– ¿Y el jueves? -preguntó Þóra-. Salieron de la reunión espiritista justo después de que empezara, y no volvieron. ¿Qué pasó?
Baldvin sonrió y movió las manos señalando a su abuelo.
– Mi abuelo tuvo un desfallecimiento. Se encontró mal, así que salí para acompañarle. Además, la reunión no era de nuestro agrado. Sólo fuimos con la esperanza de ver a Birna.
– ¿Hay alguien que pueda confirmarlo? -preguntó Þóra.
– Sí, claro que sí -afirmó Baldvin con una sonrisa de satisfacción-. Llevé a mi abuelo a la habitación y llamé a un médico. Me dio el número de un colega suyo que estaba de guardia en la zona, y que vino a verle. Supongo que llegaría hacia las nueve y se iría hacia las diez.
Þóra se dio cuenta al momento de que aquello los exculpaba a los dos. No se atrevió a preguntar por el nombre del médico, dejaría a Þórólfur que confirmara su historia.
– Comprendo -dijo, mirando a Matthew-. Creo que no hay nada más. -Se levantó-. Aunque, en realidad, hay una cosa que querría comentarle a usted, Magnús. Aquí detrás se ha encontrado los huesos de un niño. Creo que se trata de Kristín, la hija que tuvo usted con Guðný Bjarnadóttir.
– ¿Qué quiere usted decir? -preguntó el anciano con la voz rota-. ¿Mi hija?
– Sí, la que Guðný le mencionó en su carta -dijo Þóra, jugándoselo todo a que realmente había sido así-. Creo que Grímur, el hermano de Bjarni, que vivía en la granja de al lado, la mató para asegurarse la herencia de su hermano, evitando que fuera a parar a usted.
– ¿A mí? -dijo Magnús con el rostro aún más gris. Þóra se percató de que no había negado la existencia de la carta.
– De todas formas, creo -continuó Þóra antes de que el anciano pudiera preguntar nada más- que su indiferencia le hizo perder todo derecho a la herencia. Usted conocía la existencia de esa niña y habría tenido que reclamar su herencia en el momento debido. También habría tenido que hacer otras cosas más, como interesarse por lo que había pasado con ella, o reconocerla en su día. -Se dirigió hacia la puerta, con Matthew pisándole los talones-. Estoy segura de que si usted hubiera cumplido con su obligación, no habría ningún esqueleto infantil en ese sótano.
– Pero… -dijo el anciano, sin terminar la frase. Baldvin no intervino, se limitó a mirar a su abuelo con gesto impenetrable-. ¿Cómo puede decir tal cosa?
Þóra estaba ya en la puerta, pero se volvió.
– Porque si Grímur hubiera sabido que Kristín tenía un padre que no pretendía ignorar su existencia, no habría tenido ocasión de hacerla desaparecer. -Envió una sonrisa a los dos hombres-. Adiós. Encantada de haberles conocido. -Salieron y cerraron la puerta, dejando a los dos hombres sentados allí, como petrificados.
– Pues ya sólo queda Bergur -dijo Þóra con un suspiro-. Aunque sea el más improbable de todos. Yo no consigo imaginármelo remando en kayak sin necesidad ninguna, y mucho menos le veo tan preocupado por la posibilidad de apariciones fantasmales como para dedicarse a clavarle a la gente alfileres en las plantas de los pies.
– La vida da muchas vueltas -repuso Matthew, poniéndole una mano sobre el hombro-. Por ejemplo, ¿quién iba a imaginar que yo me iba a enamorar de una mujer que calza unas asquerosas zapatillas de deporte?
Þóra se miró los pies y sonrió. Sus zapatos estaban bastante gastados, en comparación con los de Matthew, impecables.
– A lo mejor, la misma persona que podría haber pensado que yo iba a liarme con un hombre que usa zapatos de charol.
Þóra paseaba como una leona enjaulada intentando poner en orden sus pensamientos, que parecían completamente bloqueados. Matthew y ella habían vuelto a la habitación, donde esperaba encontrar alguna escapatoria en aquel callejón sin salida. Caminaba arriba y abajo por delante de la cama, mientras Matthew estaba sentado tan tranquilo en el sillón, al lado de la ventana, con una cerveza en la mano.
– Tiene que ser Bergur. Es el único que queda -dijo, dejando el vaso sobre la mesita-. A menos que fuera Jónas.
Þóra suspiró.
– Las cosas se pondrían fatal para él si no hubiera otra explicación. -Se puso las manos en la cabeza y continuó con sus paseos-. ¿Realmente no hay nadie más en quien podamos pensar?
– A mí me parece que no. Creo además que sólo puede ser obra de dos hombres: Bergur y Jónas -continuó Matthew-. Son los únicos que quedan.
– Lástima que el asesino no pueda ser una mujer -dijo Pora-. Rósa y Jökull me parecían una especie de Bonnie and Clyde. Todo se estropeó al enterarnos de que son hermanos. -Se detuvo y miró a Matthew-. ¿Has sabido alguna vez de un hermano y una hermana que formaran una pareja criminal?
Matthew sacudió la cabeza.
– No, nunca. Sólo hombres. Los hermanos Dalton, por ejemplo. Jamás de diferente sexo.
– ¿Tan absurdo es que Rósa llegara al lugar donde se encontraba Birna, después de la violación, y la matara? -dijo Þóra sin dar demasiado énfasis a sus palabras-. No, no vale -añadió. Llamaron a la puerta. Þóra imaginó que sería uno de sus hijos, por eso se quedó un poco extrañada al abrir y ver a Stefanía en el pasillo.
– Hola -saludó la sexóloga con una sonrisa incómoda-. Sólo vengo a traeros una cosa. En realidad esperaba que vinieseis vosotros a verme por propia iniciativa, pero parece que no. -Se movía inquieta, con las manos a la espalda. Þóra se preguntó qué llevaría allí escondido-. Yo podría ayudaros -añadió Stefanía, sonriendo de nuevo.
A Þóra se le puso un nudo en el estómago. La mujer estaba allí para aconsejarles a Matthew y ella a fin de que pudiesen practicar el sexo seguro. Tragó saliva, que de pronto le había inundado la boca. Ahora sería difícil esconderse tras barreras lingüísticas y malentendidos.
– Muchas gracias -fue lo único que se le ocurrió. Pero siguió tapando la puerta, por miedo a que Stefanía entrase y se pusiera a hablar con Matthew.
– De nada -dijo Stefanía-. Veo que estás ocupada, así que te doy esto y me marcho. -Le entregó una cajita-. Puedes llamarme cuando quieras -añadió Stefanía-. Puse mi tarjeta dentro de la caja. El aparato se explica solo. Es un consolador pero no del tipo habitual, porque al moverlo repetidas veces se produce la eyaculación de un gel. Eso lo hace muchísimo más realista. Es un producto que acaba de salir al mercado. -Sonrió.
Þóra se quedó boquiabierta mirando la caja.
– Ah, qué bien -consiguió articular, levantando la mirada, turbada. De pronto, se le encendió una lucecita. Le devolvió la caja a Stefanía y volvió a entrar en la habitación a toda prisa-. Espera un momento -le dijo a la mujer, que se había quedado en la puerta, mirándola asombrada. Volvió con la caja que le habían dejado en recepción para meter las cosas del sótano-. ¿Es el mismo producto? -preguntó, señalando el texto de la caja: Aloe Vera Action.
Stefanía se quedó mirando a Þóra, y a juzgar por el gesto que puso debía de pensar que le faltaba un tornillo.
– Eh, no -respondió, viendo con enorme extrañeza la cara de decepción de Þóra-. Ése es el modelo antiguo. El tuyo es nuevo -añadió. Miró a Þóra con aire curioso-. Los otros se acabaron enseguida. Tuvieron un éxito enorme. Incluso, el último me lo robaron -prosiguió-. La semana pasada asaltaron mi almacén y por fin conseguí descubrir lo que se habían llevado. Quería daros lo más nuevo. -Miró a Þóra, aún con gesto de asombro-. Esta marca es igual de buena. La única diferencia es que el gel de éste no es áloe vera.
– ¿Un asalto? -preguntó Þóra muy alterada-. ¿Cuándo fue eso?
– La semana pasada -respondió Stefanía-. Vamos a ver, yo libré el martes y entonces estaba todo, pero cuando volví el jueves me encontré con el asalto. Habían roto el candado, pero el asesinato de Birna hizo que este delito sin importancia pasara completamente desapercibido. Aparte de que al principio pensé que no faltaba nada. Sólo me di cuenta cuando fui a buscar este vibrador para vosotros.