Выбрать главу

Sheila tomó el bolso y trató de aplacar las emociones que la sacudían y que no se atrevía a mencionar.

– ¿Po-podríamos reunirnos la semana que viene? -balbuceó.

Noah la miró con perplejidad.

– ¿Y ahora qué te pasa?

– Me tengo que ir. Me espera mi hija.

Sheila empezó a volverse hacia la puerta para escapar de la seducción de la mirada de Noah.

– ¿Tienes una hija? -preguntó él, poniéndose en pie-. Pero creía que…

– ¿Que no estaba casada? No lo estoy. Me divorcié hace cuatro años.

El divorcio seguía siendo un asunto doloroso para Sheila. Aunque ya no quería a Jeff, le molestaba hablar del fracaso de su matrimonio.

– No era mi intención cotillear -se disculpó él.

La sinceridad de Noah la conmovió.

– Lo sé -dijo-. No pasa nada.

– Lo siento si he tocado un tema delicado.

– No te preocupes. Fue hace mucho tiempo.

El ruido de un coche que se acercaba interrumpió sus palabras. Sheila agradeció la súbita distracción; Noah se estaba acercando demasiado. El motor siguió rugiendo durante unos segundos y se perdió en la distancia.

Noah se puso alerta de inmediato.

– Discúlpame -murmuró mientras salía de la habitación.

Sheila esperó un momento antes de imitarlo. Tenía que salir de la casa y alejarse de Noah Wilder. Avanzaba por el pasillo cuando oyó que se abría la puerta de entrada.

– ¿Dónde diablos estabas? -pregunta Noah.

La preocupación que había en su voz retumbó en toda la casa. Sheila retrocedió sobre sus pasos y se maldijo por no haberse ido antes. Lo último que quería era verse envuelta en una discusión familiar.

La voz de Noah volvió a resonar.

– ¡No quiero oír tus excusas lastimeras! Sube y trata de dormir la mona. Hablaremos por la mañana, pero no puedes seguir con este comportamiento. ¡Que sea la última vez que vuelves borracho a casa, Sean!

Sheila suspiró aliviada al descubrir que quien había llegado era el hijo de Noah. Por algún motivo, la reconfortaba saber que no se trataba de su mujer. Volvió a la biblioteca sin poder quitarse de la cabeza lo que había oído. No entendía bien qué pasaba, pero sabía que no le convenía saber nada más de Noah Wilder y su familia; era peligroso.

Empezó a dar vueltas por la sala. Noah estaba a punto de volver y eso la ponía nerviosa. No quería verlo de nuevo, y menos en aquella habitación; era demasiado acogedora y parecía el escenario perfecto para una escena romántica. Necesitaba verlo en otro momento y en un lugar seguro.

Corrió hasta una puerta acristalada que daba al exterior, giró el picaporte y se escabulló en la oscuridad. Se sentía culpable por marcharse sin despedirse pero no se le ocurría ninguna excusa que explicara su partida intempestiva era mas fácil salir sin que la vieran. No se podía permitir el lujo de mezclarse en los problemas personales que Noah pudiera tener, ya que, al fin y al cabo, ella era únicamente una socia de Wilder Investments. Se estremeció al sentir el aire frío del exterior y tuvo que escudriñar en la oscuridad. La lluvia le mojaba la cara mientras trataba de orientarse en la noche sin luna.

– ¿Qué se hace ahora? -farfulló.

Maldijo al descubrir que no había salido por una puerta trasera, como creía, sino que estaba en una enorme terraza con vista al lago Washington. Se apoyo en la barandilla y se asomo solo para ver que no había manera de bajar por el acantilado. No tenía escapatoria.

– ¡Sheila¡ -gritó Noah- ¿Qué haces?

Se sobresalto tanto al oírlo que se resbaló y tuvo que aferrarse a la barandilla para no caer.

Noah corrió a tomarla por los hombros y la apartó del borde de la terraza. Ella se quedó paralizada de vergüenza. Imaginaba que debía de haber quedado como una imbécil que trataba de huir por el acantilado. Al parecer, la elegancia y el sentido común la habían abandonado al conocer a Noah.

– Te he hecho una pregunta -insistió él, zarandeándola-. ¿Qué hacías aquí?

Además de furioso, Noah parecía atemorizado.

– Trataba de irme -contestó ella.

– ¿Por qué?

– No quería oír la discusión que tenías con tu hijo.

Noah dejó de agarrarla con fuerza, pero no la soltó.

– Tendrías que haber estado sorda para no oír mis gritos -dijo-. Me alegro de que no estuvieras pensando en saltar desde la terraza.

– ¿Qué dices? Tendría que estar loca. La caída debe de ser de más de quince metros.

– Por lo menos.

– ¿Creías que iba a saltar? -preguntó ella con incredulidad.

– No sabía qué pensar. No te conozco, y no termino de entender ni por qué has salido a la terraza ni por qué estabas asomada a barandilla.

– No es tan complicado. Me quería ir y estaba buscando una salida en la parte de atrás de la casa.

– ¿Y por qué tenías tanta prisa?

Noah la miró atentamente. Aunque la oscuridad dificultaba la visión, estaba seguro de que se había sonrojado.

– No me siento cómoda en esta casa -reconoció ella.

– ¿Por qué?

De haber podido ser sincera, Sheila le habría dicho que la ponía incómoda, porque no era en absoluto como había esperado y se sentía atraída por él. Pero no podía confesarle la verdad.

– Porque he invadido tu intimidad-dijo-. Te pido disculpas. No tendría que haber venido a tu casa sin invitación.

– Pero no sabías que era mi casa.

– Eso es lo de menos. Creo que será mejor que me vaya. Podemos vernos en otro momento. En tu despacho o, si lo prefieres, en la bodega.

– No sé cuándo tendré tiempo.

– Estoy segura de que encontrarás un rato para mí.

– ¿Y por qué no ahora?

– Ya te he dicho que no quiero interferir en tu vida privada.

– Creo que ya es demasiado tarde para eso.

Sheila tragó saliva, pero seguía con la boca seca. La intensidad de la mirada de Noah la hacía sentirse extrañamente vulnerable y desvalida. Aun así, no sólo no se apartó, sino que le sostuvo la mirada y se obligó a no temblar. Sabía que la iba a besar y abrió la boca involuntariamente. Noah bajó la cabeza y le acarició el cuello mientras la devoraba con un beso que sabía a promesas y peligro.

Sheila no fue consciente de lo que le estaba ofreciendo hasta que lo abrazó por la cintura. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había deseado a un hombre. No había dejado que nadie se le acerara desde el divorcio. Sin embargo, en aquel momento, bajo la lluvia de verano y besando a un hombre del que no se podía fiar, se sentía más entregada y apasionada que nunca.

Noah la tomó de la cintura para apretarla contra sí y besarla con devoción. Sheila sintió que sus sentidos empezaban a despertar y como volvían a la vida las sensaciones que creía muertas.

Cuando él se apartó para mirarla, la realidad la sacudió como un rayo. Al ver la pasión en los ojos azules de Noah supo que en sus ojos también ardía un deseo que no tenía límites.

– Perdóname -se disculpó, tratando de retroceder.

– ¿Por qué?

– Por todo. No pretendía que las cosas se nos fueran tanto de las manos.

El ladeó la cabeza con expresión descreída.

– Te gusta abandonarme, ¿verdad? -dijo.

– Me refiero a que no planeaba tener nada contigo.

– Lo sé.

– ¿En serio?

– Por supuesto. Ninguno de los dos esperaba esto, pero no podemos negar que nos sentimos muy atraídos el uno por el otro.

Noah le pasó un dedo por los labios, como si la desafiara a que lo contradijese. A ella le flaquearon las piernas cuando lo vio bajar la cabeza para volver a besarla. Estaba loca por él, pero reprimió el deseo y apartó la cara. Le temblaban los labios y no pudo evitar que sus ojos reflejaran el miedo que sentía.