– Bueno, tú dirás…
– ¿Cómo?
– Tía Vi… Que no soy tonta… Me has traído hasta aquí para hablar conmigo lejos de Marga. Así que dime lo que quieras. Te escucho.
He aquí una adolescente que sobrevalora su inteligencia: no sólo se cree muy lista, sino que está convencida de que todos los demás son idiotas. Esa desenvoltura, esa suficiencia, ese tono de superioridad… Victoria sonrió con indulgencia. Ella había sido igual, y tuvo sobradas ocasiones para corregirse. Ya te darás de bruces con la dura realidad, querida niña.
– Muy bien. Pues entonces, vayamos al grano. Antes de entrar en materia, una petición. Me gustaría que corrigieses tu modo de tratar a Marga.
– ¿Y cómo la trato?
– Solange… Lo sabes muy bien. Me temo que tu forma de dirigirte a ella sólo puede calificarse de grosera. Y eso no me gusta. Al margen de que no creo que Marga lo merezca.
Solange dio un sorbito a su cocacola light antes de atusarse la melena y seguir hablando.
– Mira, ya sé que vas a empezar con lo de que Marga es un ángel y todas esas cosas. Y yo no digo que sea mala, que conste. Entre otras cosas porque para eso hay que ser bastante más lista de lo que ella es…
Crueldad adolescente. Victoria supuso que la tristeza de Solange estaba multiplicando sus efectos.
– … pero, a pesar de que sea una santa, no la soporto. Cuando papá vivía era distinto, ¿sabes? Me limitaba a no hacerle mucho caso. Pero ahora… En fin, qué te voy a contar. La voy a tener siempre encima, mirándome, vigilándome. A veces me recuerda a un búho.
– Te quiere mucho…
– Pues peor para ella. Además, no estoy diciendo que no la quiera. Pero no me apetece vivir a su lado. No sin estar papá. Quiero irme a París, con Chloe. Me he dado cuenta de que apenas conozco a mi madre…
«¡Ay, Solange! Me temo que tu madre no tiene gran interés en que la conozcas. Y, además, si llegaras a hacerlo, no creo que te gustara mucho.»
– No me parece lógico que te marches ahora. Tienes dieciséis años. No es la mejor edad para cambios radicales, teniendo en cuenta además que atraviesas un momento delicado.
– Pues precisamente por eso me quiero marchar. Me… me estoy haciendo adulta, y no quiero crecer junto a Marga.
– ¿Por qué?
– Porque no.
A Victoria le gustó la respuesta infantil. Abría una nueva vía de ataque. Lo malo era que Solange ya estaba embalada.
– Además, ¿qué va a aportarme ella? ¿Crees que puede enseñarme algo? Es una persona tan gris… Siempre está triste, siempre está asustada, como si tuviese miedo de su propia sombra. Y luego, su abandono personal. ¿No te has fijado en cómo se peina? ¿En cómo se viste?
Solange no se dio cuenta de que Victoria había fruncido el ceño y, además, le temblaba la barbilla. Ante esos síntomas, Jan hubiese interrumpido la conversación para reconducirla, pero Solange no conocía a Victoria, y de todos modos estaba demasiado enredada en su diatriba como para reparar en cualquier otra cosa.
– Cualquiera con un poco de sentido la tomaría por una homeless. ¿Por qué no puede vestirse como tú? ¿O como Chloe? Quiero ser diseñadora, tía Vi… Tengo que convivir con alguien de quien pueda asimilar cierto buen gusto. Si paso mucho más tiempo con Marga, acabaré convirtiéndome en una hortera. Con mi madre no…
– ¡Se acabó!
Los ojos acuosos de Solange se agrandaron un poco. El palmetazo que había dado Victoria sobre la mesa tuvo el efecto deseado para subrayar el grito de interrupción.
– Pero, tía Vi…
– Ni tía Vi ni nada. ¿De verdad te has escuchado? ¿Quién te has creído que eres, Solange? ¿París Hilton? Porque lo que estás diciendo parece sacado de un libro de estilo para descerebradas. Pensaba que eras una buena chica, pero veo que te has convertido en una mocosa egoísta… una chiquilla malcriada sin consideración ni respeto. ¿Cómo puedes hablar así de Marga? ¿Despreciar de esa forma a una mujer que te ha tratado siempre como si fueses su hija?
– Vi, pero es que ella no es mi madre…
– Oh, claro que no lo es. Por eso tiene más mérito todo lo que ha hecho por ti. Todo lo que está dispuesta a hacer a partir de ahora. Me decepcionas, Solange. Y si pudiera escucharte ahora, también tu padre se sentiría decepcionado.
Aquella frase tuvo un efecto inmediato. Solange se echó a llorar. Victoria sintió la tentación de abrazarla. Después de todo, era sólo una pobre niña confundida. Una niña sin padre que aún no había aprendido a dirigir sus afectos en la dirección correcta. Pero no era el momento de prodigarle gestos de cariño. Tenía que darse cuenta, siquiera por unos segundos, de lo terrible que es llorar sin que nadie te consuele, que era lo que acabaría haciendo si dejaba a Marga. Supo que era el momento de entrar a matar. Solange estaba ya contra las cuerdas, y nada de lo que le dijera iba a hacer que se sintiese peor.
– Sol… lo siento, pero tienes que madurar. No puedes irte a París. Ni instalarte con tu madre, que tiene una vida de locos y no está en condiciones de ocuparse de ti.
– Esto es cosa de Marga, ¿verdad?
– No, Solange. Te doy mi palabra. Ella estaba dispuesta a dejarte marchar. Pero tu madre y yo tuvimos una larga conversación esta tarde, y hemos decidido que lo mejor es que permanezcas en Madrid hasta acabar el bachillerato. Luego, cuando llegue el momento de ingresar en la universidad, podrás decidir lo que prefieres hacer, dónde quieres vivir y cómo quieres organizarte. Entretanto, tu sitio está aquí.
– Así que no puedo elegir.
– Eso me temo -le dedicó una sonrisa-. Si te sirve de consuelo, es lo que pasa a tu edad: siempre hay alguien que escoge por ti.
– Es que echo tanto de menos a papá que me parece imposible vivir en esa casa sin él… y con Marga…
«No eres la única.»
– Solange… Marga puede tener muchos defectos, pero es una persona honesta que te quiere mucho. Tardarás en darte cuenta, pero lo que ahora necesitas es tener cerca a alguien como ella, generosa, amable, y buena hasta decir basta. No me digas que no hay cosas que aprender de alguien así. Y, además, también estoy yo… Te conozco desde que naciste, así que puedo servirte de ayuda en caso de emergencia.
– Júralo.
«Como si hiciese falta que te lo jurase a ti, querida. Como si tu padre no se te hubiese adelantado exigiendo compromisos postumos.»
– Lo juro. Y ahora, deja de gimotear y ve a lavarte la cara. No quiero que Marga te vea así. Bastante tiene ella con lo que tiene. ¿Estamos? Recuerda que no eres la única que lo está pasando mal. Volvamos a casa. Es tardísimo…
Las recibió un suave olor a mantequilla derretida. Desde la cocina llegaba un confuso concierto de chisporroteos y cacerolas que chocaban. Solange puso los ojos en blanco.
– Ya estamos…
– ¿Qué pasa?
– Le ha dado por guisar con mantequilla.
– ¿Desde cuándo?
– Yo qué sé. Un par de meses, creo. Fue a un curso de gastronomía francesa o algo así.
– Bueno, no te quejes. Marga cocina de miedo…
– Sí, gracias a Dios. Si voy a ponerme como una vaca, al menos que sea por comer cosas ricas. Pero preferiría que volviese al aceite de oliva. Ahí está.
Marga se acercaba envuelta en un enorme delantal de rayas azules y blancas que le llegaba hasta los pies. Se había recogido el pelo bajo un gorrito elástico y llevaba en la mano una cuchara de madera. Muy a su pesar, Victoria reconoció que ofrecía un aspecto más bien ridículo.
– La cena estará en unos minutos.
– Ah… Qué bien… ¿Quieres que ponga la mesa?
– Ya lo he hecho yo.
Solange buscó refugio en su cuarto, y Victoria siguió a Marga a la cocina. Allí reinaba un desorden de considerables proporciones y el olor a mantequilla se volvía casi insoportable. Victoria tragó saliva, pensando angustiada en la inminencia del festín. Tres años antes había tomado la decisión de no cenar para conservar la línea, y hacía muy raras excepciones a aquella regla de oro: a partir de las ocho de la tarde, sólo una ensalada o un yogur. Pero no parecía que fuera eso lo que Marga iba a servirles.