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Hizo una pausa y mostró su desdén por ese título, aunque Ashdowne no reaccionó.

– En mi indignación, decidí que pondría final a los hurtos de ese sujeto -continuó Savonierre-. He de reconocer que sus actos siempre me habían resultado entretenidos hasta que osó tomar lo que era mío. Tardé varios meses en llegar a la conclusión concerniente a la identidad del ladrón, pero, para mi consternación, había tenido un golpe de buena suerte que frenó sus actividades delictivas. Sin embargo, estaba convencido de que podría sacarlo de su retiro para un último robo -miró a Ashdowne con intensidad-. Verá, yo entendía su deseo de vivir el peligro, el entusiasmo que le provocaba engañar a la nobleza ociosa. Hasta podía admirar su inteligencia, siempre que no se hubiera atrevido a apoderarse de lo que era mío.

– Vamos, señor Savonierre -protestó Georgiana, alarmada por la dirección que tomaba su discurso, pero él la cortó con una sonrisa fría.

– Concédame un minuto más, por favor -pidió, concentrándose otra vez en Ashdowne-. Renuente a olvidar el asunto, comencé a ponerle trampas, pero, para mi frustración, El Gato estaba demasiado ocupado o no tenía interés en morder el señuelo. Con toda la información que poseía, decidí que, dada su situación actual, el ladrón solo aparecería si entraba en su terreno personal, como él había hecho conmigo. Y eso hice -sonrió, provocándole un temblor a Georgiana.

››Pero lo subestimé -afirmó Savonierre con amargura en la voz, aunque sin reflejarlo en el rostro-. Había preparado la escena a la perfección, pero El Gato se cercioró de que alguien me distrajera el tiempo suficiente para lograr apoderarse del cebo, de modo que me fue imposible capturarlo en plena acción, como había sido mi intención. No obstante, estaba seguro de que aún podía desenmascararlo -frunció el ceño-. Por desgracia, el detective de Bow Street que contraté demostró ser incompetente, y aunque tenía muchas esperanzas en su habilidad, señorita Bellewether -la miró-, no tomé en consideración que el ladrón podría emplear su poder de seducción para persuadirla de abandonar sus esfuerzos››.

– Ya es suficiente, Savonierre -dijo Ashdowne, poniéndose de pie con expresión dura-. No sé que quiere dar a entender, pero no permitiré que calumnie a Georgiana.

Esta no supo si en los ojos de Savonierre apareció un destello de sorpresa, pero lo vio inclinar la cabeza en concesión cortés.

– Le pido perdón -Ashdowne frunció el ceño, como reacio a aceptar esa disculpa que sonaba falsa-. Es libre de irse, desde luego, pero sepa que no descansaré hasta qué… -comenzó, para verse cortado por la vehemente exclamación de Ashdowne.

– ¡No! Sepa usted, Savonierre -musitó con tono bajo y amenazador-, que el collar era falso, y si fuera usted, yo no perdería el tiempo en perseguir a un hombre que robó un collar falso a su ex amante. A cambio, podría preguntarse qué hizo ella con el verdadero.

Aunque Savonierre apenas dejó entrever lo que sentía, Georgiana tembló con la fuerza de su reacción. Dio la impresión de llenar la habitación con su energía, como si luchar por mantener su educada actitud fuera demasiado. Y entonces la impresión se desvaneció.

¿Aceptaría las palabras de Ashdowne como un reconocimiento de culpabilidad? ¿Haría que los encerraran a los dos o exigiría una satisfacción? No hizo nada de eso; solo inclinó la cabeza en asentimiento.

– Si usted tiene razón, entonces debería extenderle mis disculpas. Desde luego, seguiré su consejo -con una leve sonrisa, pareció aceptar la derrota en el juego al que se había entregado, dejando a Georgiana y a Ashdowne mirándolo sorprendidos.

Dieciocho

A Ashdowne le daba la impresión de que todo Bath se había presentado a la boda, bien por curiosidad o bien por la última celebración de un verano pasado en la pintoresca ciudad.

En las últimas semanas había sentido la tentación de llevar a cabo una acto impulsivo y primitivo de posesión, por lo que planeó la boda a toda velocidad en la vieja abadía. Y esa noche, al fin, Georgiana sería suya. Respiró hondo para contener la pasión que había ido creciendo en él durante esas semanas.

Miró de reojo a la novia con su vestido engañosamente sencillo de seda azul y pensó en quitarle esa creación elegante de su espléndido cuerpo, olvidándose de los invitados.

Sólo la determinación de evitarle mayores angustias a su esposa lo mantuvo a su lado, sonriendo y musitando palabras sin sentido a la hilera en apariencia interminable de personas que querían felicitarlos. Desde luego, no se hallaban presentes todos los que habían conocido ese ajetreado verano. Al parecer lord Whalsey había encontrado a una heredera solterona a la que le encantaba su incipiente calva, mientras el señor Hawkins había sido escoltado fuera de la ciudad por un marido celoso, a instancias de Ashdowne.

Mientras contemplaba a la multitud, notó que Jeffries avanzaba hacia ellos, y por primera vez no se sintió incómodo ante la llegada del detective, que había regresado de Londres para asistir a la ceremonia.

– ¿Señorita? Perdón, quiero decir milady -dijo, tratando de captar la atención de Georgiana. Ella giró y fue recompensado con una sonrisa de agradecimiento.

– Gracias por venir, señor Jeffries. Se marchó de Bath con tanta premura que no dispuse de la oportunidad de despedirme y darle las gracias por su colaboración.

– Bueno, en cuanto se encontró el collar, no había motivos para que me quedara. Es usted la mujer más desconcertante que he conocido jamás, si me permite decirlo.

– Es lo mismo que pienso yo -convino Ashdowne, pero mientras Jeffries se despedía, experimentó algo de culpabilidad. No dejaba de pensar que el detective desconocía que Georgiana había solucionado el caso sola. Aunque la devolución de las esmeraldas había absuelto a Ashdowne de toda posible sospecha, también había apagado los sueños de Georgiana. Y eso era algo que no podía olvidar… ni perdonarse.

Consciente de que tenía el ceño fruncido, movió la cabeza para saludar al tío abuelo de ella, un caballero pequeño de aspecto erudito que lo estudiaba a través de unas gafas oscuras.

– Así que usted es Ashdowne -comentó, observándolo como si fuera un espécimen científico. Silas sonrió, al parecer satisfecho con la inspección-. Si Georgiana lo ha elegido, supongo que está bien, pero recuerde, muchacho, que los genios son un poco excéntricos. Debe darles la oportunidad de entregarse a sus estudios, y de vez en cuando ha de complacerlos.

Ashdowne intentó recordar la última vez que alguien había tenido la audacia de llamarlo muchacho, pero ocultó su expresión.

– Bueno, lo sé, señor. Y tengo la intención de mantener a esta genio ocupada largo tiempo -ladeó la cabeza para mirarla con orgullo que no intentó esconder. Cuando el anciano se marchó riendo entre dientes, Ashdowne tomó a Georgiana de las manos y la condujo a un rincón para disponer de un momento de intimidad. Cuando ella lo miró expectante, él sintió un nudo en la garganta-. Tengo tantas cosas por las que disculparme… Lamento haberte privado del reconocimiento que merecías -susurró-. Pero hablaba en serio sobre las cosas que te dije acerca de Londres. Siempre que quieras ir, lo haremos, y te presentaré a las mentes más brillantes para que puedas brillar entre los tuyos.

– Estoy casada con el hombre de mente más brillante que nunca he conocido, entonces, ¿para qué necesito a los demás? Sé que hubo una vez que anhelé la fama, pero me contento con un público admirado de uno mientras tú seas ese uno, y es posible que en todo momento buscara eso.

– Si tú lo dices -le apretó las manos-. Desde luego, en mis propiedades hay cientos de personas, personal y arrendatarios que quizá necesiten tus servicios -y si no era así, Ashdowne tenía la intención de inventarse algo para atrapar su interés, ya que pensaba dedicar su vida a hacerla feliz.

– Eso parece maravilloso, ya que sabes que me encanta un buen misterio. Pero, ¿sabes otra cosa, Ashdowne? Creo que el amor es el misterio más grande de todos, y no me importaría dedicarme a descifrarlo. Estoy lista para una nueva aventura… esta noche.