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– ¿Pero por qué enloqueció de esa forma? -preguntó Lára-. Yo me habría quedado encantada con la hija de Guðný, y la habría querido como si fuese mi propia hija. Él no habría tenido que encargarse de ella.

Málfríður volvió la cabeza hacia Lára.

– Estaba loco de furia de haberse tenido que quedar de pronto con ella. Papá lo había perdido todo. Su hermano Bjarni le había ayudado comprando nuestra granja y avalando todos sus préstamos, pero en lugar de agradecerle su generosidad, aquello sembró una cizaña que al final acabó con papá. Se quitó la vida, enfermo de odio y de vergüenza contra sí mismo por todo lo que había hecho por dinero. Antes de suicidarse, me lo contó todo. Creo que buscaba la paz de su alma, pero yo no pude proporcionársela. Su frialdad me produjo un auténtico shock, y aunque yo lo había visto casi todo en el momento en que sucedió, para mí fue demasiado que él mismo me lo confirmara. -Málfríður se quedó de nuevo con la vista fija en el techo-. Elegí la inscripción de su lápida de acorde a su vida. Un corazón sanguinario -Volvió a callar, y tosió débilmente-. Eso ha marcado toda mi existencia. Yo la traicioné, y he vivido con el miedo constante de que se volviera contra mí. Y a su manera, lo ha hecho. Hasta hoy, sólo se aparecía en mi mala conciencia, pero ahora me ha visitado en sueños.

– La haré exhumar -dijo Lára, que no quería prolongar aquella conversación. Ya tenía suficiente-, para enterrarla al lado de su madre. Es lo menos que puedo hacer.

Málfríður se incorporó por primera vez desde la entrada de Lára.

– No necesitas hacerlo. Ya me he encargado de ello.

Lára la miró sin comprender.

– Aún no han encontrado a la niña.

– Ha pasado algo -dijo la anciana-. Se lo conté todo a mi nieta Bertha, la hija de Elín, y ella dijo que lo solucionaría. Prometió encargarse ella. -Málfríður sonrió débilmente a Lára-. Resulta extraño que no les haya podido contar nada de esto a mis hijos, pero de pronto llegó Bertha, y esa chica tiene algo que me recuerda a Guðný y a la niña. Bertha es un alma buena. Ella hará lo necesario.

Lára miró a Málfríður y se puso en pie. La furia coloreaba de rojo sus mejillas.

– No me extrañaría nada que se pareciese más a tu padre que a su madre y a su abuela.

* * *

– Esperemos que el arrepentimiento de Málfríður Grímsdóttir sea duradero. No veo nada claro que decida mantener su versión cuando se halle ante el hecho consumado de lo que le espera a su propia nieta -dijo Þóra, y colgó.

Ya no hacían falta más pruebas. La llamada telefónica de Lára le había quitado todo asomo de duda sobre la culpabilidad de Bertha. Þóra detuvo el coche en el arcén cuando sonó la llamada de la anciana, y ahora se había puesto en marcha de nuevo, a velocidad de tortuga a causa de la espesa niebla, en dirección a Tunga. Al girar en una curva, la niebla pareció levantarse un momento y entonces aparecieron toda clase de visiones irreales en el malpaís musgoso que caracterizaba aquella comarca. Un escalofrío inesperado la recorrió de arriba abajo cuando la niebla volvio a hacerse más densa y se tragó aquellas extrañas formaciones rocosas. Þóra esperaba no hacer el camino inútilmente, no era mucha distancia pero a causa de la pésima visibilidad, iba muy despacio y no le resultaba nada fácil orientarse y saber dónde estaba exactamente. De pronto, creyó ver un hombre con un brazo extendido en medio de la carretera, pero se trataba del poste que señalaba la granja de Tunga. Torció por el desvío y aumentó la velocidad. Tras un breve recorrido, vio que estaba frente a la granja. En la explanada de delante estaba el coche de Þórólfur, y se detuvo a su lado. No había nadie en el vehículo. Bajó y se dirigió a la puerta principal, pero no había dado más que unos pasos cuando se detuvo. De la niebla surgía un débil llanto infantil. Þóra se volvió e intentó identificar el lugar de origen del sonido, pero sin éxito. El sollozo se detuvo tan repentinamente como había empezado, y Þóra se frotó el brazo para quitarse la carne de gallina. ¿Qué demonios era aquello? ¿Podía ser que una mujer con un bebé anduviera paseando por allí, en medio de toda aquella niebla? Entornó los ojos con la esperanza de ver mejor. Sólo consiguió llevarse un nuevo sobresalto cuando creyó percibir movimiento en el lugar donde creía que tenía que estar la caballeriza. La curiosidad la hizo avanzar, pero a mitad de camino tuvo la precaución de pisar con mucho cuidado para que no se oyeran sus pasos en la grava.

Había llegado junto a la caballeriza, cuando el llanto empezó de nuevo. Þóra miró a su espalda y no vio nada. Se llevó un susto tremendo al escuchar ante ella un violento estrépito. La puerta de la cuadra no estaba cerrada y había chocado contra la pared. Alguien se la había dejado abierta. Se pegó al muro todo lo que pudo con la esperanza de que no la vieran entre la niebla. En el hueco de la puerta, delante de ella, apareció la silueta de una persona. Lo vio salir y cerrar la puerta. Þóra no tardó en darse cuenta de que no podía seguir oculta.

– Hola, Bertha -saludó-. ¿Qué haces tú aquí?

La muchacha se sobresaltó. Se dio la vuelta y se quedó mirando fijamente a Þóra, con el miedo dibujado en su rostro.

– ¿Yo? -dijo-. Nada.

– Te he visto salir de la cuadra -dijo Þóra-. ¿Conoces a los dueños de la granja?

El llanto infantil comenzó de nuevo, y Bertha dirigió toda su atención a la niebla.

– Oí ese gimoteo y quería saber qué era -dijo, moviéndose nerviosa en el sitio.

– ¿Dentro de la cuadra? -preguntó Þóra-. Ese ruido viene de fuera. En eso no hay confusión posible. -Miró a la muchacha, que había empezado a morderse el labio inferior-. Óyeme, Bertha, creo que sabes muy bien que ya se ha acabado todo -continuó con calma-. El cadáver de Kristín ha aparecido y no tiene sentido intentar evitar lo inevitable. ¿No prefieres acompañarme a hablar con Þórólfur, de la policía? Está aquí, en la granja. -Þóra señaló el lugar donde recordaba que estaba la vivienda. Ahora, en medio de la niebla, no podía ver prácticamente nada.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Bertha. El gesto de indiferencia no servía de mucho, porque la voz le temblaba-. ¿Qué es eso? -preguntó luego, al oír el llanto crecer poco a poco.

– ¿No será un expósito? -dijo Þóra con tranquilidad-. O Kristín, la hija de tu tía abuela. Tengo entendido que ha estado visitando a tu abuela. -Þóra esperaba que Bertha no pusiera en duda la poco clara descripción que había hecho Lára del sueño de Málfríður, en el que se le había aparecido Kristín-. Ven. Será mejor que entremos, en vez de quedarnos aquí esperando a que el fantasma dé tres vueltas alrededor de nosotras. No tengo del todo claro que ya se haya marchado.

Bertha miró a Þóra, casi como si estuviera totalmente borracha. Estaba pálida como un cadáver, y tenía los ojos enrojecidos.

– ¿Cómo encontraron a Kristín? -preguntó con la voz espesa.

– Eso no importa -replicó Þóra-. Tenía que aparecer. Afortunadamente, todo ha terminado. Ahora hay que afrontar lo que venga.

– Mamá y yo lo perderíamos todo -soltó Bertha de pronto, y Þóra no sabía bien si hablaba con ella, o consigo misma-. Steini también. La casa en la que vive es propiedad nuestra. Sus padres vendieron las tierras y se marcharon a Reikiavik. Él tendría que irse a vivir con ellos. -Miró hacia la niebla y respiró hondo. Þóra vio que unas diminutas perlas de sudor se habían formado en su frente y alrededor de sus ojos. El llanto disminuyó y cesó por completo. Aquello pareció calmar un poco a Bertha.