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Al llegar a la puerta se detuvo. Grey estaba friendo beicon, mientras cantaba una canción en voz baja. El agua hirvió y él puso agua para el té. Se lo veía totalmente armónico con su entorno. En la ciudad, Grey usaba traje y se movía como pez en el agua; en el campo también se movió con soltura, como si nunca hubiera estado detrás de un despacho en la ciudad.

Había una bandeja en la mesa, preparada para una persona. Iba a llevarle el desayuno a la cama. Solo había hecho eso cuando ella estaba enferma, o cuando quería pedirle perdón por algo. Extraño.

El ruido imperceptible que hizo ella con la garganta se oyó por encima de la melodía de Grey. Entonces él alzó la mirada y le sonrió.

¡Oh, Grey le había sonreído! No con una sonrisa tensa, sino con una sonrisa que le salía del corazón.

Pero ella no podía permitirse sonreírle. Tenía que poner distancia. Y aunque le dolió, no le sonrió.

La sonrisa de Grey se desvaneció.

– Te he estado despertando durante media hora. No dabas señales de poder despertarte, así que decidí llevarte el desayuno a la cama.

– Mentiroso -le dijo ella, fríamente.

– Bueno, quizás hayan sido veinte minutos.

– Eso me parece mejor. ¿Cómo están las ovejas?

– Están bien.

– ¿De verdad? No me lo dirás solo para…

– No te voy a mentir acerca del destino de un par de ovejas.

¿No eran importantes para él?

– Ya que te has levantado, puedes ayudar y preparar tostadas.

Él no se dio cuenta del enfado que había provocado en ella su respuesta por las ovejas, y siguió preparando los huevos.

Abbie no tenía idea de hacer nada. No quería desayunar.

– ¿Dónde está Nancy?

– Está con las ovejas. Hugh y Nancy desayunaron hace bastante tiempo.

– Les llevaré un poco de té, y de paso me despediré de ellos -dijo Abbie.

Él la miró.

– Tomarán el té cuando vengan. Y tú no te vas a ninguna parte hasta que comas algo. Te lo digo en serio, Abbie, así que no te molestes en protestar.

Ella sabía que no le valdrá de nada protestar. Cortó el pan y luego lo puso en la tostadora.

– Abbie, en cuanto a lo de anoche…

– Olvídalo -le contestó ella.

– Siempre me dices que me olvide de las cosas. ¿Por qué me tengo que olvidar de las cosas buenas?

– Porque… -no sabía qué contestar. Tomó la tetera y sirvió el té para no mirarlo-. No podía dejarte dormir en el frío. Quiero decir… No habría sabido qué hacer frente a un «genuino» caso de hipotermia.

– ¡Ah! Te molesta que te haya mentido acerca de eso. Bueno, después de anoche estamos a mano. Quiero decir que tu no vas a ir a contarle los secretos a Morley, ¿no, Abbie? Tú has mentido también.

– ¿A mano? Tienes el descaro de decir eso…

– Abbie, estás evitando contestarme, ¿estás aún con Steve Morley? Te lo advierto, no me mientas, porque me enteraré.

– No es asunto tuyo.

Él puso los huevos en el plato y la miró.

– No es del todo cierto. Y, te guste o no, acabas de contestarme. ¿Están las tostadas?

Las tostadas saltaron. Ella se sobresaltó. Luego las sacó y les puso mantequilla. Todo iba mal. Estúpidamente mal.

No comprendía por qué él iba a averiguar si le mentía sobre Steve. No debía importarle. Pero le importaba.

Capítulo 9

Abbie luchó por cerrar la puerta que se resistía con el viento, y se tocó el labio que había tocado Grey. No sabía cómo iba a soportar estar aislada en la cabaña con Grey.

Ella había sacrificado su felicidad por la de él. Pero algo había fallado.

Quería abrazarlo, tenerlo en sus brazos, pero él la había engañado. Y había engañado a Emma. No había vuelta atrás.

No podía decirle que lo amaba. Pero podría expresarlo de otro modo. Cuando volviera estaría frío y hambriento. Y ella lo cuidaría.

Cuando Grey volvió con un montón de leña, ella estaba friendo beicon. Él dejó la leña y dijo:

– Esto es como en los viejos tiempos. Aparte de la nieve -agregó.

Abbie le alcanzó una taza de té.

– A excepción de un montón de cosas. Pensé que habíamos hecho un trato, Grey. Que todo sería mejor si nos comportábamos como extraños.

Él no se olvidaba de nada.

– No. No le di detalles. ¿Crees que si le hubiera contado todos los detalles, se habría tomado todas estas molestias?

– No. Incluso diría que una chica de diecisiete años no se atrevería a hacer todo esto si no la hubieran animado. Yo diría que tú después de ir a ver muchos pisos, decidiste que mi nido era más cómodo. ¿Es por ese motivo por el que fuiste a ver a Morley antes de venir aquí? ¿Para decirle que lo vuestro se había terminado?

– Ciertamente le dije que se perdiera, pero no del modo que tú dices -dijo ella-. Él quería…

Grey la interrumpió.

– Una vez que te diste cuenta de que Polly y Jon eran amigos debió parecerte fácil manejarlos.

– ¿Y se supone que también manipulé la ventisca, el coche, el accidente de coche, y mi caída en la nieve?-inquirió ella.

Él se encogió de hombros.

– Tuviste suerte…-dijo él con rabia-. Supongo que habrás pensado que una vez que me tuvieses aquí, estaba todo hecho.

– ¿Qué es lo que te hace pensar eso? -preguntó ella. Aunque se ruborizó al pensar que tal vez tuviera razón-. ¿Y qué pensaba Jon? Él debe saber cuál es la situación -comentó Abbie.

– Cuando tu mujer te deja por otro hombre, Abbie, no se lo cuentas a un chico de dieciocho años.

– ¡Es que tal vez los detalles fueran demasiado evidentes para mantenerlos en secreto!

Tal vez Emma no se hubiera ido a vivir con él. Tal vez hubiera pensado que debía ser discreto hasta que estuviera resuelto el divorcio.

– Bueno, supongo que da igual. ¿Has dicho que el tiempo esta mejorando? Quizás pueda volver a Londres,. -dijo ella.

Él negó con la cabeza.

– Ahora ha salido el sol. Pero anoche nevó mucho, según la radio local. Y está cortada la mitad de la carretera a Earmarthen, así que me temo que estarás metida en esta trampa durante uno o dos días más. Y como sabes perfectamente dónde están Polly y Jon, puedes quedarte tranquila. ¿Dónde están?

– No estoy segura, pero creo que es probable que estén en tu piso. Jon la llevó allí una vez, con el pretexto de mostrarle el Degas. El que vendiste por un montón de dinero para abrir una cuenta para Matthew.

Dime, Grey, ¿no sabe Jon que el cuadro que está colgado allí es una buena copia? ¿O es tan retorcido como tú, y llevó él mismo la copia?

Grey la miró.

– El Degas es auténtico. No estoy seguro de a cual de tus preguntas contesto con esto.

– Steve me contó lo de la venta, Grey. Salió en el periódico, ¡por el amor de Dios! Puede ser que te falle la memoria, pero tú me has dicho que lo vendiste para ayudar económicamente a Robert…

– Sí.

– ¿Y ahora Io tienes nuevamente?

– El problema de Robert no era que no tuviera dinero. Lo que él necesitaba era hacer un movimiento de bancos sin llamar la atención… -Grey se interrumpió abruptamente al abrirse la puerta detrás de Abbie-. ¡Ah! Nancy, estábamos hablando de cómo podríamos llegar al bungalow. El fuego se debe de haber apagado y debe estar todo helado.

– ¿Tenéis suficiente comida en la cabaña?

– Sí, gracias -dijo Abbie, poniéndose de pie-. Voy a recoger esto. ¿Quieres que te haga té?

– No. Ahora no. Y deja los platos -Nancy se sentó frente al fuego.

– No es ninguna molestia -dijo Abbie.

Pero Grey fue a buscar el abrigo y comenzó a ponérselo.

– Ya es hora de volver. No queremos abusar de vuestra hospitalidad.

– Es un placer teneros con nosotros -dijo Nancy sonriendo, pero Abbie se dio cuenta de que Nancy tenía sueño.