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– Han encontrado una tumba antigua en la vieja granja, junto al hotel -continuó Þóra, con la esperanza de que pensara en otra cosa y se pudiera tranquilizar un poco.

– Marchaos -dijo de repente-. No os quiero aquí. -Movió la silla en dirección a Þóra.

Matthew, que no había comprendido nada de lo que habían hablado hasta ese instante, se dio cuenta al momento de que la conversación había concluido, y que la relación entre Þóra y Steini no llevaba a buen puerto. Se puso en pie y se acercó a Þóra.

– Venga -dijo-. Tenemos que marcharnos. -La agarró de la mano y le dio una patadita en un pie. Luego se volvió hacia Steini, le dio las gracias y salió de inmediato, ocupándose de que Þóra fuese por delante-. No todo está claro, pero difícilmente podría cometer un crimen -comentó una vez que cerró la puerta a sus espaldas. Steini no les había acompañado a la salida.

– Pero todo esto es un tanto raro -dijo Þóra-. Su reacción cuando le hablé de la tumba no fue natural, en absoluto, eso está bien claro. Ni tampoco lo que dijo sobre los túneles, si lo analizamos con cuidado. ¿Quizá está protegiendo al asesino?

– Lo dudo -dijo Matthew, abriendo la portezuela del coche para que entrase Þóra-. Si él no es el asesino, el culpable tiene que haber sido Bergur, o Baldvin. De acuerdo con tu teoría sobre el accidente, Steini guarda un profundo rencor hacia Bergur por su relación con el causante de la colisión, y no tenemos ni idea de si conoce o no a Baldvin. De modo que es difícil que esté protegiéndoles.

– Maldita sea -exclamó Þóra-. Esto tendría que haber funcionado. -Se sentó en su asiento y esperó a que Matthew se pusiera al volante-. Pero estoy de acuerdo contigo en que él no pudo haberlo hecho. Le falta la fuerza física necesaria. También tengo mis dudas sobre Bergur. Claro que habría podido ir andando al hotel, robar el kayak e ir remando hasta la ensenada para matar a Birna, pero eso es demasiado complicado. ¿Por qué no fue en coche hasta allí? ¿Y cuándo iba a robarle el móvil a Jónas para enviarle el mensaje a Birna? -Sacudió la cabeza-. Pienso que a él hay que descartarlo. En cambio, Baldvin estaba en el hotel y no le habría sido difícil apropiarse del teléfono. Él también estuvo en la reunión, pero desapareció antes del descanso, de modo que habría podido ir corriendo al embarcadero, robar el kayak y atacar a Birna. Motivos tenía de sobra. -Sonó el móvil de Þóra.

– Hola. Ya te lo he encontrado -dijo Gylfi-. Es la denominación científica del áloe vera.

Þóra le dio las gracias y colgó. Miró a Matthew, que estaba atareado ajustándose el cinturón de seguridad.

– ¿Qué pasa? -preguntó al darse cuenta de que Þóra le estaba mirando fijamente.

– ¿Para qué se pondría una mujer áloe vera en sus partes íntimas? ¿Se utiliza como lubricante?

Matthew se rió.

– Perdona, pero ¿por qué me preguntas eso a mí? ¿Tengo pinta de dedicarme a esas cosas? Habla con tu amiga la sexóloga, no conmigo. -Salió marcha atrás-. El coche de veritas seguía delante del hotel cuando salimos nosotros -dijo-. ¿Y si hablamos con ese buen hombre?

– ¿Y por qué no? -replicó Þóra con una sonrisa-. Tendrá que decirnos la verdad, ¿no?

Matthew dio media vuelta y salió hacia la carretera por el camino de grava.

– De eso, nada. Es un político.

Capítulo 33

Matthew estaba llamando con fuerza a la puerta de la habitación de Magnús, en el hotel. Nadie había respondido en el cuarto de Baldvin, de modo que Matthew y Þóra pensaron que estaría con su abuelo. El todoterreno matriculado veritas seguía en su sitio en el aparcamiento, así que los dos hombres tenían que seguir en el hotel. Þóra dio una palmada cuando en el interior se escuchó un sonido apagado. Inmediatamente después, se abrió la puerta y Magnús apareció en el umbral. Al ver quiénes eran los visitantes, puso cara de enfado. Pero los rasgos de su rostro estaban demasiado flácidos y descoloridos como para que pudieran resultar amenazantes. Recordaba sobre todo a un mal maquillaje teatral.

– ¿Qué quieren ustedes? -bramó.

– En realidad, estamos buscando a Baldvin -dijo Þóra con sus mejores maneras-. ¿Está aquí, por casualidad?

– ¿Quién lo pregunta? -se oyó en el interior de la habitación.

– Son la abogada y el alemán -respondió Magnús al instante, con su arrugada manaza aún en el pomo de la puerta.

– Hazles pasar -dijo Baldvin-. No tenemos nada que ocultar. -Magnús abrió, y Þóra y Matthew entraron-. Siéntense. -Baldvin señaló dos sillas. Él se sentó en una tercera, mientras su abuelo se instalaba en el borde de la cama-. ¿Qué se les ofrece? -preguntó, poniendo las manos sobre la mesa que tenía delante. Los ojos de Þóra se quedaron fijos en ellas, por lo grandes y fuertes que eran, y le recordaron las palabras de Pröstur, que tenías que ser fuerte para llevar un kayak por el mar. Baldvin podría hacerlo sin problema, aunque hubiera oleaje.

– Sólo querría que me respondiera a algunas preguntas -comenzó Þóra, acomodándose en su silla-. Como seguramente saben, soy la abogada de Jónas, el propietario del hotel, que se encuentra en prisión provisional, creo que injustamente, a causa de los crímenes que se han cometido aquí cerca.

– Estamos perfectamente enterados -dijo Magnús irritado-. Si han venido a intentar cargarnos esos crímenes a cualquiera de nosotros dos, no se saldrán con la suya. Ni Baldvin ni yo tenemos nada que ver. Por regla general, en prisión provisional se mete a quien hay que meter, señora mía. A lo mejor tendría que ir haciéndose a la idea en lugar de venir a fastidiarnos imponiéndonos su presencia.

– Venga, no seas así -dijo Baldvin a su abuelo mientras sonreía a Þóra para disculparse. Pero en sus ojos no se veía reflejada aquella sonrisa-. Los dos estamos un poco fastidiados por no poder irnos a casa. La policía nos ha pedido que esperemos, porque tienen que hablar con nosotros. Yo no tengo argumentos para hablar de la culpabilidad o la inocencia de Jónas, pero puedo confirmar, con toda mi buena conciencia, igual que mi abuelo, que nosotros no tenemos nada que ver con esto. Suelte sus preguntas y a lo mejor puedo convencerla de lo que estoy diciendo.

– ¿Qué vino a hacer aquí el domingo por la tarde? -preguntó Þóra de improviso-. Su coche pasó por los túneles de Hvalfjörður.

Baldvin se reclinó en su silla y quitó las manos de la mesa.

– No se anda usted con rodeos. No vine para matar a ese pobre desgraciado, si es eso a lo que se refiere.

– ¿Y a qué, entonces? -preguntó Þóra con mordacidad-. No haría todo ese viaje sólo para visitar a su abuelo, supongo.

– No -contestó Baldvin-. Se lo puedo decir. Estoy decidido a dejarlo todo perfectamente claro. Aunque lo que vine a hacer no sea cosa de la que pueda uno jactarse, no intentaré ocultarla. -Enderezó la espalda-. Seguramente ustedes han encontrado la foto, y tengo entendido por la policía que conocen el intento de Birna de forzarme a asegurarle el triunfo en el concurso para la construcción de la nueva estación. -Þóra asintió-. Esa mujer tenía una ambición sin límites -dijo Baldvin, que se apresuró a continuar-: Con esto no intento justificar, en absoluto, que la asesinaran. Ni mucho menos. Me telefoneaba, me enviaba correos y, sencillamente, no me dejaba en paz. Hizo lo mismo con mi abuelo, que acabó dejando la residencia de Reykjalund para venir a intentar hablar directamente con ella. Estaba abrumado ante la idea de que su pasado pudiera acabar arrojando una sombra sobre mi vida.

– Muy lamentable -dijo Þóra en tono irónico-. Pero aún no me ha aclarado qué vino a hacer aquí el domingo por la tarde.

– Vine a registrar la habitación de Birna -respondió Baldvin sin más rodeos-. Mi abuelo se había enterado de que la policía aún no había hecho un registro a fondo, y yo confiaba en encontrar la foto. No estaba allí.