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– ¿Turbios?

Jonas no pudo evitar sonreír.

– Yo no diría tanto -dijo-, pero no me fiaría de Ben en absoluto. Y tú tampoco deberías. Como única beneficiaria de la herencia de tu padre, serías presa fácil de tipos como Ben.

– Creo que no termino de entender qué insinúas.

– ¿No te has dado cuenta de cuántos negocios poco rentables han sido víctimas de Wilder Investments sólo en el último año? Puedo mencionar una empresa de transporte de Seattle, una compañía de teatro de Spokane y una envasadora de salmón de la Columbia Británica.

– De verdad crees que la familia Wilder quiere Cascade Valley? -preguntó ella, incapaz de ocultar su escepticismo.

– ¿Por qué no? Puede que en los últimos años haya tenido problemas, pero sigue siendo la bodega más grande y prestigiosa del noroeste. Nadie, ni siquiera alguien con el poder y el dinero de Ben Wilder, podría encontrar una situación mejor para una bodega. Puede que tu padre no fuera un buen empresario, pero sabía elaborar y embotellar el mejor vino del país.

– ¿Insinúas que Wilder Investments podría ser responsable del incendio?

– No, o al menos creo que no. Pero lo que importa no es quién prendió el fuego, sino que Wilder es el único que se beneficia con el incendio. Ben no dejaría pasar una oportunidad de oro si se le presentase.

– ¿Y crees que esa oportunidad es hacerse con la totalidad del negocio de la bodega?

– No te quepa duda.

– ¿Qué crees que hará Ben?

Jonas lo pensó un momento.

– A menos que me equivoque -contestó-, creo que se acercará a ti. Me atrevería a decir que querrá comprarte lo poco que te queda. Ten en cuenta que entre las dos hipotecas de la propiedad y lo que se debe a Wilder Investments, posees una parte muy pequeña de la bodega.

– ¿Y crees que debería venderla?

– No, pero ten cuidado y asegúrate de hablar conmigo antes de hacer nada. No me gustaría que Ben Wilder o su hijo te desplumaran.

Sheila no se iba a dejar vencer tan fácilmente.

– No te preocupes, Jonas -dijo-. Pretendo plantar cara a Ben Wilder, o a su hijo, y pienso conservar Cascade Valley. Es lo único que nos queda a Emily y a mí.

Dos

Cuando se abrió la puerta del despacho, Noah frunció el ceño. Apartó la vista de la correspondencia que estaba leyendo y trató de ocultar su fastidio al ver entrar a la secretaria de su padre.

– ¿Qué pasa? -preguntó con una sonrisa que no se reflejaba en su mirada.

– Siento molestarte, pero tienes una llamada en la línea uno.

– Ahora estoy ocupado. Hazme el favor de tomar el mensaje.

Aunque Noah había devuelto su atención a los papeles, Maggie no se movió.

– Sé que estás ocupado -aseguró-, pero la persona que quiere hablar contigo es la señorita Lindstrom.

– ¿Lindstrom? ¿Se supone que tiene que sonarme?

– Es la hija de Oliver Lindstrom, el hombre que murió en el incendio de hace unas semanas.

– Es la que sigue insistiendo en que le dé parte del dinero del seguro, ¿verdad?

– La misma.

El entrecerró los ojos y miró con suspicacia.

– Lindstrom murió en un incendio que, según los informes, se sospecha que fue intencionado -dijo-. ¿Crees que él mismo provocó el fuego y quedó atrapado sin querer?

Sin esperar la respuesta de Maggie, Noah buscó el informe de la compañía de seguros sobre el incendio y lo leyó mientras lanzaba otra pregunta a la secretaria.

– ¿No le escribí una carta a su hija y le expliqué nuestra posición?

– Sí.

– ¿Esta llamada no será una excusa para ganar tiempo hasta que la aseguradora termine la investigación? Recuerdo que le decía que el asunto tendría que esperar hasta que volviera Ben.

– Así es.

Maggie frunció la boca con impaciencia. Sabía que Noah tenía poder absoluto para tomar cualquier decisión comercial en la empresa, al menos hasta que su padre volviera de México.

– ¿Y para qué me llama? -preguntó él.

– No sé para qué te llama, pero deberías hablar con ella. Es la quinta vez que lo intenta esta tarde.

El miró de reojo el montón de mensajes que le había dejado Maggie en la mesa y que había intentado no ver, con la esperanza de que desaparecieran por obra y gracia del destino.

– De acuerdo, Maggie -accedió a regañadientes-. Tú ganas, hablaré con ella.

Con una voz que disfrazaba su fastidio, Noah contestó a la llamada.

– Soy Noah Wilder -se presentó-. ¿Puedo hacer algo por ti?

Sheila llevaba esperando en el teléfono más de cinco minutos, y estaba a punto de colgar cuando el hijo de Ben Wilder decidió por fin dedicarle un poco de su precioso tiempo. Reprimió el impulso de colgar de mala manera, mantuvo la compostura y contestó a la pregunta con un leve sarcasmo:

– Si no es mucho pedir, sí -dijo-. Me gustaría reunirme contigo, aunque tu secretaria me ha comunicado que estás demasiado ocupado para verme. ¿Es así?

Algo en la tensión contenida logró despertar el interés de Noah. Desde que había asumido las responsabilidades de su padre el mes anterior, nadie había osado discutir con él. Al parecer, el poder que Ben ejercía con mano firme impedía contradecir a su hijo a todos los que se relacionaban con él. No obstante, Noah tenía la impresión de que Sheila Lindstrom estaba dispuesta a enfrentarse.

– Me encantaría reunirme contigo -contestó-, pero tendría que ser después de la semana que viene. Desafortunadamente, Maggie te ha informado bien. Tengo ocupados los próximos diez días.

– ¡No puedo esperar tanto!

– ¿Cuál es el problema exactamente? ¿No has recibido mi carta?

– Sí, y por eso te llamo. Tenemos que vernos. ¡Es muy importante!

Noah estaba impresionado por la tenacidad de aquella mujer. Echó un vistazo a los mensajes telefónicos y comprobó que Maggie no exageraba: Sheila había llamado una vez por hora durante cinco horas.

– Imagino que esperas que reconsidere mi decisión -dijo.

– ¡Tienes que hacerlo! Si querernos reconstruir la bodega y tenerla lista para la cosecha de esta temporada, tenemos que empezar cuanto antes. Incluso así, podríamos no llegar a…

El la interrumpió. En el tono de Sheila había un dejo de desesperación que lo molestaba.

– Entiendo tu problema -afirmó-, pero no puedo hacer nada. Mi padre está fuera del país y…

– ¡Por mí como si está en la Luna! Estás al frente de Wilder Investments, y tengo que tratar contigo. Estoy segura de que no eres ningún títere y tienes capacidad de decisión.

– No lo entiendes.

Noah se maldijo por dejar que aquella desconocida lo obligara a ponerse a la defensiva.

– Tienes razón -replicó ella-, no lo entiendo. Soy empresaria y me parece absolutamente ilógico que dejes abandonado un negocio rentable como Cascade Valley, cuando podría estar produciendo.

– Por lo que tengo entendido, Cascade Valley lleva sufriendo pérdidas casi cuatro años.

– Creo que es evidente que tenemos mucho de que hablar. Si no puedes reunirte conmigo hoy, podrías pasar por la bodega este fin de semana y llevarte una impresión de primera mano del problema que compartimos.

Durante un momento, Noah se dejó cautivar por el tono suave y convincente de Sheila, y estuvo tentado de aceptar la oferta. Aunque sólo fuera por un fin de semana, le habría encantado dejar de lado los problemas de la empresa. Pero no podía. Había cosas en Seattle que no podían esperar. No era sólo por la empresa; también tenía que ocuparse de Sean.

– Lo siento -dijo, con una disculpa sincera-, no es posible. Pero si quieres, podríamos quedar para dentro de dos semanas. ¿Te parece bien el ocho de junio?

– No, gracias.

Sheila estaba furiosa cuando colgó el auricular del teléfono público. Normalmente, la ciudad de Seattle le resultaba fascinante, pero aquel día no le llamaba la atención. Había ido con la esperanza de que Noah Wilder entendiera la situación desesperada en la que se encontraba, y había fracasado. Después de hablar hasta el hartazgo con la secretaria, de esperar en línea eternamente y de hacer cinco llamadas infructuosas, había llegado a la conclusión de que era imposible razonar con él; obviamente era una figura decorativa, un sustituto temporal de su padre, y no tenía ninguna autoridad.