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– ¿Sí? Me pregunto cuántos pacientes habrán sobrevivido a él -dijo él asombrado.

– Probablemente yo fui la primera.

– ¿Tratamiento para el shock, has dicho? Y… ¿Quién habrá pensado Polly que lo necesitaría más? -dijo él cínicamente.

Ella reprimió una risa toma. Pero no le fue fácil. Entonces, cuando ya no pudo evitar que los labios se curvaran, explotó en una risa franca y fresca.

Ella quiso taparla, pero hacía tanto que no se reía…

– ¡No te rías, Grey!

Pero era demasiado tarde. Grey se rio con todas sus fuerzas.

– ¡Shock! ¡Le voy a dar un shock cuando la pille!-dijo él. Pero se siguió riendo-. Lo siente, no es gracioso realmente, pero…

Ella se agitó en una risa interminable, y se apoyó sobre su hombro.

Después de un rato, por fin pudo dejar de reírse.

– ¡Oh, mira, pobrecitos! -dijo Abbie al ver que uno de los dos corderos intentaba ponerse de pie. Al levantar la cabeza descubrió que estaba a escasos centímetros de Grey, su boca muy cerca de la de él.

– Hacía mucho que no me reía. Pensé que ya no me acordaba de cómo era -dijo él.

– A mí me pasa lo mismo.

Hasta ese momento ella no se había dado cuenta de Io infeliz que era. Al darse cuenta de lo fácil que le sería rendirse a él, se apartó y se dio vuelta hacia los corderitos.

– ¡Qué vamos a hacer para alimentarlos? ¿Pueden beber leche de vaca?

– No lo sé. Hugh usa una leche especial para los corderos huérfanos -él alzó la vista-. Ya sabes, como la leche que se les da a les bebés.

Ella lo sabía.

– Tendremos que llevarles a la granja. Si nos metemos a los corderitos debajo de les abrigos. -dijo ella.

– Está muy lejos para que vayas andando. Yo les llevaré. Quédate aquí.

– ¿Y quedarme preocupada por ti?

– ¿Y por qué te ibas a preocupar?

– Yo… Me preocuparía por cualquiera que saliera con este tiempo. Es mejor que vayamos los dos.

Prefería no quedarse en la cabaña, donde todo estaba teñido de sus recuerdos.

– Me parece que no deberías arriesgarte. Ya has estado a punto de congelarte una vez…

– Bueno, tú me curaste muy bien. Podrías volver a hacerlo…

Él la miró serio. Ella se dio cuenta entonces de que estaba más delgado.

– Yo encontré a esa oveja, Grey. No voy a dejar que sus corderitos se mueran porque se me vayan a enfriar los pies.

– ¿Aunque terminen en el plato de alguien como chuletas? -le dijo Grey.

Abbie se quedó mirando los corderitos. El primero que había nacido levantó la cabecita. Al pensar en el almuerzo Abbie se acordó de Polly.

– ¡Oh, Polly! ¿Eres capaz de pensar…?

– ¿Qué?

– ¿Que compró una oveja? Ella está entrando en una fase vegetariana. O al menos estaba ayer. Su madre dice que enseguida se les pasa.

Él frunció el ceño al verla tambalearse. Y exclamó al ver su copa:

– Pero si… ¡Maldita sea! -él tomó la copa de coñac que había en la mesa y lo llevo a los labios de ella-. Bebe. Un solo trago. No más.

Ella obedeció, porque era más fácil que discutir con él.

– Lo siento -dijo ella-. Últimamente tengo cierta tendencia a desmayarme por nada… -dijo ella.

– ¿Sí? -él le rodeó los hombros firmemente-. ¿Por qué? ¿Qué te pasa? -parecía preocupado.

– Nada. Déjame. -dijo ella, bajando la mirada-. Estoy bien.

– No se te ve muy bien. Estás más delgada. Tienes las mejillas hundidas. -él dejo el vaso-. ¡Qué estúpido soy! Debí imaginármelo. Es lo que querías, después de todo…

– ¿Lo que yo quería?

– Estás embarazada, ¿no?

Capítulo 8

Si estuviera embarazada al menos… Si pudiera tener un hijo suyo… Una parte de él que nadie podría quitarle. Eso habría sido Io que Emma habría querido. Y ahora tenía todo, mientras que ella estaba sola. Mientras ella estaría siempre sola.

En ese momento ella hubiera querido herirlo, por privarla de la satisfacción de ser madre… Pero al alzar la vista, vio que Grey también la miraba intensamente, como si su respuesta fuera muy importante para él.

En ese momento ella supo que estaba al borde del precipicio. Que podría caer de un momento a otro. Y lograría lo que quería: un hijo. Pero tendría que vivir con ello para siempre sola. Ella lo había decidido. No había vuelta atrás. La noche pasada no significaba nada. Si volvía a ocurrir…

– Creí que me habías dicho que había perdido peso -dijo ella tontamente.

– En las primeras semanas de embarazo las mujeres a veces bajan de peso -dijo él.

¿Lo sabía él? ¿Había leído libros sobre ello, había estudiado acerca del nacimiento natural, como un hombre moderno?

Seguramente. Porque él llegaba en todo hasta el fondo de las cosas. Se involucraba en todo. Y seguramente habría querido involucrarse en el nacimiento de su hijo. Sintió rabia.

– ¿Emma perdió peso, no? -dijo impetuosamente.

Él se quedó perplejo.

– Dime. ¿La llevabas al ginecólogo todas las semanas? ¿Asististe a clases de parto sin dolor?

Él hizo un gesto de desprecio, como si estuviera hablando de algo ridículo.

– ¿Cómo te las arreglabas para cumplir con tu agenda diaria, Grey? ¿Les hablabas de una conferencia como a mí?

Él la miró confuso.

– Debí decírtelo -le dijo, como pidiéndole que lo comprendiera. Pero ella no estaba para comprender.

– ¡Por supuesto!

– No debí dejar que Robert me convenciera. ¿Te importa tanto realmente?

– ¿Importarme? -ella lo miró furiosa-. Me estabas engañando… ¿Cómo crees que me sentí? Me di cuenta de que algo andaba mal. De que me estabas ocultando algo. Pero jamás me imaginé… -ella no pudo continuar.

– Y Steve Morley te ofreció un hombro para llorar sobre él, ¿no? -estaba enfadado-. ¿Por qué no viniste a mí? Ni siquiera me diste una oportunidad de explicarte.

– Porque no podía… -ella se interrumpió a tiempo.

Él había tenido seis meses para empezar de nuevo con Emma; si revelaba ahora su secreto, no habría servido de nada.

– Porque no quise -dijo ella-. Steve me ofrecía algo nuevo.

Era cierto. Pero ella no lo había aceptado.

– Quizás simplemente era el momento de vivirlo -agregó ella.

– ¡No es cierto! Tú estabas herida y enfadada, y él se aprovechó de ello. ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Qué lío! Abbie, lo siento -él le tomó las manos-. Lo siento tanto. Me pareció lo mejor en su momento. Ahora me doy cuenta del daño que pueden hacer los secretos. Crean una atmosfera que distorsiona todo, incluso el amor…

Ella estaba en estado de shock, mientras él descargaba su sentido de culpabilidad. Estaba paralizada. Ni siquiera podía quitar sus manos de entre las de él.

Grey negó con la cabeza. Parecía no poder continuar. Ella lo veía sufrir. Y le dolía. Pero tenía que soportarlo. Ella había tomado una decisión, y la mantendría. Él había escogido también, y también tendría que vivir con ello, como ella.

– Deberías cuidarte, Abbie. Descansar. -él seguía con su monólogo.

– Guárdate los consejos para embarazadas para aquéllas que lo necesiten -le dijo-. No estoy esperando un hijo. Aunque no sería asunto tuyo si así fuera.

Ella sintió un cierto alivio al desahogarse. Pero él la sorprendió diciéndole:

– Estamos casados aún, Abbie. Todo lo relacionado contigo me concierne.

– Por pocos días.

– ¿Has firmado los papeles? -le preguntó él, alzando la cabeza.

– Los he recibido ayer. Están en mi bolso. Allí afuera, en la nieve.

– ¿Los has traído por si encontrabas un buzón a mano? ¿Tenías tanta prisa en terminar nuestro matrimonio?

– Estoy segura de que tú no veías la hora de firmar los papeles -contestó ella defensivamente.

– Tengo otras cosas en mi mente -le dijo él-. Mira, Abbie, por si… hubiera alguna posibilidad de que estuvieras embarazada… no debieras andar entre las ovejas preñadas.