– Perdona -se disculpó, intentando esquivarle-. No te había visto.
– No pasa nada -dijo el piragüista, con cara de perro. Llevaba puesto el traje de neopreno y tenía el pelo mojado-. No ha pasado nada. Todo lo contrario que con mi kayak -añadió después enfadado.
– ¿Cómo? -preguntó Þóra-. ¿Ha sufrido algún daño? -Al ver el gesto de Þröstur, soltó sin poderlo evitar-: ¡Yo ni me he acercado a él!
– Ya, ya lo sé -dijo Pröstur, dispuesto a seguir su camino.
– Espera, querría preguntarte un par de cosas -dijo Þóra, agarrándole por el brazo. Dio un respingo al notar lo grandes que eran los bíceps de aquel hombre-. Hasta ahora no he conseguido pillarte ni un momento.
– ¿Qué me quieres preguntar? -dijo Pröstur; Þóra no se atrevió a seguir tocándole el brazo-. ¿Si alguna vez se me ha quedado la cabeza debajo del agua cuando estaba en el kayak?
– Mmmm, no -contestó Þóra extrañada-. Ni se me había pasado por la cabeza. No, no, mis preguntas se refieren a los dos crímenes que se han cometido por aquí cerca, que supongo ya conoces.
El gesto de Pröstur mostró al mismo tiempo ira y miedo. La puerta del hotel se abrió, y su atención se dirigió hacia las carretillas con huesos que pasaban por delante. En su rostro apareció reflejada una enorme sorpresa.
– ¿Qué está pasando aquí?
– De todo -replicó Þóra-. Pero nada bueno. ¿Estarías dispuesto a charlar un momento? Podría ser importante. -Confiaba en que la capacidad de convicción de aquellos huesos consiguiera hacerle aceptar.
– Sí, sí -respondió él enseguida-. Precisamente iba a hablar con la policía. Como el kayak está dañado, no hay ningún motivo para seguir callando.
– ¿Cómo? -dijo Þóra, señalando las hamacas que había fuera-. ¿Qué tal si nos sentamos? -Se dirigieron hacia la mesa y se sentaron, y Þóra aprovechó la ocasión para presentarle a Matthew-. ¿Qué ibas a contarle a la policía? -le preguntó después.
Pröstur puso gesto de entendido.
– El viernes por la mañana salí a entrenar, y me encontré el kayak todo lleno de sangre. -De pronto, se arrepintió-. En realidad no estaba todo lleno de sangre, había sangre en el remo y en el asiento, y luego algunas manchas dispersas. La sangre no era mía, así que me imaginé que podría tener alguna relación con el crimen que se cometió el jueves por la noche.
Los ojos de Þóra parecían a punto de salírsele de las órbitas.
– Hoy es martes -dijo-. ¿Por qué demonios no lo has contado hasta ahora?
– No me enteré del crimen hasta el sábado, cuando me lo contó la recepcionista. Para entonces ya lo había limpiado casi todo -respondió Pröstur irritado.
– ¿De modo que aún queda algo de sangre? -preguntó Pora, con la esperanza de que así fuera. Quizá allí habría restos del asesino.
– Eh… no -contestó Þröstur con muy mala cara, y añadió enseguida en tono de disculpa-: Tengo que ir al campeonato del mundo dentro de quince días. No podía permitirme el lujo de dejar el kayak en alguna sala de la policía científica, así que limpié lo que quedaba y opté por no decir nada. De todos modos, el daño estaba hecho, porque ya lo había limpiado casi todo.
Þóra no envidió a Þröstur tener que contarle todo aquello a Þórólfur.
– ¿Pero por qué has cambiado de opinión ahora precisamente? -preguntó.
– Algún imbécil dejó el kayak en la playa en marea baja, encima de las piedras, y el fondo se ha estropeado. No entendía por qué estaba haciendo unos tiempos tan malos, hasta que vi lo que había pasado. El fondo estaba en buen estado cuando lo inspeccioné la semana pasada, de modo que ese asqueroso asesino me ha causado un perjuicio enorme.
Þóra no tuvo duda alguna de que lo que más le fastidiaba a Þröstur en todo aquello era que el asesino le hubiera estropeado el kayak.
– ¿No te das cuenta de que si hubieras informado el sábado mismo nada más saberlo, a lo mejor se podría haber evitado el crimen que cometieron el domingo por la noche?
– Puf -rezongó Þröstur-. No era mucha la sangre que quedaba. Ya te lo he dicho. -Miró a Matthew en busca de apoyo, y luego intentó cambiar de tema-. Estoy decidido a denunciar al asesino en cuanto lo atrapen, y a pedir una compensación por los daños. Estaba prácticamente seguro de subir al podio.
– Es un perjuicio enorme -dijo Þóra, aunque logró no sonar demasiado irónica-. Una pregunta más. Pasaste por los túneles de Hvalfjörður el domingo por la noche, ¿verdad?
– Sí -afirmó Pröstur con brusquedad-. Se me había terminado la bebida proteínica y tuve que buscar una farmacia. -Miró desafiante a Þóra-. ¿No me crees? Tengo un recibo de Lyfja, en Lágmúli.
– Sí, sí, faltaría más -dijo Þóra distraída. Estaba pensando en algo totalmente distinto: que no podían seguir excluyendo a la gente de la reunión espiritista ni a los empleados del hotel que se encontraban allí esa noche-. ¿Cuánto se tarda en ir remando desde aquí a la ensenada donde asesinaron a la arquitecta? -preguntó.
– Ssss, nada -dijo Þröstur-. Por mar no hay distancia. Te ahorras los rodeos que hay que ir dando cuando vas por tierra. Yo tardaría cinco minutos con mar tranquila. Una persona sin entrenamiento, quizá diez minutos o algo así.
– ¿Una persona que no esté acostumbrada puede llevar un kayak sin dificultad? -preguntó Matthew, que hasta aquel momento se había contentado con escuchar.
– Sí, si no es más torpe de lo debido -dijo Pröstur-. Es necesaria cierta práctica para hacerlo bien. Pero para un trayecto corto con mar tranquila, no hace falta saber nada especial. Basta con ser fuerte. -Se puso en pie-. Mejor me voy a dar una ducha antes de ir a ver a la poli. Quiero que se tomen en serio mi queja, porque no es ninguna broma. -Empujó la pesada silla de madera hacia la mesa y se dispuso a marcharse. De pronto recordó algo y se volvió hacia ellos-. Ah, y seguramente se acordará de mí el chico del coche que estaba allí parado -dijo-. No tendría que ser difícil dar con él.
– ¿Qué chico? ¿A qué te refieres? -preguntó Þóra.
– Al salir de los túneles lo vi aparcado en el arcén, y pensé que tendría algún problema. Paré y fui a ofrecerme a ayudarle, pero resulta que se trataba de ese chico accidentado, que me dijo que no pasaba nada. Que quería quedarse un ratito allí parado. Que no había ningún problema. Luego subió la ventanilla y no quiso seguir hablando conmigo.
– ¿A qué hora fue eso, aproximadamente? -preguntó Matthew.
– Hacia las seis, creo -respondió Þröstur-. Cuando volví a pasar por allí después, esa misma tarde, ya no estaba. Supongo que se habría cansado de decirle a la gente que no había ningún problema. Porque yo no fui el único que pensó que pasaba algo, pues nada más irme yo, se detuvo otro coche -añadió, y entró en el hotel.
Matthew le dio una patadita a Þóra por debajo de la mesa.
– Estoy seguro de que Steini pasó por los túneles detrás de Bertha para cerciorarse de que se había marchado, luego se quedó un rato en el arcén por si regresaba, después dio media vuelta y quitó de en medio a Eiríkur. Þröstur pasó mientras estaba haciendo tiempo. Todo puede encajar.
– Pero es de lo más absurdo -dijo Þóra-. Si estaba en los túneles hacia las seis, aún tenía que llegar hasta aquí, y hay una buena tirada.
– La hora de la muerte de Eiríkur no es muy precisa -señaló Matthew-. Hacia la hora de la cena. La gente cena a distintas horas. -Se puso en pie-. Voy un momento a por la lista. Quiero comprobar cuándo se dirigió hacia el sur, porque al mirar su nombre no me fijé en eso, no era lo que estaba buscando.
A Þóra no le hacía ninguna gracia tener que volver a meterse en medio del hedor que reinaba en la recepción, así que optó por esperar fuera. Matthew volvió enseguida, a todo correr, con la lista en la mano.