Mi madre había amado a dos hombres, primero a mi padre, y luego a Coyote, y los dos la habían abandonado. A veces a medianoche ponía música en el gramófono y bailaba sola en su dormitorio. ¿Se había vuelto loca? ¿Se habían unido en un solo hombre mi padre y Coyote? ¿Fue esa confusión lo que le provocó el tumor que finalmente acabó con su vida? Mi madre me necesitaba, y yo cuidé de ella y descuidé a Isabel. Pensé que la amaba, pero tal vez sólo sentía amor por Francia. Tal vez no estaba preparado para confiar en nadie. Me volví posesivo y receloso, y nuestra relación se convirtió en una serie de riñas y acusaciones. Isabel me decía una y otra vez, hasta hartarme: «No dejas que me acerque a ti, Mischa. No me dejas estar contigo». Yo no le abría mi corazón, no compartía mi pasado con ella. Pensé que podría, pero me resultaba imposible. Me lo guardaba todo, y de nuevo me quedé solo. Otra vez nos quedamos los dos a solas, maman y su chevalier.
23
Nueva York 1985
Pero todo eso pertenecía al pasado. Lleno de tristeza, me desperecé y me acerqué a la ventana para mirar a la calle. La nieve seguía blanca y crujiente salvo en la calzada, donde el paso de los coches la había convertido en un lodo gris. El cielo tenía un color invernal con parches azules, y los árboles estaban desnudos y ateridos de frío, pero si cerraba los ojos podía sentir la cálida brisa de Francia.
El timbre del teléfono me sacó de mi ensueño. Pegué un brinco, temiendo que el ruido despertara a la Muerte que dormía en aquel silencioso apartamento.
– ¿Hola?
– Stan me ha dicho que estabas aquí. -Era Linda, la mujer con la que había compartido los últimos nueve años de mi vida.
– He decidido que era hora de mirar sus cosas.
– Entiendo. -Se la notaba tensa-. ¿Quieres que te ayude?
– Gracias, prefiero hacerlo solo. -Siguió un silencio cargado de reproches. Me sentí culpable. Últimamente casi no le dirigía la palabra. No debía de ser agradable vivir conmigo-. Bueno, si no tienes nada importante que hacer -dije finalmente.
– En un momento estoy allí -respondió Linda animada.
Colgué el teléfono con un hondo suspiro. No quería compartir esto con ella, no quería compartirlo con nadie. Mi madre había cerrado algunos capítulos, y yo había hecho lo mismo. Metí en una bolsa el álbum de fotos y las cartas, pero me guardé la pelotita de goma en el bolsillo.
Linda llegó con las mejillas rojas y los ojos brillantes. Había venido caminando. Se quitó los guantes de lana y el sombrero y sacudió la rubia melena.
– ¡Hace un frío tremendote, narices! -exclamó sorbiendo por la nariz.
– ¿Te apetece beber algo?
– Sí. ¿Qué tienes? -Entró conmigo en el salón y se acercó al armario de las bebidas-. Esto está muy oscuro. ¿Por qué no abres las cortinas y dejas que entre la luz? -Yo me encogí de hombros-. Te deprimirás más con esta oscuridad.
Me irritó que se refiriera a mi presunta «depresión». Por supuesto que estaba deprimido. Mi madre acababa de morir. Le serví un agua tónica de limón.
– Es muy extraño -dijo Linda-. Todo está igual, en el mismo sitio, pero se nota realmente distinto, como si no tuviera vida.
– Y así es -dije, sirviéndome otra copa de ginebra.
– He visto que todavía recibe correo. ¿Quieres que mire lo que es?
– No, ya lo haré yo.
– Mischa, quiero ayudarte -dijo en tono de súplica. Me preparé para lo que vendría a continuación-. No te encorves así, como si estuvieras ante el enemigo. -Reprimió un sollozo y abrió las cortinas de par en par, dejando que la luz entrara a raudales y mostrara el polvo de la habitación. Yo retrocedí al rincón como si fuera un vampiro-. Es mucho mejor así, ¿no te parece? -dijo con alivio.
Atravesó decidida la habitación. Sus botas repiquetearon sobre el suelo de madera. Yo la dejaba hacer.
– Tenemos que organizar esto con precisión militar -dijo-. Conseguiré un par de bolsas grandes de basura.
Oí cómo trasteaba en la cocina, abriendo y cerrando armarios. Me estaba poniendo cada vez más nervioso. Finalmente apareció en el umbral con la camiseta arremangada.
– Me dedicaré a la cocina, porque no creo que allí haya nada sentimental, y tú puedes empezar por su dormitorio.
No pude soportarlo más.
– Déjalo, Linda. No hagas nada en la cocina, no quiero que sigas. No tenía que haberte dejado venir.
No parecía dolida, como en otras ocasiones cuando le gritaba, sino enfadada. Explotó como una olla a presión.
– No, Mischa, basta ya. No lo aguanto más. Te cierras como una ostra. Si no te ayudo, esto seguirá así durante meses. Supéralo de una vez. Tienes que revisar las cosas, quedarte con lo que quieras y tirar lo que no te sirva, vender el apartamento. Cierra este capítulo y sigue adelante. -Me asombró verla explotar de esa manera. Normalmente no era así-. Eres odioso y mandón. Estoy harta de aguantar tus arranques de ira como si yo estuviera en un rodeo, de hacer lo posible por alegrarte cuando estás triste y de cuidarte como si fuera tu esclava. Eres la persona más egoísta que he conocido. Sólo piensas en ti mismo. ¿Ysabes qué? Te ahogas en autocompasión. Estás tan ocupado compadeciéndote de ti mismo que no ves nada más. Pero yo también tengo mis necesidades, Mischa. También necesito que alguien cuide de mí. -Me quedé escuchando sin decir nada mientras ella iba arrojándome encima sus quejas, como si se tratara de las hojas de una alcachofa, hasta que llegó al centro de la cuestión-. No puedo llegar a ti, Mischa. Lo he intentado, en serio, pero no dejas que me acerque.
Me senté y apoyé los codos sobre las rodillas para darme un masaje en las sienes. Era un mal momento para discusiones. Linda se desplomó en el sofá y se echó a llorar.
– No sé lo que quieres de mí -le dije, pero claro que lo sabía. Ella esperaba que le dijera que la quería. Pero era imposible. Yo era incapaz de amar. Linda quería compromiso, como todas las mujeres. Quería comunicación, pero yo no la dejaba acercarse. No podía darle lo que necesitaba y, lo que era peor, ni siquiera iba a intentarlo.
– Quiero que me dejes quererte, eso es todo -dijo casi a media voz. Dobló las piernas sobre el sofá, acercando las rodillas a su barbilla, y se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
– ¿Ypor qué razón, si soy un tipo tan despreciable?
– Hace nueve años, cuando te conocí, eras un hombre alto, colérico, con ojos de un azul penetrante, y con tanta personalidad que parecías capaz de cualquier cosa. Y cuando no estabas enfadado eras muy divertido. A medida que le fui conociendo comprendí que en realidad eras muy vulnerable, y que ocultabas tu dolor tras la rabia. Aunque ahora te parezca una tontería, pensé que podría ayudarte. Yo era joven, tenía veintiocho años recién cumplidos, y lo único que deseaba era hacerte feliz. Pensé que con el tiempo me dejarías acercarme, pero no ha sido así…
– Lo siento…
– A veces no basta con el amor. Una persona puede dar y dar, pero si no recibe nada a cambio, el amor se agota. Yo ya no tengo nada para darte, Mischa. Mi amor se ha agotado.
– Eres demasiado buena para mí, Linda.