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– Entiendo que tu padre acaba de morir, y que te superen todo el asunto de la sucesión y las complicaciones con el seguro -dijo-. Pero tienes que afrontar los hechos…

– ¿Qué hechos? -preguntó ella, con voz trémula-. ¿Tratas de decirme algo que ya sé? ¿Que todos creen que mi padre se suicidó?

A Sheila le temblaban las manos. Aunque le costó, mantuvo el aplomo y contuvo las lágrimas.

– Pues yo no me creo ni una palabra de lo que dicen -continuó-. Eras amigo de mi padre. Tú no crees que se suicidara, ¿verdad?

Jonas había estado evitando aquella pregunta. Se frotó las rodillas para ganar tiempo hasta encontrar una respuesta apropiada. No quería ser descortés.

– No lo sé, Sheila -contestó-. Parece increíble… Oliver tenía tantas ganas de vivir… Pero a veces, cuando un hombre está entre la espada y la pared y se siente atrapado en un callejón sin salida, es capaz de hacer cualquier cosa para preservar aquello por lo que ha trabajado durante toda su vida.

Ella cerró los ojos y suspiró. De pronto se sentía pequeña y muy sola.

– De modo que tú también lo crees -dijo-. Como la policía y la prensa, crees que mi padre provocó el incendio y quedó atrapado por error o se quitó la vida.

– Nadie ha insinuado que…

– No hacía falta. Basta con ver la portada del periódico. Han pasado cuatro semanas y sigue siendo un festín para la prensa.

– Mucha gente de la zona trabajaba en Cascade Valley. Desde que cerró la bodega se ha duplicado el desempleo en el valle. Por mucho que te moleste, Cascade Valley es noticia.

– Eso lo entiendo, pero no sé por qué cree todo el mundo que mi padre se suicidó. ¿Por qué iba a hacer una cosa así? ¿Por el dinero?

Jonas se encogió de hombros y volvió a la mesa.

– ¿Quién sabe? Todo lo que se dice es pura conjetura.

– ¡Es difamación! Mi padre era un ciudadano honrado que respetaba la ley, y nada va a cambiar eso. Jamás habría…

A Sheila se le quebró la voz al recordar al hombre que la había criado. Desde que su madre había muerto, cinco años antes, había estado muy unida a su padre. La última vez que lo había visto estaba tan robusto y saludable que le costaba creer que hubiera muerto. Lo había notado distante y preocupado, pero había dado por sentado que se debía a los problemas que atravesaba la bodega en aquel momento. Aun así, estaba segura de que nada de lo que hubiera podido ocurrir en Cascade Valley había sido tan grave para que se suicidara. Oliver era muy fuerte.

Se obligó a sobreponerse. Era demasiado orgullosa para permitir que Jonas Fielding contemplara su dolor.

– ¿Hay alguna manera de que pueda volver a poner en marcha la bodega? -preguntó.

– Lo dudo. La compañía de seguros ha retenido el pago de la indemnización por la posibilidad de que el incendio haya sido provocado. Y me temo que ése no es el único problema.

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Has leído los papeles que había en la caja de seguridad de tu padre?

– No. Estaba demasiado enfadada y lo traje todo aquí.

– ¿Sabías que tu padre no era el único dueño de la bodega?

– Sí.

– ¿Conoces al socio de Oliver?

– Lo vi una vez, hace años. Pero ¿que tiene que ver Ben Wilder con todo esto?

– Por lo que sé, cuando Ben y Oliver compraron el negocio hace casi dieciocho años eran socios a partes iguales.

Sheila asintió. Recordaba el día en que su padre había hecho el feliz anuncio de que había comprado la bodega rústica situada al pie de las Cascade.

– Sin embargo -continuó Jonas-, en el transcurso de los últimos años, Oliver se vio obligado a pedir dinero prestado a Wilder Investments para cubrir una serie de gastos, y puso su parte del negocio como aval del préstamo.

– ¿Y tú no sabías nada?

– No. Los abogados de Ben se ocuparon de todo el papeleo. De haber sabido algo, le habría aconsejado a Oliver que no lo hiciera.

Sheila recordó el curso de los acontecimientos de los cinco últimos años y se sintió repentinamente culpable.

– ¿Por qué tuvo que pedir prestado exactamente? -preguntó.

– Por varios motivos. La situación económica se había complicado, y después hubo un problema con unas botellas en Montana. Por lo que he podido ver en la contabilidad, hacía años que las ventas estaban descendiendo.

– Pero no fue sólo por eso, ¿verdad?

Se le secó la boca cuando comprendió que su padre se había endeudado con Ben Wilder por culpa de ella.

A Jonas le daba pánico lo que tenía que decir.

– Tu padre pidió el préstamo hace cuatro años -contestó, confirmando sus sospechas-. Según recuerdo, tuvo varios motivos para hacerlo. El más importante era que quería ayudarte a recuperarte del divorcio con Jeff. Oliver pensaba que debías volver a la universidad y terminar la carrera. No quería que os faltara nada ni a ti ni a Emily.

– Oh, Dios mío.

Sheila cerró los ojos para protegerse de la verdad y se hundió en la silla. Después del divorcio había rechazado el dinero de su padre, pero él no había aceptado su negativa. Era una madre divorciada sin trabajo ni experiencia laboral. Oliver había insistido en que fuera a una universidad privada de California, donde la matrícula y los gastos de manutención de Emily y de ella eran exorbitantes, y la había obligado a aceptar el dinero diciendo que el sol de California la ayudaría a olvidarse de Jeff y del matrimonio infeliz. Sheila había aceptado la ayuda de su padre a regañadientes y se había prometido que se lo devolvería con intereses. Desde entonces habían pasado más de cuatro años, no había podido devolverle ni un centavo, y ya era demasiado tarde: su padre había muerto. Oliver no le había comentado nunca que Cascade Valley tuviera problemas económicos, pero ella tampoco había preguntado como iba el negocio. La sensación de culpa la asfixiaba.

Jonas le dio los papeles de la sociedad. Sheila les echó un vistazo y comprendió que el abogado había hecho una valoración exacta de la situación.

– Si hubiera acudido a mí -dijo Jonas-, yo habría podido evitar este desastre.

– ¿Por qué no te consultaría?

– Por orgullo, supongo. Pero ya es tarde.

– Hay una carta de Wilder Investments reclamando el pago del préstamo.

– Lo sé.

– Pero no está firmada por Ben Wilder. La firma es de…

Sheila se interrumpió y arqueó las cejas al reconocer el nombre.

– Noah Wilder -puntualizó Jonas-. El hijo de Ben.

Ella se quedó pensativa. Noah Wilder siempre había sido un misterio para ella.

– ¿Está al mando de la empresa? -pregunto.

– Temporalmente. Sólo hasta que Ben vuelva de México.

– ¿Has hablado con Ben o con su hijo para preguntarles si podrían considerar una prórroga del préstamo?

Sheila empezaba a digerir la situación.

Sin la ayuda de Wilder Investments, la bodega tendría que cerrar.

– Tengo problemas para localizar a Noah -reconoció el abogado-. No me devuelve las llamadas. Pero no he dejado de insistir con la compañía de seguros.

– Quieres que llame a Wilder Investments?

Sheila se había dejado llevar por el impulso. No sabía por qué se le había ocurrido que Noah la atendería, si Jonas no había conseguido que contestara a sus llamadas.

– No estaría mal -contestó él-. ¿Sabes algo de Wilder Investments?

– Sé que no tiene muy buena fama, si te refieres a eso. Mi padre no dijo nunca nada, pero por lo que he leído diría que la reputación de Wilder Investments es más que dudosa.

– Así es. Durante los diez últimos años, Wilder ha estado en el punto de mira de la justicia. No obstante, jamás se pudo demostrar ninguna acusación contra la empresa. Y, por supuesto, el apellido Wilder ha sido una fuente constante de noticias para la prensa amarilla.

– Lo sé.

– Entonces, ¿te das cuenta de que Wilder Investments y la familia Wilder son…?