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La puerta se cerró detrás de ella.

– Bueno, bueno… Debes estar muy satisfecha. Te pasas mucho tiempo fuera de casa, pero si lo que haces ayuda… -dijo Nancy.

Era fácil conversar con Nancy. Ella hacía casi todo el trabajo. Le contó lo que había ocurrido en el pueblo, acerca de la granja, y todo lo que tenía que hacer Abbie era decir alguna palabra ocasionalmente para que Nancy siguiera con otro tema. Entonces se le escapó un bostezo, y Nancy le dijo:

– Sera mejor que te vayas a acostar. Ven. Te he puesto una bolsa de agua caliente en la cama.

– No, de verdad. Nancy, no te molestes, por favor…

Nancy puso los brazos en jarras y dijo:

– Supongo que no ha sido ninguna molestia venir hasta aquí con dos corderos. ¿No?

– Pero es que no hemos cerrado la puerta de la cabaña y…

– ¿Y quién crees que va a ir robando por allí con este tiempo? Y eso suponiendo que hubiera algo de valor…

Nancy tenía razón. La idea era absurda. Pero ella no quería acostarse en esa enorme cama de matrimonio y esperar a que fuera a acostarse Grey.

– ¿Entonces, puedo ayudar con las ovejas? Habrá que darles de comer por la noche y tú tienes mucho trabajo ya.

– No te preocupes por ello. Tú ya has hecho bastante.

– Puedo turnarme contigo. No me iré a la cama si no me prometes que me despertareis -Abbie miro el reloj-. Llámame a las doce. ¿Lo prometes?

Nancy le dio un leve empujón hacia las escaleras y le dijo:

– De acuerdo. Te lo prometo.

Abbie se despertó en una habitación extraña, y en una cama extraña. Sintió una gran confusión. Luego recordó. Miró su reloj. Era más de la una y Nancy no la había llamado. Se levantó de la cama. En ese momento descubrió a Grey, en una silla en un rincón de la habitación. Pensó por un momento que estaba dormido. No quería despertarlo.

– No hace falta que te levantes, Abbie.

Ella se sobresaltó al oír su voz, y se hundió nuevamente en la cama.

– ¿No han sobrevivido las ovejas?

– Se pondrán bien. Una de las otras ovejas ha perdido su cordero y Hugh la ha convencido de que nuestras huérfanas son suyas.

– ¿Cómo…? -Abbie se interrumpió al recordar.

Se estremeció y dijo:

– Mejor no me lo digas.

– No tengo intención de decírtelo.

La casa de la granja no tenía calefacción central, y al hablar les salía vapor por el frío.

– ¿Por qué estas sentado ahí? -le preguntó temblando.

– Le llaman «guardar las apariencias», Abbie. Me hubiera quedado en el cobertizo de las ovejas, pero Hugh me vio bostezar y me mandó a dormir. Y como Hugh y Nancy no se acuestan durante la época de los corderos, no tuve más remedio que venir aquí.

Ella se puso la bata gruesa y fue hacia él.

– Debes estar helado -extendió la mano hacia la de él, pero él la quitó-. No puedes quedarte ahí toda la noche.

– Estaré bien, Abbie. Vuelve a la cama.

Pero se le notaba que no estaba bien. Se había pasado horas en el cobertizo de las ovejas, y debía llevar mucho tiempo sentado allí.

– ¡Por el amor de Dios, Grey! Seamos adultos.

– ¿Adultos? ¿Qué quieres decir, Abbie?

– Sabes lo que quiero decir. Podemos compartir la cama sin… Bueno, sin…

– Has cambiado de idea desde esta mañana.

– Esta mañana tú no estabas casi congelado. Ven a la cama.

– No puedo, Abbie.

Ella se arrodilló frente a él, le tomó las manos frías y se las puso en la mejilla para calentarlas.

– Entonces tendré que quedarme despierta como tú.

– ¡Por favor! ¡No hagas eso!

Ella lo miró extrañada de la cara de tristeza con que la miraba.

– ¿Qué pasa?

– No puedo meterme en la cama contigo, Abbie. Déjalo así.

– Es una tontería. Pondré un almohadón entre nosotros, si eso te deja más tranquilo.

– ¡No! -gritó él-. No comprendes -dijo él, bajando la voz.

– Entonces será mejor que me expliques, Grey. Porque me voy a quedar aquí hasta que lo hagas.

– ¡Abbie! -le rogó. Luego le acarició el pelo rubio oscuro y le dijo-: Mírame.

Ella alzó la mirada. Y él le tomó la cara entre sus manos heladas.

– Mientras estoy aquí, puedo fingir que lo de anoche ha sido el resultado del frío. Si me acuesto contigo tendré que admitir que me he mentido.

Ella intentó interrumpirlo, pero él le tapó la boca con un dedo.

– Tendré que admitir que lo de anoche no tuvo nada que ver con la hipotermia o los primeros auxilios, ni siquiera con lascivia lisa y llana. Ha tenido que ver con el deseo. Tendría que admitir que soy capaz de desearte sin remedio. Y si me mintiese, te mentiría.

Los dedos de Grey se resbalaron por la cara de Abbie y se apartaron. Luego se echó hacia atrás en la silla.

– Así que si para ti es igual, prefiero quedarme aquí y seguir teniéndome respeto.

Aquella mañana ella había pensado que deseaba oír esas palabras. Que deseaba despertarse en sus brazos.

Pensar en que él amaba a otra persona era una pesadilla. Era una pesadilla saber que él amaba a otra persona, pero la idea de que él aún la amaba, sería la perdición. Eso los destruiría a ambos.

Tenía que conseguir que él la odiara.

– Bueno, es muy noble de tu parte -dijo ella, poniéndose de pie, y alejándose. Luego agrego-: Estoy segura de que a Steve le resultara divertido cuando le cuente que me deseas tanto que prefieres congelarte antes que arriesgarte a meterte en la cama conmigo -abrió las mantas, y se metió en la cama nuevamente.

– ¿Cuándo qué? -Grey se puso de pie y atravesó la habitación-. ¿Vas a correr a contárselo?

– ¿No creerás que se lo voy a ocultar? Esa es tu forma de manejar las verdades molestas. Pero yo no soy partidaria de tener secretos con alguien a quien amas.

– Bueno, a lo mejor podemos contarle algo de lo que pueda reírse más -dijo él, enfadado.

Se quitó la camisa y el jersey, y luego se quitó la ropa que le quedaba sin mirar a Abbie, y levantó la colcha. Ella se apartó a la parte fría de la cama, pero al hundirse la cama, ella se deslizó hacia él sin querer, y entones él la sujetó.

– Y ahora dime, ¿qué crees que puede divertirle más a Morley? -él la miró-. Ha pasado tiempo, pero estoy seguro de que todavía me acuerdo…

– Claro, Grey -le dijo ella, turbada al sentir el cuerpo excitado de Grey-. Pero estoy segura de que comprenderás, si te digo que tengo dolor de cabeza.

– ¿Dolor de cabeza?

Él la apretó firmemente. No parecía tener intención de soltarla. Después, respirando hondo, alargó la mano y apagó la luz de la mesilla.

Abbie apenas podía respirar, apretada contra su pecho. Seguramente lo había desafiado hasta un punto en que él no hubiera podido rechazar el reto.

– Date la vuelta, Abbie -le dijo.

Ella obedeció. Creyó que la iba a soltar, pero se equivocó.

– Está bien. Estás a salvo. Pero yo en tu lugar, no probaría con ese truco con alguien que no te conociera como yo. Podrían no entenderte. Vete a dormir ahora. Hablaremos por la mañana.

¿Dormir? ¿Con su cuerpo contra el de ella? Menos mal que tenía aquel camisón grueso…

Abbie se despertó. Se dio la vuelta y de dio cuenta de que estaba sola. Recordó los tiempos en que Grey estaba a su lado al despertarse.

El día anterior, ella se había enfadado porque él se había acostado en una silla. Pero no era así de simple.

El deseo de Grey lo había apartado de ella, y ella lo comprendía. Ella había sido consciente de la presencia de Grey aún dormida. Y comprendía por qué él no había esperado a que ella se despertase. Sabía que despertarse junto a un cuerpo tibio sería quedar indefensa totalmente.

Se levantó, se lavó y se puso la ropa del día anterior, que Nancy le había dejado lavada y sea en la silla. Luego bajó a enfrentarse al nuevo día.