Þóra cogió la tarjeta, la leyó por cortesía y se la metió en el bolsillo. Tendrían que pasar muchas cosas en su vida antes de que consiguiera reunir dinero suficiente para poder invertir.
– Muchas gracias -dijo-. Nunca se sabe.
– Hay una cosa que no encaja -señaló Matthew-. No tenemos conocimiento de que Rósa viniera aquí la noche en que se celebró la reunión espiritista. ¿Y cómo encajamos lo del teléfono de Jónas y lo del kayak?
Þóra miró cómo se abría la puerta exterior, con la esperanza de que Þórólfur apareciera por fin. Pero resultó que no era él, sino que se trataba de una pareja arrastrando una maleta, nuevos huéspedes camino de la recepción. Þóra se volvió hacia Matthew.
– A lo mejor Jökull pudo robar el móvil para que ella enviase el mensaje.
– Eso no explica lo del kayak -insistió Matthew-. Ella tendría que haber estado aquí para que la vía marítima tuviese algún sentido.
– A lo mejor estuvo aquí-dijo Þóra-. Pero no tiene por qué haber asistido a la reunión.
Matthew no parecía convencido.
– Tal como yo lo veo, la única razón para usar el kayak era poder escapar de la reunión sin ser visto y estar de vuelta en un corto espacio de tiempo para llegar antes de la pausa, sin que nadie se diera cuenta de que había salido. A lo mejor existe otra explicación, pero yo no consigo encontrarla.
Þóra se levantó. Se habían instalado en las sillas que había frente a la entrada para asegurarse de que veían a Þórólfur. Señaló la recepción.
– Voy a hablar con Vigdís.
Se dirigió hacia ella y esperó mientras acababa los trámites con la joven pareja, que por fin desaparecieron con una llave en la mano y una sonrisa en los labios.
– Oye, Vigdís -preguntó Þóra-, ¿conoces de vista a la hermana de Jökull?
Vigdís quitó el papel de la impresora que había en el mostrador delante de ella y alargó una mano hacia el taladrador.
– ¿Violeta, o como se llame? Sí, claro -dijo mientras perforaba la hoja de papel-. ¿Por qué? ¿Estás buscándola?
– Se llama Rósa – la corrigió Þóra-. No, no estoy buscándola. Sólo quería preguntarte si recuerdas que viniera a la sesión espiritista del jueves pasado.
– No -dijo Vigdís con pleno convencimiento-. No asistió. -Abrió una carpeta y metió en ella la hoja de papel. Se detuvo a mitad de la operación y miró a Þóra-. No asistió. Pero sí estuvo aquí.
– ¿Sí? -dijo Þóra, intentando ocultar su agitación.
– Sí, recuerdo que casi me dio pena. Traía un ramo de flores para el hombre que se lesionó al caerse del caballo. Teitur, el que acaba de dejar el hotel. -Þóra asintió-. Tuvo que hacer a pie todo el camino desde la carretera con el ramo, porque estaba cortado, y el ramo llegó ya bastante marchito.
– ¿Y eso fue la noche del jueves? -preguntó Þóra.
– Sin ninguna duda -replicó Vigdís-. Recuerdo que no tuve ni tiempo de hablar con ella, porque estaba liadísima atendiendo un montón de gente, llegaron todos a la vez. Me limité a recoger las flores y a decirle que haría que se las entregaran. Me dio las gracias y pidió permiso para entrar un momentito en la cocina a ver a su hermano.
– ¿Viste cuándo se fue? -preguntó Þóra.
– No, creo que no -respondió Vigdís-. A mí también me apetecía ir a la sesión, así que puse una nota en recepción pidiéndole a la gente que fueran a la sala si necesitaban algo. No era probable que llegara nadie, a causa de las obras en la carretera. Y me llevé el inalámbrico por su llamaba alguien.
– ¿Sabes si tenía trato con Eiríkur, el lector de auras? -preguntó Þóra.
– En realidad, Eiríkur vino a verme antes de ir a buscar a Jónas para discutir por el sueldo y las condiciones del contrato. Andaba buscando información sobre los propietarios de los alrededores. Quería el número de teléfono de los dos hermanos, Elín y… cómo se llama él…
– Börkur -la interrumpió Þóra-. ¿Para qué les buscaba?
– Eso no lo sé -dijo Vigdís-. Creo que tenía algo que ver con las apariciones, él estaba completamente enloquecido con ese rollo. Naturalmente, yo no tenía el teléfono de los hermanos, pero sí el de Bertha, la chica que está recogiendo las cosas de la vieja granja, y le dije que la llamara y que ella le daría los números. -Cerró la carpeta y la colocó en su sitio-. Eiríkur intentó llamarla desde el teléfono de la recepción pero no contestó. Así que le di otro número que tenía de unos propietarios de por aquí cerca, el único que tenía aparte del de la chica.
– ¿De qué número se trataba? -preguntó Þóra.
– El de Rósa -respondió Vigdís. Tomó una hoja de papel DIN-A4 de la mesa y se la entregó a Þóra-. Éste es un anuncio del alquiler de caballos, que Jökull me pidió que pusiera por aquí. Ahí están el nombre de ella y el número de teléfono. -Vigdís volvió a agarrar el papel-. Saqué el anuncio cuando se lesionó el corredor de bolsa. No quería que se accidentaran más clientes -Vigdís se dio cuenta de que aquello había despertado el interés de Þóra-. Se lo conté a la policía, porque pasó justo antes de que Eiríkur fuera asesinado en la caballeriza.
– ¿Sabes si Eiríkur llamó? -preguntó Þóra, inquieta.
– Ni idea -dijo Vigdís-. Escribí los dos números en un papel y se los dí. -Sacó el cuerpo por el mostrador y señaló con el dedo-. Se fue allí a llamar. Desde ese teléfono de ahí. Debe de ser la primera y única vez que se ha usado, está en un sitio totalmente inútil. -Volvió a sentarse-. Le oí hablar mucho rato, de modo que debió de haber conectado con alguien. -Garabateó algo en un papelito amarillo y se lo dio a Þóra-. Éstos son los números, por si quieres preguntarles a Rósa y Bertha.
El teléfono estaba colocado en una mesita, en un rincón, debajo de una inmensa cabeza de alce disecada que colgaba demasiado baja para su tamaño. Þóra agarró el auricular, tratando de evitar que se le metiera un asta de alce en el ojo. Apretó el botón de listado de llamadas. El primer número que apareció en la pantalla no coincidía con ninguno de los del papel, pero luego apareció el número del teléfono fijo de Rósa y a continuación el del móvil de Bertha. Þóra se hizo idea de que el primer número era el más reciente, y que no tendría nada que ver con Eiríkur. Éste había intentado llamar a Bertha, que no había respondido, y luego se puso en contacto con Rósa.
Todo había empezado a encajar.
Þóra se dejó caer en la silla.
– Ya ves que todo encaja -dijo, satisfecha de sí misma.
– ¿No tendríamos que haber pillado ya a Þórólfur? -preguntó Matthew, mirando su reloj-. Empiezo a pensar que se ha marchado. Ha pasado demasiado tiempo.
– Supongo que la niebla lo estará reteniendo -conjeturó Þóra, señalando la puerta exterior. Allí fuera, la visibilidad había empeorado enormemente. Se volvió hacia la puerta del sótano, que estaba abierta de par en par-. ¿Y ahora? -dijo Þóra-. ¿Siguen con eso? -Notaron que la actividad de los investigadores en el sótano aumentaba. El traslado de los huesos parecía haber concluido, porque los hombres volvían con las manos vacías. Pasaron por delante de Þóra y Matthew hacia la salida sin mirarles siquiera, y volvieron al momento, ahora con toda clase de equipos: cámaras fotográficas, aspiradoras, palas y otras cosas.
– Me da la sensación de que han aparecido los huesos de la niña -dijo Matthew-. Hay más ajetreo que cuando se trataba de los animales.
– Uff -exclamó Þóra con un escalofrío-. Por mucho que lo intento, soy incapaz de comprender cómo le pudieron hacer eso a una niña pequeña. Encerrarla en una carbonera y dejarla morir allí, por una herencia.