Era evidente que Marga pertenecía a ese nutrido grupo de personas que consideran terrible instalarse en un hotel, seguramente porque son incapaces de ver ventajas a las sábanas limpias, las toallas esponjosas y el orden artificial que llega de la mano de una camarera de planta. ¡Ay, esas habitaciones arrasadas por la mañana que al regresar a mediodía se encuentran en perfecto estado de revista! ¡Esos desayunos abundantes donde dar rienda suelta a los caprichos de la gula! ¡La posibilidad de pedir una taza de caldo a las tres de la madrugada, la pulcritud del servicio de tintorería, la eficiencia del conserje tomando los recados! Por lo visto, Marga le estaba ofreciendo su casa como una alternativa al infierno… En fin, después de todo quizá la misión sería más sencilla si llegaba a convivir con los dos elementos de la discordia.
«La misión… Jan, querido, me debes una.»
Claro que ya había perdido la cuenta de todas las que ella le debía a Jan.
– Entonces, decidido. Te instalas con nosotras. ¿A que será divertido, Sol?
– Sí, Marga, será muy divertido. Pero me llamo Solange. No sé qué manía te ha entrado con eso de acortarme el nombre, pero no me gusta un pelo. Tengo que salir otra vez. Tía Vi, me alegro de que te quedes. Me alegro mucho, mucho, mucho…
Le dio un achuchón, y Victoria estuvo segura de que el gesto afectuoso era una formar de subrayar su frialdad con la buena de Marga.
– ¿A qué hora vas a volver?
– Ya veremos.
– ¿Para la cena?
– Marga… ¿Qué parte del «ya veremos» no has entendido? He quedado con mis amigas y vendré en cuanto pueda. Y, por favor, no me llames al móvil media docena de veces. Necesito espacio ¿vale?
Impertinencia en estado puro. Victoria tuvo que morderse la lengua para no intervenir, pero se recordó a sí misma que no estaba allí para poner de manifiesto la torpeza de Marga, que debería haber parado los pies al caudal de insolencia de aquella adolescente.
– Es siempre así -confesó, cuando se oyó a lo lejos el crujido de la puerta al cerrarse-. Al menos conmigo. Está llena de pinchos, como un cactus. A veces pienso que me odia.
– No digas tonterías. Está en una edad horrible.
– Lo sé. Pero contigo es distinto.
Victoria se envalentonó.
– La mimasteis demasiado… Me refiero a Jan y a ti.
El nombre de Jan provocó en las dos un latigazo de dolor, como si escucharlo fuese una forma de hacer más presente su ausencia.
– Ya lo sé. Pero ¿qué otra cosa podía hacer? La primera vez que la vi tenía cinco años. Era una pobre niña sin madre, y tan bonita… Perdí la cabeza por ella, Victoria. Me he pasado la vida queriéndola, cuidándola, consintiéndola… Creo que, en el fondo, quería hacerme perdonar que no fuese hija mía.
Victoria se sorprendió. Aquella frase era lo más inteligente que le había escuchado a Marga desde que se conocían. Pero no quería que su primera conversación se convirtiese en un rosario de disculpas, en un ejercicio de arrepentimiento por parte de Marga con respecto a la educación de su hija postiza. Había cosas más importantes que ventilar.
– Bueno, supongo que es normal. Sea como sea, Solange tiene un carácter fuerte, y la adolescencia no va a servir para facilitar las cosas. Por no hablar de la nueva situación.
Menudo eufemismo. «La nueva situación.»
– ¿Sabes, Victoria? Me temo que, ahora que su padre ha muerto, Solange no está dispuesta a quedarse conmigo.
– Pero…
– Me lo insinuó ayer. Se le ha metido en la cabeza ser diseñadora de moda y marcharse a París a vivir con su madre. Dice que aprendería mucho con ella. Está convencida de que Chloe es una especie de universidad del buen gusto.
Vaya. ¿Era una nota de sarcasmo lo que acababa de percibir? Caramba con Marga, estaba ganando algunos puntos.
– ¿Y tú qué opinas? ¿Quieres que Solange se vaya?
Se pasó la mano por los ojos y su voz sonó cansada.
– No. Ahora que Javier no está, se me parte el corazón sólo de pensar en perderla también a ella… Pero si es lo que quiere, no veo cómo voy a poder impedirlo. Por mucho que no ejerza, Chloe es su madre. Si Solange desea pasar un tiempo a su lado, adelante. Por mucha pena que me dé, quizá sea bueno para todos.
Muy razonable, sí señor. Sacar a Solange de escena durante un tiempo. Que disfrutase de su madre, de los encantos de París y del charme de la plaza Vendóme. Que le diese el aire de los Campos Elíseos, que tomase clases de dibujo y que asistiese junto a la sofisticada Chloe a los desfiles de alta costura. Ahora sólo había que convencer a la madre de la criatura de la conveniencia de abrirle las puertas de su casa y de su vida.
– ¿Has hablado con Chloe?
– ¿Estás de broma? Ni siquiera iba a escucharme. Lo mejor es que sea Solange quien le diga que desea vivir en París. A ella no se atreverá a decirle que no.
«Pero ¿qué clase de serrín tiene esta mujer en la cabeza? Retiro lo dicho: es completamente idiota. No me extraña que jan necesitase enviarle una niñera desde el más allá.»
– Marga… No creo que, siendo Chloe como es, le suponga algún problema desengañar a su hija. Imagina cómo se sentiría Solange oyendo decir a su madre que no la quiere con ella. Digas lo que digas, si existe alguna posibilidad de que las cosas salgan bien, es planteando esto con cierta frialdad, como… como si fuese una negociación.
Marga miraba a Victoria con los ojos enrojecidos por el llanto y una cierta expresión de interés.
– Es posible que tengas razón. -Suspiró brevemente-. Ay, Victoria, menos mal que estás tú… Al menos a ti Chloe te respeta. Hasta creo que le caes bien. ¿Por qué no la llamas ahora mismo? Cuanto antes sepamos a qué atenernos, mejor para todos. Además, si accede al traslado, será un aliciente para Solange. Seguro que estará de mejor humor sabiendo que el curso que viene vivirá en París con su madre.
Victoria iba a protestar, pero se dijo que no valdría de nada. Ella sólita se había metido en la boca del lobo. Además, si el plan funcionaba, su trabajo en Madrid habría acabado antes de lo previsto: con Solange en Francia, ya no habría paz que buscar entre la niña y su madrastra. Y apostaba cualquier cosa a que, después de pasar una temporada con su mamaíta, Solange iba a regresar más suave que la seda. Al fin y al cabo, para que una persona empiece a valorar a otra, puede venir bien una época de distanciamiento.
– Muy bien. Voy al otro cuarto a llamar a Chloe. Cruza los dedos, ¿quieres?
– Aló!
– Chloe… Soy Victoria.
– Ah, Victoria, querida. ¿Ya estás en Nueva York? Pensaba llamarte, voy a la ciudad dentro de unos días. Tengo que disparar allí una sesión estupenda…
La cortó antes de que se extendiese en detalles sobre el viaje y el fabuloso trabajo que iba a hacer con el fondo de los rascacielos.
– No, aún estoy en Madrid. No sé cuándo volveré. Estoy de año sabático en la universidad.
– Qué suerte tenéis los profesores, con tantas vacaciones.
«Un día de éstos, Chloe, voy a matarte.»
– Ya. Mira, necesito hablar contigo. Se trata de Solange.
– ¿Qué le pasa? ¿Está mal?
– No, no, está… está bastante bien, dadas las circunstancias. He estado cambiando impresiones con ella acerca de… de su futuro. -Pero qué condenadamente difícil era todo aquello, maldito Jan, maldito, maldito-. Y… bueno, no sé si te lo ha contado, pero dice que quiere estudiar diseño de moda.
– ¡Qué bien!
Victoria captó en el comentario el mismo entusiasmo que si le hubiese revelado que su hija quería ser astronauta o dueña de una gasolinera.
– Sí, bueno, a ver, porque los chicos, ya sabes, cambian de opinión y eso… Pero por lo pronto ella cree que… eh… que quizá no le vendría mal pasar una temporada en París. Ya sabes, la meca de la elegancia, el chic parisino, el glamour… Para… empaparse de buen gusto.