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– Creo que debería ir al grano, señor Morley -dijo Grey con serenidad. Pero Abbie sabía que estaba a punto de estallar-. Está dando muchos rodeos para llegar a la cuestión.

– ¡Oh! De acuerdo. ¿Dónde estaba? -se volvió hacia Abbie-. ¡Ah, sí! Seguramente podía captar la llegada del señor Lockwood a algún discreto lugar con la señora Harper. Su coche aparcado allí toda la noche.

A Abbie le temblaban las manos con la copa en la mano. Entonces la dejó sobre la mesa antes de tirarla.

– El coche era impresionante. No es el tipo de coche que pueda pasar desapercibido. Pero al parecer sólo el coche se quedó allí. Y de no ser porque vi al señor Lockwood en persona en el noticiero de las diez, hablando sobre un caso de judicatura que había ganado a favor del juzgado de su barrio, no creo que me hubiera enterado de lo que estaba ocurriendo realmente. Mientras tanto, su coche seguía aparcado frente a una casa de los Jardines de Saint John.

Steve hizo una pausa, y luego continuó:

– Pero debió darse cuenta de su error, porque cuando llegué a la casa y llamé al timbre, con un fotógrafo apostado en cada una de las salidas, allí estaba el señor Lockwood, abriendo la puerta e invitándonos a entrar, con una coartada fácil, es verdad, vestido sólo con una bata de seda. Desde entonces la señora Harper ha estado viviendo tranquilamente en una cabaña cerca del río en Henley. Y ni el señor Grey Lockwood ni su hermano han ido por allí, ni siquiera ocultos con trajes de submarinistas.

– Es muy revelador, señor Morley. ¿Qué quiere que le diga? ¿Que ha sido un chico muy listo? Pero no tan listo, si esperaba ver a mi hermano in fraganti con la señora Harper en Ty Baeh.

– Bastante listo como para tomar fotografías de un armario lleno de cosas para un bebé. Muy listo como para haber relacionado lugares y horarios cuando se suponía que usted estaba con la señora Harper. Pero, ¡qué extraño!, su hermano tampoco estaba disponible en los horarios de las supuestas citas del señor Grey con Emma. Y ahora sé que ustedes dos me han tomado por tonto. Bueno, ya tengo bastantes problemas en la vida como para que me la complique el honorable señor Robert Lockwood, diputado en el Parlamento.

– ¿Por qué? -Abbie no comprendía por qué Steve Morley estaba tan obsesionado con hacer daño a Robert.

– ¿Por qué no? La gente como él se siente superior a todos los demás. Eso hace que ellos se transformen en blanco de otros.

– No, no es así. Robert es un ser humano honesto, que intenta hacer un trabajo lo mejor posible.

– Es un político, con la mira puesta en lo más alto. Un santo a los ojos de los demás, pero engaña a su mujer en su vida privada. Y teniendo la oportunidad de descubrir el pastel, no iba a desperdiciarla -se bebió la copa de coñac-. ¿Sabes? Has sido tonta, Abbie. Debiste aceptar el dinero que te ofrecí por contar la historia. Quiero decir, no hay nadie tan poco egoísta, tan generoso como pareces ser tú. Una mujer agraviada nunca debería haber permitido que su marido saliera impune. La naturaleza humana no es esa, ¿no?

– Bueno. Esto ha sido muy revelador, señor Morley -dijo Grey, moviéndose hacia la puerta-. Será mejor que no lo entretengamos.

Steve se puso de pie un poco dudoso.

– ¿No piensa cachearme por el negativo de las fotos?

– No. Eso sería infringir sus derechos.

– ¿Sus derechos? -explotó Abbie-. ¿Y nuestros derechos? Él se metió aquí. espió, sacó fotos…

– Él estaba haciendo su trabajo. No se metió en la casa como un ladrón. La puerta estaba abierta. Y pareces olvidarte de que nos encendió amablemente la chimenea.

– ¡Oh, sí…! ¿Deberíamos invitarle a almorzar?

– No hace falta tanto. Además, estoy seguro de que está ansioso por llegar al primer teléfono que haya. No debemos retenerle.

Steve Morley miró desconfiado a Grey.

– Si cree que las líneas de teléfono cortadas evitarán que pase la información, se equivoca. Tengo un teléfono móvil.

– Por supuesto que lo hará. Pero no creo que le sea tan rentable. Robert ha informado al Primer Ministro de que no se presentará a las próximas elecciones.

– ¿Y cree que la gente no querrá enterarse igual…?

– Se enterarán. Habrá unas declaraciones en el periódico de la tarde para anunciar que Robert ha dimitido para pasar más tiempo con su familia.

Steve hizo un gesto de disgusto. Pero Grey no se inmutó.

– Me refiero a su nueva familia. Emma y Matthew. Jon está encantado. Y no creo que la vida privada de los ex políticos interese mucho a la prensa. Teniendo la noticia de los efectos de la ventisca. Y el anuncio de hoy de que la señora Susan Lockwood será la candidata de su partido en las próximas elecciones.

– ¿Qué? -Steve Morley se puso blanco. Hurgó en su bolsillo buscando su teléfono móvil, pero Grey se lo quitó de las manos antes de que pudiera usarlo y le extrajo la batería, metiéndosela en el bolsillo antes de devolvérselo.

– Me temo que no puedo permitirle que haga su trabajo bajo mi techo -dijo Grey-. Pero si se da prisa, tal vez pueda llegar a ver el anuncio en el noticiero de la una.

Steve no necesitó que lo animasen a ello, ya se estaba poniendo el abrigo.

– Es una pena -siguió Grey-. Ha estado en el lugar equivocado detrás de una historia equivocada durante los últimos dos días, señor Morley. Debió quedarse en Londres. Sin lugar a dudas el propietario de su periódico querrá saber por qué no estaba usted en su despacho.

Grey se puso el abrigo que estaba colgado detrás de la puerta.

– Y ahora lo llevaré hasta la carretera. El campo es muy traicionero en esta época, y no quisiera que le pasara algo malo -miró a Abbie-. No tardaré -le dijo.

Pero al cerrarse la puerta, ella no se quedó tranquila.

Capítulo 10

Abbie se quedó esperando. Durante un rato largo se sentó al lado del fuego a esperarlo. Quería escucharle decir que comprendía lo que ella había hecho, y por qué.

Necesitaba que hablasen y aclarasen todo.

Pero él no volvía.

A la hora, se puso de pie, recogió las copas, puso la tetera al fuego y buscó en el congelador algo para comer. Tendrían que comer. Tenía que entretenerse en cualquier cosa para no obsesionarse con la pesadilla que había montado por su desconfianza.

Filetes, patatas, ensalada de tomate. Dejó los ingredientes a mano, y fue a buscar la pimienta. Para su asombro, descubrió que ni de eso se había olvidado Polly. Al volver del fregadero se lo encontró allí, en silencio.

– No te he oído llegar -dijo ella-. Has tardado mucho. ¿Qué… qué le has hecho a Steve?

– ¿Y eso importa? -él miró la comida-. Si vamos a comer filetes, debemos acompañarlos con clarete. Lo abriré ahora, si me das el sacacorchos.

– ¿El sacacorchos?

¿Por qué hablaban de sacacorchos?, se preguntó ella.

– En el cajón, delante de ti -le indicó él.

– ¿Le has hecho daño? -le preguntó ella, con la cabeza baja.

– ¿Debí hacerlo? Él estaba haciendo su trabajo, simplemente. Da igual lo desagradable que fuera su labor. Creo que ya tendrá su merecido. No creo que le haga gracia al dueño del periódico todo lo que gastó Steve en los últimos meses para seguir la pista de Robert, y que ahora vuelva con las manos vacías. Eso será peor que lo que yo pueda hacerle -Grey se acercó a ella. Y tomó el sacacorchos, sin apenas rozarla-. Además, tiene una barbilla dura -dijo, recordando el golpe que le había dado al periodista.

Ella se dio la vuelta para mirarlo.

– Lo siento, Grey. Debí tenerte confianza…

Él se encogió de hombros y se alejó.

– ¿Grey? -ella le puso una mano en la manga-. Fue un malentendido, ¿no lo ves?