Выбрать главу

Los ojos azules de Noah se volvieron fríos como témpanos.

– Se podría decir que sí.

La llegada del camarero con la comida impidió que se explayara más. Sheila esperó a que les sirviera y se marchara para seguir con la conversación.

– Algo me dice que no te gusta trabajar para tu padre -comentó, antes de empezar a comer.

Noah frunció el ceño, dejó el tenedor en la mesa, juntó las manos y la miró a los ojos.

– Creo que deberíamos dejar clara una cosa -dijo entre dientes-: No trabajo para Ben Wilder.

– Pero creía que…

– ¡He dicho que no trabajo para mi padre! Ni trabajo para él ni Wilder Investments me paga un sueldo.

No cabía duda de que no quería hablar ni de su padre ni de la empresa.

– Creo que me debes una explicación -afirmó ella, dejando la comida a un lado-. ¿Por qué estoy sentada aquí perdiendo el tiempo contigo, si acabas de decir que no tienes nada que ver con Wilder Investments?

– Porque querías conocerme mejor.

Sheila no se lo podía negar, pero tampoco podía evitar sentirse traicionada. Noah le había prometido que hablarían de negocios, aun sabiendo, en todo momento, que no podría hacer nada para ayudarla a salvar la bodega y la reputación de su padre.

– Quiero saber por qué me has engañado -dijo-. ¿O es que has olvidado las reglas que acordamos?

– No te he engañado.

– Acabas de decir que no trabajas en Wilder Investments.

– He dicho que no trabajo para mi padre y que no estoy en la nómina de la empresa.

– Eso no tiene sentido. ¿Qué haces exactamente?

Noah se encogió de hombros, como si se resignara a un destino que aborrecía.

– Te debo una explicación -reconoció-. Trabajaba para mi padre. Cuando terminé los estudios me prepararon para asumir el puesto que le correspondía al único heredero de Ben: la dirección de Wilder Investments cuando mi padre decidiera jubilarse. Nunca me sentí muy cómodo con la situación, pero necesitaba la seguridad que me brindaba el trabajo en la empresa, por motivos personales.

– ¿Por tu mujer y tu hijo?

– ¡Jamás he estado casado!

– Perdón, no sabía. Como tienes un hijo…

– ¿No sabes lo de Marilyn? -preguntó él, mirándola con suspicacia-. Si eso es cierto, debes de ser la única persona en Seattle que no conoce las circunstancias que rodearon el nacimiento de Sean. La prensa no nos dejaba en paz. Ni todo el dinero de Ben podía callarlos.

– No he vivido nunca en Seattle, y no prestaba atención a lo que hacían el socio de mi padre y su hijo. Era una adolescente y no sabía nada de ti.

Noah se tranquilizó al ver la mirada afligida de Sheila.

– La verdad es que de eso hace mucho tiempo -reconoció.

Ella tomó la copa de vino con manos temblorosas y evitó mirar a Noah a los ojos mientras dejaba los cubiertos en el plato. Aunque la comida estaba deliciosa, había perdido el apetito.

El siguió comiendo el pescado en silencio. Pasó un largo rato antes de que volviera a hablar; cuando lo hizo sonaba más tranquilo, pero no había un ápice de emoción en su voz.

– Renuncié a trabajar para mi padre por muchos motivos -dijo-. Demasiados para tratar de explicarlos. No me gustaba que el resto de los empleados me tratara como el hijo de Ben Wilder y, a decir verdad, nunca me he llevado bien con mi padre. Trabajar para él sólo sirvió para profundizar nuestras diferencias.

Noah apretó los dientes y dejó la servilleta en la mesa mientras recordaba el día en que se había liberado de las cadenas de Wilder Investments.

– Me quedé mientras pude -continuó-, hasta que una de las inversiones de mi padre se echó a perder y me ordenó que investigara los motivos. Una fábrica no estaba obteniendo los beneficios esperados y, aunque el gerente no tenía la culpa, Ben lo despidió.

Noah tomó un trago de vino, como si el alcohol sirviera para aplacar la ira que sentía cada vez que recordaba la dolorosa escena en el despacho de su padre; el mismo despacho que ocupaba él desde hacía poco más de un mes. Aún lo atormentaba la imagen de aquel hombre de cincuenta años que había tenido que soportar el castigo de Ben Wilder. Nunca podría olvidar la cara apesadumbrada de Sam Steele al darse cuenta de que lo iban a despedir por un error que no había cometido. Sam lo había mirado en busca de apoyo, pero hasta las súplicas de Noah habían sido inútiles. Ben necesitaba un chivo expiatorio y había despedido al pobre Steele para transmitir un mensaje claro al resto de los empleados. No le había importado que Sam no pudiera encontrar otro trabajo con un sueldo comparable ni que tuviera dos hijas en la universidad, lo único que le importaba a Ben Wilder era su empresa, su fortuna y su poder.

Aunque habían pasado muchos años, a Noah se le hacía un nudo en el estómago cada vez que recordaba el rostro curtido de Steele tras abandonar el despacho de Ben.

– “No te preocupes, chico -le había dicho, cariñosamente-. Has hecho cuanto podías. Saldré adelante.”

La mirada expectante de Sheila lo devolvió al presente.

– Ese incidente fue la gota que colmó el vaso -declaró-. Aquella tarde dimití, saqué a Sean del colegio, me fui a vivir a Oregón y me dije que no volvería nunca.

Ella se quedó en silencio, contemplando la pena reflejada en la cara de Noah mientras le revelaba detalles escabrosos de su vida. Quería oír más para entender mejor al enigmático hombre que tenía delante, pero la aterraba la intimidad que estaban compartiendo. Ya se sentía peligrosamente atraída por él, y la intuición le decía que lo que estaba a punto de contarle haría que lo deseara más aún. El mayor problema era que estaba segura de que encariñarse con Noah sólo le acarrearía dolor. No podía confiar en él. Aún no.

– No tienes que hablar de esto -dijo al fin-. Se nota lo mucho que te afecta.

– Porque fui débil.

– No te entiendo, y no estoy segura de querer entenderte.

– Eres tú la que insistía en que te debía una explicación.

– No sobre toda tu vida.

– Pensaba que querías conocerme mejor.

– No. Lo único que quiero saber es cuál es tu relación con Wilder Investments.

Era mentira. Se moría de ganas de decirle que quería conocerlo a fondo y llegar a tocarlo en cuerpo y alma. Sin embargo, bajó la vista y añadió:

– Estás al frente de la empresa, ¿verdad?

– De momento.

– Y tienes poderes para tomar cualquier decisión.

– La junta directiva tiene la última palabra, pero hasta el momento no ha desaprobado nada de lo que he hecho.

Noah sabía que los miembros de la junta no se atreverían a discutir con el hijo de Ben.

– Eso quiere decir que es mentira que no puedas tomar ninguna decisión sobre la bodega hasta que vuelva tu padre -replicó ella, indignada.

– Más que una mentira, era una forma de ganar tiempo.

– ¡No tenemos tiempo!

Él sonrió, y se le iluminaron los ojos.

– Te equivocas -afirmó-. Tenemos todo el tiempo del mundo.

Aunque los separaba la mesa, Sheila podía sentir el calor de la mirada de Noah, y se estremeció al pensar en el contacto de su piel. Era una situación peligrosa y lo sabía. No podía enamorarse de él ni engañarse pensando que le importaba de verdad. Tenía que recordar a Jeff; recordar las promesas, las mentiras y el dolor. No podía permitir que volviera pasar. No podía cometer el mismo error.

– Tal vez deberíamos irnos -dijo.

– No quieres saber por qué he vuelto a Wilder Investments?

– ¿Me lo quieres contar?

– Es lo mínimo que te mereces.

– ¿Y lo máximo?

– Te mereces más, mucho más.

Sheila lo miró atentamente mientras se preguntaba por qué estaría trabajando para su padre en un puesto que le resultaba tan desagradable.

– Daba por sentado que te habías hecho cargo porque Ben tuvo un infarto.

– En parte ha sido por eso -reconoció él a regañadientes-, pero no ha sido ése el motivo principal. En realidad, cuando mi padre tuvo el primer infarto y me pidió que asumiera la dirección durante un par de semanas, me negué. Sabía que sería una tortura e imaginé que tendría media docena de súbditos que podían sustituirlo perfectamente.