Þóra dijo que no, incomodísima.
– Era sólo uno de tantos detalles que quería dejar resueltos.
– También puede dejar resuelto que Börkur no vino por aquí el jueves por la noche a matar a nadie -dijo bruscamente Elín.
Þóra calló un instante, porque no quería dejar ver que desconocía totalmente aquel viaje de su hermano. Seguramente, Elín debía de creer que Þóra tendría también una lista del tráfico de ese día.
– Bueno, ¿y a qué vino, entonces? -preguntó cautelosa.
– No creo que él me vaya a dar las gracias por contárselo -respondió Elín-. Ya me costó a mí bastante sacárselo. -Un estruendoso bocinazo interrumpió la conversación, y cuando Elín volvió a hablar, maldijo furiosa-. Malditos viejos, ¿por qué no les quitarán el carné de conducir antes de que se queden dormidos al volante? -protestó enfadada, antes de volver al tema-. La única razón por la que le cuento qué vino a hacer es para librarme de usted y eliminar más sospechas estúpidas sobre nosotros.
– A mí me importan poco las razones que la impulsan a contármelo -contestó Þóra con sequedad-. ¿Qué vino a hacer?
– Fue a una reunión con unos agentes inmobiliarios que están locos por ver las tierras que quedan, para su posible compra -dijo Elín-. Mi hermano sabe que yo prefiero esperar, pero él lo hizo en contra de mis deseos. Los de la inmobiliaria se lo podrán confirmar, si tiene usted alguna duda al respecto.
Þóra se despidió y colgó el teléfono.
– Fue su madre quien hizo poner la piedra -dijo-. Es una gente de lo más extraña; el caso es que tienen antecedentes en la familia de problemas mentales, tanto el abuelo como la abuela estuvieron aquejados de enfermedades de ese tipo. -Þóra se puso en pie-. Pero probablemente son inocentes de los dos asesinatos, al menos esta mujer acaba de darme unas explicaciones bastante razonables de las idas y venidas de ambos. -Þóra agarró la bolsa de plástico que contenía los Cuentos y Leyendas de Jón Árnason-. Si encuentro ese poema, es de suponer que irá acompañado de un texto que explique mejor su significado. Podría arrojar alguna luz sobre los motivos que tuvo la madre de Börkur y Elín para grabarlo en la piedra y por qué la colocó. -Dejó la bolsa sobre la mesa-. Tengo que acordarme de devolver los libros cuando regresemos a Reikiavik -dijo-. En la biblioteca a la que suelo ir van a construir un edificio nuevo con las multas que he pagado ya por mis retrasos en las devoluciones. No tengo ningunas ganas de encontrarme con los mismos problemas por todo el país.
– ¿Piensas leerte todos los volúmenes? -preguntó Matthew mientras observaba a Þóra amontonar un tomo encima de otro-. Creo que, mientras tanto, yo voy a ir dándome una ducha.
– Tengo que revisar esto rápidamente -dijo Þóra. Miró el índice del primer volumen y buscó «expósitos»-. Aquí está -observó encantada, apartando los ojos del libro-. Aquí hay una historia que se llama Un esposo era mi destino. Tiene que ser ésta.
Þóra leyó de un tirón la breve leyenda y luego dejó el libro abierto encima de las rodillas.
– ¿Qué? -preguntó Matthew-. No estoy seguro de si ese gesto significa algo bueno o algo malo.
– Yo tampoco -replicó Þóra-. La historia habla de una madre que abandonó a su hija. Años después tuvo otra hija, a la que sí crió. Cuando la niña llegó a la edad nubil, un joven pidió su mano y se casaron. En el momento álgido de la fiesta de bodas llamaron a la ventana y se oyó recitar el poema: La tona habría de cuidar, familia crear debía, un esposo, mi destino igual que el tuyo sería. -Miró a Matthew-. Dicen que el poema lo compuso la expósita para su hermana.
– ¿Quizá el poema alude a que la hermana disfruta de lo que habría tenido que pertenecer a la niña abandonada? -preguntó Matthew.
– Sí, no se puede interpretar de otra forma -dijo Þóra-. ¿Tendría Guðný otro hijo? -Sacudió la cabeza mientras pronunciaba esas palabras-. No, no creo.
– ¿Y a quién fue a parar lo que legalmente habría pertenecido a esa niña? -preguntó Matthew-. Es de suponer que ella habría sido la heredera de su madre.
Þóra hinchó las mejillas y fue echando el aire lentamente.
– Naturalmente, depende de cuándo muriera Guðný. Si la hija murió antes que ella, entonces no habría podido heredar a su madre. Si hubiera muerto después de ella, las cosas serían diferentes. El padre de Guðný murió antes que ella, y como era viudo y no se había vuelto a casar, ella era su único descendiente, Guðný sería su heredera universal. De modo que la niña habría heredado todos los bienes de su madre a la muerte de ésta.
– En ese caso, alguien se benefició de la muerte de la niña -afirmó Matthew-, quedándose con la herencia de Guðný, que legalmente le pertenecía a ella. ¿Quién podría estar en esa situación?
– El pariente más próximo de la madre -dijo Þóra-. Grímur, el tío de Guðný. -Cerró el libro-. Lára, la abuela de Sóldís, dijo que la situación económica de Grímur era bastante precaria. Por eso, habría podido matarla para impedir que se casara. En cuanto la chica contrajese matrimonio, Grímur perdería todo derecho a la herencia.
– Muy bien pensado -asintió Matthew-. Pero no fue él quien erigió la piedra, de modo que, si fue él quien la mató, Málfríður, su hija, la madre de Elín y Börkur, sabía por lo menos que el cuerpo estaba allí debajo. Es demasiada casualidad que levantara esa piedra con esa inscripción precisamente en ese lugar.
– Málfríður -dijo Þóra, pensativa-. Málfríður heredó lo que pertenecía a la niña. Si se trata de una niña y si, además, es la hija de Guðný.
– No faltan cabos sueltos en todo esto -señaló Matthew-. Pero tengo que reconocer que suena estupendamente. ¿Quizá sea ella la asesina, y no el padre, Grímur?
– No lo creo. Durante la guerra era una niña. Cuando Lára volvió a la comarca después de la contienda, la hija de Guðný había desaparecido de la faz de la tierra. Pero puede ser perfectamente que Kristín, la hija de Guðný, sea la Kristín mencionada en la viga del desván. De ser así, es más que probable que Málfríður hubiera grabado la frase: papá mató a Kristín. Odio a papá. Quizá se enteró de alguna forma. Pudo haber sido testigo del crimen o se lo contó su padre.
– Has progresado mucho en la explicación de este caso tan antiguo -dijo Matthew, entrando en el baño para quitarse la suciedad de las manos. Siguió hablando desde allí intentando hacerse oír por encima del ruido del grifo-: Lo peor es que todo eso no le sirve para nada a Jónas. No creo que a Birna y a Eiríkur les mataran por eso.
– Ya, no sé -dijo Þóra, gritando también-. ¿A lo mejor, Birna se enteró de todo y eso hizo que alguien quisiera verla muerta? Porque no querían que se supiera. Ella estaba escarbando en esas cosas, como demuestra la foto de Magnús. A lo mejor encontró algo que la puso sobre la pista.
Matthew apareció en la puerta, secándose las manos con una toalla.
– ¿Pero quién iba a querer matarla por eso? ¿Elín y Börkur?
– No creo -reflexionó Þóra-. Sería absurdo que vendieran las tierras si querían mantener estas cosas en secreto.
– Es probable que no tengan la menor idea de todo este asunto -señaló Matthew, volviendo a desaparecer en el baño con la toalla-. Birna podría habérselo contado para intentar chantajearlos y sacarles dinero. No hay duda de que intentó extorsionar a Magnús y Baldvin, de modo que no habría tenido demasiados escrúpulos para hacerlo también con los otros.
– Podría ser -dijo Þóra-. Pero mi impresión es que no lo sabía. Si algo se puede concluir a partir de su agenda es que sospechaba que había sucedido algo extraño en esta casa, pero en ningún sitio hay el más mínimo indicio de que hubiera llegado a descubrir de qué se trataba. -Fue a buscar el diario y pasó lentamente las páginas-. ¿Recuerdas dónde estaba situado el edificio nuevo, en los planos que estaban colgados de las paredes de Kreppa? -preguntó-. ¿No ocupaba toda la zona, incluidas la piedra y la trampilla?