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– Nunca lo has intentado. Ni siquiera con tu propia hija.

– Te equivocas. Lo intenté, y mucho.

– Pero en tu corazón no había lugar para ella.

– Yo no he dicho eso.

– Nunca has querido a nadie en tu vida, Jeff, excepto a ti mismo.

– Eso es lo que siempre me ha gustado de ti: tu temperamento tierno y sereno.

Sheila estaba furiosa, pero trató de mantener el control. Le habría gustado poder mirar a Jeff con indiferencia y no verlo como el padre que rechazaba a su hija.

– Esta discusión no nos va a llevar a ninguna parte -dijo entre dientes-. ¿Por qué no vas a la cocina y esperas mientras voy a buscar a Emily? Está en el patio.

Jeff vaciló, como si quisiera añadir algo, pero no dijo nada. Sheila dio un paso atrás para dejarlo entrar y trató de recuperar la calma. No quería contaminar a Emily con sus preocupaciones sobre la patética relación entre padre e hija.

Salió al patio y respiró hondo. Emily estaba muy entretenida mirando a Sean y Noah, que se lanzaban un disco volador. Era una escena familiar encantadora, y a Sheila le dolía el corazón por tener que estropearla.

– ¡Emily! Tienes visita.

– ¿Quién es?

– Tu padre ha venido a verte.

A la niña se le desdibujó la sonrisa.

– ¿Papá?

– ¿No te parece bien?

– No me va a llevar a Spokane, ¿verdad?

– Por supuesto que no, cariño. Sólo ha venido a ver cómo tienes el tobillo. Vamos. Te está esperando en la cocina.

– No, estoy aquí -gritó Jeff, acercándose a su hija con una sonrisa-. Ha sido un viaje largo, y no podía esperar más.

En aquel momento se dio cuenta de que Emily y Sheila no estaban solas. El juego había terminado, y Noah miraba atentamente al ex marido de la mujer que amaba.

– Creo que no nos conocemos -dijo Jeff.

Noah avanzó lentamente, con una mirada desafiante.

– Noah Wilder -se presentó, tendiéndole la mano-, y mi hijo, Sean.

– Jeff Coleridge. Encantado. ¿Has dicho Wilder?, ¿tienes algo que ver con Wilder Investments?

– Es la empresa de mi padre.

– ¿Ben Wilder es tu padre? -preguntó Jeff, impresionado.

– Sí.

– Ah. De modo que estás aquí como socio de Sheila…

Jeff parecía aliviado.

– En parte.

– No lo entiendo.

– Noah es amigo de mamá -intervino Emily.

– ¿Eso es cierto? -preguntó Jeff a Sheila. Se hizo un silencio incómodo mientras ella trataba de encontrar una respuesta apropiada. Los dos hombres la miraban intensamente.

– Sí. Noah es muy buen amigo mío.

Jeff se abstuvo de hacer comentarios, porque no quería quedar en ridículo.

– Entiendo -dijo.

Acto seguido, se arrodilló para hablar con su hija y la tomó de la mano.

– ¿Cómo te encuentras, Emily?

– Bien.

La niña se cohibió al darse cuenta de que se había convertido en el centro de atención.

– ¿Y tu tobillo?

– Está bien.

– Me alegro. ¿Me vas a contar cómo te caíste en el arroyo?

– ¿De verdad te interesa? -preguntó ella con escepticismo.

– Por supuesto que sí, preciosa.

Jeff la llevó al banco y le indicó que se sentara con él.

– Anda, cuéntame cómo fue.

Noah sentía náuseas al ver los torpes intentos de Coleridge de parecer paternal y se marchó en dirección al ala oeste.

Sheila lo vio alejarse y tuvo que reprimir el impulso de correr tras él, pero tenía la responsabilidad de quedarse con Emily hasta asegurarse de que ésta se sentía cómoda con su padre.

Cuando perdió de vista a Noah, volvió a mirar a Jeff y a Emily, y se topó con la mirada crispada de su ex marido.

– ¿Cuánto hace que está aquí? -preguntó él.

– Una semana.

– ¿Y te parece buena idea?

– Me está ayudando a arreglar la bodega.

– Ya veo.

– Mira, Jeff, mi relación con Noah no es asunto tuyo.

– Es un arrogante, ¿no crees?

– Creo que es un hombre muy amable y considerado.

– ¿Y yo no?

– Yo no he dicho eso.

Sheila le lanzó una mirada amenazadora. Sabía que, por el bien de Emily, tenía que cambiar el rumbo que estaba tomando la conversación.

– ¿Te apetece un café? -preguntó.

Jeff trató de relajarse y parecer cómodo.

– ¿No tienes nada más fuerte?

– Creo que sí.

– Bien. Prepárame un martini de vodka.

– De acuerdo. Vuelvo en unos minutos.

Sheila se volvió hacia la casa y maldijo a Jeff entre dientes por estropear una tarde tranquila. Lo maldijo por interrumpir lo que esperaba que fuera una cena familiar íntima. El problema principal era que consideraba que Noah y Sean formaban parte de la familia, mientras que veía a Jeff como un intruso que sólo podía causar problemas.

Entró en el despachó y se sorprendió al encontrar a Noah sentado a la mesa, examinando los planos originales del ala oeste. El no se movió ni dijo nada al oírla entrar.

Sheila sintió que se ensanchaba el abismo que los separaba y se preguntó si tendría valor para salvar las distancias.

– Siento que hayas tenido que presenciar eso -dijo mientras sacaba una botella de vodka del mueble bar.

– No me pidas disculpas. No es asunto mío.

– Claro que sí. Y no pretendía que la visita de Jeff se convirtiera en un circo.

– ¿No? No te engañes, Sheila. Fuiste tú quien lo invitó. ¿Qué esperabas que pasara?

– No tenía más remedio; tenía que contarle lo de Emily e invitarlo a venir a verla.

– No gastes saliva, Sheila. Ya he oído todo esto.

– Por favor, Noah, no me cierres la puerta en las narices.

– ¿Es eso lo que estoy haciendo?

– Sí.

– ¡No!

Noah se puso en pie y la miró por primera vez desde que había entrado en la habitación.

– Voy a decirte lo que estoy haciendo -continuó-. Me mantengo al margen con la esperanza de no perder la paciencia, algo que no se me suele dar muy bien, mientras la mujer que amo sigue aferrada a un pasado de color de rosa que no existió nunca.

– No estoy…

– Estoy tratando de mantener las apariencias y reprimir el impulso de echar a patadas a ese imbécil condescendiente, cuyos intentos por parecer un padre amoroso rozan lo patético.

– Jeff sólo trata de…

– Y también -añadió él, subiendo la voz-estoy tratando de entender cómo una mujer hermosa y sensible como tú pudo casarse con un canalla como Jeff Coleridge.

Sheila levantó la copa de martini con manos temblorosas.

– Creo que ya es suficiente -dijo volviéndose hacia la puerta.

Aunque no se le veían los ojos, las lágrimas de orgullo le estrangulaban la voz.

Noah la tomó del brazo para impedir que se fuera; la hizo girarse para mirarlo a la cara, y la copa se cayó al suelo.

– No, Sheila, te equivocas. Te amo. No quería enamorarme de ti, hice lo imposible por no enamorarme, pero ha sido inútil. Y no tengo intención de dejarte ir. Ni con esa víbora a la que en otro tiempo llamaste marido ni con nadie.

– Entonces, por favor, trata de entender que sólo he invitado a Jeff por Emily.

– ¿Crees que puedes engañar a la niña?

– No trato de engañarla. Sólo trato de no influir en la opinión que tiene de su padre.

– ¿Dejando que se meta donde no es bien recibido o cubriendo sus errores y omisiones?

– Dejando que Emily forme su propio criterio.

– Entonces deja que lo vea tal como es -dijo él-. ¿Por qué te importa tanto Jeff?

– Es el padre de mi hija.

– ¿Nada más?

– Por favor, Noah, no insistas una y otra vez con lo mismo. No estoy enamorada de él. Ni siquiera sé si alguna vez lo estuve.

El le rodeó los hombros con los brazos y le acarició la mejilla con ternura.

– De acuerdo, Sheila -dijo con un suspiro de resignación-. Trataré de soportar a ese imbécil, pero si se pone desagradable contigo o con Emily, no tendré ningún reparo en sacarlo de esta casa de las orejas. ¿Entendido?