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Francisco García Pavón

Las hermanas Coloradas

© 1970

Pológo

Javier Villán

Francisco García Pavón obtuvo con Las hermanas coloradas el premio Nadal del año 1969. En los albores del prestigioso galardón, veinticuatro años antes, García Pavón habla sido finalista, con Cerca de Oviedo, hecho que otorgó al compacto narrador de Tomelloso (Ciudad Real) un lugar en la literatura de posguerra. Subrayo la denominación de origen no sólo porque en Tomelloso nació García Pavón en 1919, sino ta?nbién porque allí sitúa las peripecias de Plinio, el detective municipal, y sus preocupaciones éticas y sociales. Parece que García Pavón tratara de demostrar que no hay lugar que no pueda trascenderse a sí mismo o que la universalidad de una obra literaria arranca siempre de una concreción local.

García Pavón inventó una singular novela policiaca a la española, precedente remotísimo de la que se lleva hoy en España. El detective de García Pavón es un guardia municipal apacible y un poco zumbón que está muy lejos del Carvalho de Vázquez Montalbán, sujeto nada ejemplar, al contrario del honrado padre de familia que es Plinio. No obstante, tienen algo en común: no se gustan a sí mismos ni les gusta la sociedad en que viven. Plinio la tolera, desde la perspectiva de orden de un guardia municipal; Carvalho la detesta desde la óptica de un inadaptado sin raíces. Carvalho, gastrónomo y bebedor selectivo, es la resaca turbia de un vino malo.

Manuel González, Plinio, aparece ya en El reinado de Witiza y en El rapto de las Sabinas, novelas que dieron a García Pavón sólido prestigio. El reinado de Witiza fue premio de la Crítica en 1968. Enigmas, muertes y desapariciones serán resueltos por Plinio con eficacia de sabueso avezado. Un policía municipal, sin especial preparación criminológica ni sutiles técnicas investigadoras, es un hallazgo notable; sus armas, la intuición natural, el pálpito que dice don Lotario, su ayudante, veterinario de profesión. Vuelve Plinio a su cachazuda actividad

detectivesca en Las hermanas coloradas, la más ambiciosa y conseguida novela policiaca del autor. Plinio es un álter ego de García Pavón. O una cara de su poliédrico álter ego; también pudiera serlo don Lotario. un Mister Watson a la medida de este Sherlock Holmes tomellosero. A don Lotario, el seráfico ayudante especializado en bestias enfermas. García Pavón lo llama «albéitar», con ese regusto por la palabra arcaica o extraña que marca el lenguaje de Las hermanas coloradas. Hay otro personaje, Braulio, un filósofo autodidacto y senequista, que pudiera completar ese supuesto autorretrato, piadoso pero escéptico, del escritor. Plinio tiene muy clara su condición, subalterna y fatalista, cuando responde a don Lotario que le pregunta si no tiene lástima de sí mismo: «Ni lástima ni gusto. Me recibo con naturalidad. Hago en la vida lo que quiero hacer. Y sé que lo que hago es tan mentira como lo que veo que otros hacen. Pero hay que tenerse un poco de transigencia y aceptar la mentira que nos cayó en suerte, que nos vale y nos remedia». En el mundo de la novela policiaca esta capacidad de comprensión es, cuando menos, una rareza ibérica.

La trama de Las hermanas coloradas es simple: desaparición misteriosa de dos solteronas cuya vida transcurre sin sobresaltos ni turbulencias. Pero todo está enriquecido con el recuerdo de otro mundo: el mundo anterior a la guerra civil, el republicanismo larvado, la derrota y un hombre topo. Hay otro personaje patético y magistral, más topo aún que el republicano sepultado en vida: un funcionario de los tiempos de maricastaña, olvidado y perdido en las covachuelas de un ministerio: ni reconocido ni depurado.

La novela ocurre en Madrid; pero, en realidad, Plinio no ha salido de Tomelloso. En Las hermanas coloradas hay un microcosmos, el hotel Central, cerca de la Puerta del Sol, que es reflejo de la vida y la sentimentalidad del terruño del detective. Allí arriban todas las personas en tránsito que tienen algo que ver con la populosa villa manchega. Industriales del vino que rematan un negocio; estudiantes a la caza de la extranjera más que del aprobado, que van a recibir noticias de la familia. O simples viajeros de paso para alguna gestión ministerial. Desde allí, esa necesidad terrícola, esa adicción a las raíces, se expande por las tascas de Madrid con olor a fritanga, guisos aceitosos y vinos ásperos de la tierra. En Las hermanas coloradas hay un realismo minucioso y demorado que es un hiperrealismo de la mirada, una radicalidad del olfato y una hipersensibilidad del gusto. La trama policiaca, a veces, parece un pretexto para ejercitar ese poder de los sentidos. O para apuntalar la tenacidad de búsqueda de la palabra olvidada o de significado circunscrito a una región. Los monólogos interiores de Plinio, vehículo fundamental de sus pensamientos, se entrecomillan. Es como si el autor quisiera dejar claro que la simultaneidad de tiempos y de espacios no es posible, que la evocación y la memoria son parcelas aisladas y por su orden. El sistema narrativo de Las hermanas coloradas actúa con una terca sistematización; la mirada del autor lo abarca todo, pero no de golpe y a la vez. Se detiene en cada fragmento de realidad y de la red de minúsculos retazos de vida surge el paisaje total.

La resolución del enigma que rodea a las hermanas pelirrojas y gemelas le permite a García Pavón una mirada melancólica sobre los años de la Segunda República, circunstancia no insólita en el autor de Cuentos republicanos o Los liberales. Lo social, sesgada o cautamente político, o lo político trasmutado en cuestión social, nunca fue ajeno a Francisco García Pavón; aunque está expuesto con la moderación sentimental propia de un moderado como era este autor manchego.

Aparece en algunos momentos de Las hermanas coloradas cierto sentido de la puesta en escena, atisbos dramáticos de los conocimientos teatrales de García Pavón que, durante varios años, fue catedrático de Literatura de la Escuela de Arte Dramático. En un libro de los primeros sesenta, Teatro social en España, García Pavón hizo un sugerente estudio sobre el compromiso del teatro. Resulta pertinente traer a colación una cita que podría muy bien ser aplicada a Las hermanas coloradas en particular y a la personalidad literaria de García Pavón en generaclass="underline" «… exponer unas situaciones, fruto de unas estructuras sociales incómodas, para que sin más doctrina, discurso o eslogan, el espectador deduzca por su cuenta. (…) Exposición objetiva de unos modos de vivir que, antes que exaltar, (…) hacen pensar».

Para Amparín y Luciano Garcia

de la Riva, en cuya casa de Benicásim

renace Plinio cada verano.

Una mañana de otoño

Manuel González alias Plinio, Jefe de la G.M.T. -o sea: La Guardia Municipal de Tomelloso (C. Real)- según costumbre, se tiró de la cama a las ocho en punto de la mañana. El hombre, tan ajustados tenía los ejes del reloj a los de su cerebro, que apenas sonaba en la torre de la villa el primero de los ocho golpes matinales, sentía flojera en los párpados, desenredaba las pestañas y recibía la claridad con la vagarosa sensación de arribar a la vida por primera vez. Hacia el cuarto campanazo recuperaba del todo la conciencia de su ser, historia, familia y cometido. Y al octavo -como la mañana que cuento- ya estaba sentado en el borde del lecho rascándose la nuca y mirando con fijeza el costurero guarnecido de conchas y caracolas que posaba sobre el mármol de la cómoda desde toda la vida de Dios.

Mientras se atezaba, desnudo de medio cuerpo para arriba, la Gregoria, su mujer, le entró en el cuarto de aseo el uniforme gris de verano bien planchado y los zapatos negros a punto de charol.