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– ¿Ocurre algo? -preguntó él.

– ¿Bromeas? Ocurre de todo. Vine a Seattle con la esperanza de que me ayudaras con la bodega; como no podía hablar contigo, he venido aquí buscando a tu padre. Te he oído discutir con tu hijo y, por si fuera poco, he acabado entre tus brazos.

– De acuerdo, tenemos algunos problemillas.

– ¿”Algunos”?

– Lo que trato de decir es que a veces es mejor distanciarse de los problemas. Da una mejor perspectiva de las cosas.

– ¿Estás seguro?

– De lo que estoy seguro es de que te encuentro increíblemente atractiva.

– Sabes que esto no va a funcionar.

– No pienses en el futuro.

– Alguien tiene que hacerlo -declaró, antes de apartarse de él-. Quería hablar con tu padre porque tú te negabas a recibirme.

– Menudo error por mi parte.

Sheila hizo caso omiso de la insinuaciones.

Ese es el único motivo por el que estoy aquí -afirmó-. No pretendía oírte discutir con tu hijo ni esperaba que estuviéramos tan cerca. Espero que lo entiendas.

– Lo entiendo perfectamente.

La sonrisa seductora de Noah la cautivó por completo. Era poderoso, pero amable; atrevido, pero no descarado; fuerte, pero no inflexible. La clase de hombre que ella no creía que existiera. No obstante, a pesar de la atracción irrefrenable que sentía por él, no estaba segura de sus sentimientos.

– Me tengo que ir -dijo.

– Quédate.

– No puedo.

– ¿Por tu hija?

– Por ella y por otras cosas.

– Vamos, entra en casa. Te estás mojando.

– Por lo menos tengo una gabardina.

Sheila dirigió la mirada a la musculatura del pecho de Noah bajo la camisa húmeda.

– No esperaba que te escaparas bajo la lluvia.

– Ha sido una estupidez. Es que no quería importunar. No creía que…

– ¿No creías que tuviera mis propios problemas?

Ella asintió avergonzada.

– Lo siento.

– No te preocupes. Debería haber sido más discreto, pero al ver llegar a Sean otra vez borracho a casa, he perdido el control.

Noah se enjugó las gotas de lluvia de la frente como si estuviera borrando un pensamiento desagradable. Después la tomó del codo y, mientras entraba en la casa con ella, no pudo evitar notar la dignidad con que se dejaba llevar.

– Gracias por recibirme -dijo ella-. No me vas a decir dónde puedo encontrar a tu padre, ¿verdad?

– Dudo que sea lo más inteligente.

Sheila sonrió apenada.

– En ese caso, me voy. Gracias por tu tiempo.

– ¿Piensas ir en coche hasta el valle esta noche?

Noah estudió las facciones cansadas de Sheila. No sabía hasta qué punto podía fiarse de ella. Aunque le parecía sincera, tenía la impresión de que ocultaba algo; un secreto que tenía miedo de compartir.

– No -contestó ella-. Volveré mañana.

– Creía que te esperaba tu hija.

– Esta noche no. Se lo debe de estar pasando en grande. Su abuela la malcría.

Noah se rascó la barbilla y arqueó las cejas.

– No sabía que tu madre vivía -dijo.

– No. Emily está con la madre de mi ex marido. Nos llevamos muy bien.

– ¿Y también te llevas bien con tu ex?

– Jeff y yo somos civilizados.

– Así que lo sigues viendo.

– No puedo evitarlo. Tenemos una hija.

– ¿Y la trata bien?

– Supongo que sí. ¿Acaso importa?

– ¿Cómo no va a importar? -replicó él, perplejo.

– A mí sí, por supuesto. Pero no entiendo por qué te importa a ti.

– Tienes razón. No he debido entrometerme en un tema tan delicado.

Sheila se puso tensa. La conversación se estaba volviendo demasiado personal. El divorcio había sido una experiencia dolorosa y prefería no pensar en ello. No le gustaba hablar de Jeff con nadie, y menos con un hombre al que empezaba a admirar. Además, no era asunto de Noah. Buscó las llaves del coche en el bolso y dijo:

– Creo que será mejor que me vaya.

– ¿Otra vez te quieres escapar?

– ¿Cómo dices?

– ¿No es eso lo que tratabas de hacer cuando has salido a la terraza? No me negarás que intentabas evitar una confrontación conmigo.

– Estabas discutiendo con tu hijo. Sólo trataba de darte un poco de intimidad.

Noah la miró fijamente a los ojos.

– No ha sido sólo por eso, ¿verdad?

– No entiendo qué insinúas.

– Por supuesto que sí -afirmó él, acercándose más-. Tratas de evitarme cada vez que la conversación se vuelve personal.

– He venido a hablar de negocios. No es un asunto personal.

– Guárdate ese discurso para otro.

Ella lo miró con expresión desafiante, pero mantuvo el aplomo.

– Déjate de rodeos y dime qué es lo que te molesta.

– Has venido para intentar hablar con Ben-contestó él-. Me estabas puenteando. No soy tonto. Sé que estabas tratando de evitarme a propósito.

– ¡Porque no querías atenerte a razones!

– Soy un hombre razonable -le acarició la barbilla y la miró fijamente-Quédate, por favor -suplicó.

– ¿Para qué?

– Podríamos empezar por hablar de tus planes para sacar adelante la bodega.

– ¿Cambiarías tu postura sobre el pago de la aseguradora?

El sonrió y empezó a jugar con el cuello de la gabardina.

– Creo que podrías convencerme para que hiciera cualquier cosa -susurró.

A Sheila se le aceleró el corazón. Dio un paso atrás, se cruzó de brazos y lo miró con desconfianza.

– ¿Qué haría falta? -preguntó.

– ¿Para qué?

– Para que escuches mi versión de lo ocurrido.

– No mucho.

– ¿Cuánto?

La sonrisa de Noah se hizo más ancha y se le iluminaron los ojos con picardía.

– ¿Por qué no empezamos con una cena? -propuso-. Nada me gustaría más que escucharte mientras tomo una copa del mejor vino de Cascade Valley.

– De acuerdo. ¿Por qué no? Pero antes dejemos las reglas claras. Insisto en que mantengamos la conversación en el ámbito de los negocios.

– Tú ven conmigo. Ya veremos qué nos deparan la conversación y la noche.

Cuatro

El restaurante que eligió Noah estaba situado en una colina empinada, cerca del centro de la ciudad. Era un lugar único; el edificio, de estilo victoriano, era obra de uno de los fundadores de Seattle. Aunque habían remodelado el interior para adecuarlo a los clientes de L’Epicure, la estructura conservaba el encanto del siglo XIX.

Un camarero vestido de etiqueta los escoltó por la escalera hasta un salón privado de la segunda planta. La mesa estaba al lado de un ventanal con vistas a la ciudad.

– Qué bonito -murmuró Sheila.

Noah le apartó la silla para que se sentara antes de hacer lo propio con la suya al otro lado de la mesa. Aunque trataba de mostrarse tranquilo, se notaba que seguía alterado. La comodidad del silencio que habían compartido en el coche se había perdido en la intimidad del restaurante.

Antes de que el camarero se fuera, Noah le pidió la especialidad de la casa y una botella de chardonnay de Cascade Valley. Sheila arqueó las cejas al oírlo, pero el camarero tomó nota como si la petición no tuviera nada de extraordinario y se marchó de la sala.

– ¿Por qué un restaurante francés tiene un vino local? -preguntó ella.

– Porque mi padre insiste en que lo tenga.

El camarero regresó con la botella y esperó a que Noah le diera el visto bueno para servir las copas.

Sheila aguardó a que se fuera para insistir con el asunto.

– ¿L’Epicure tiene un vino especial para tu padre?

– Es una forma de decirlo. L’Epicure es una empresa de Wilder Investments.

– Igual que Cascade Valley.

– Sí. Aunque el restaurante tiene una carta de vinos europeos muy completa, Ben quiere que también ofrezca los vinos de Cascade Valley.

– Y tu padre está acostumbrado a conseguir lo que quiere, ¿verdad?