibilidad necesaria para escucharte. Pero si es importante para ti, podemos solucionarlo.

– ¿Solucionar algo? -preguntó ella como pensando en voz alta.

¿Quería que ella volviera con él? ¿Estaba dispuesto a seguir con su doble vida y animarla a tener un hijo?

– Los últimos meses han sido muy difíciles -continuó Grey-. Has estado fuera mucho tiempo, y he tenido muchos problemas…

Grey se acercó a ella y le rodeó la cintura, luego le acarició la mejilla.

– Dímelo, Abbie -murmuró-. No me dejes así.

Era insoportable. Porque aunque habían estado separados más tiempo, siempre había estado la promesa de volver a estar juntos. Y ahora verlo así, con esos ojos, y esas manos sobre su piel.

Ella había pensado que una vez que se hubiera marchado al otro lado del Atlántico, él empezaría una nueva vida con Emma, pero no había sospechado que podría ir a pedirle explicaciones.

Abbie se puso rígida.

– No debí irme de ese modo. Lo siento, Grey. Pero tienes razón. He estado fuera mucho tiempo. La última vez que volví de viaje las cosas no funcionaron muy bien entre nosotros. Supongo que nos hemos ido distanciando. Y pensé que sería más fácil así…

– ¿Más fácil? -repitió Grey. ¿Salir huyendo?

Él le sujetó los hombros, como si fuera a sacudirla. Pero se reprimió.

– No te creo, Abbie. Tú no eres así de cobarde. Si has pensado que sería más fácil para mí, te diré que te has equivocado.

Había sido tan duro levantarse después del golpe, empezar a trabajar cuando lo único que había tenido ganas de hacer era morirse. Pero no estaba hecha de esa naturaleza. Él la había acusado de quererlo todo. Bien, había descubierto de una forma muy dura que no se podía tener todo.

Pero todos los días se había levantado. Todos los días se había puesto maquillaje, y las mejores ropas, y había hecho frente a la vida. El trabajo era su vida. Y esa historia le valdría para resguardase.

– Quería una separación limpia, Grey. Estoy en América. Tenías razón. No puedo tener una profesión, esta profesión, y tener un matrimonio. Tú necesitas más de lo que yo puedo ofrecerte.

– ¿Has decidido eso? ¿Tú sola? Tal vez tenga que recordarte los años que hemos pasado juntos -le dijo él con sus ojos marrones llenos de rabia.