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EL UNIVERSO SE DIRIGE. El universo se dirige hacia la complejidad. Del hidrógeno al helio, y del helio al carbono. Cada vez mayor complejidad, cada vez más sofisticación, tal es el sentido de la evolución de las cosas.

De todos los planetas conocidos, la Tierra es el más complejo.

Se encuentra en una zona en la que su temperatura puede variar. Está cubierta de océanos y montañas. Pero si el abanico de sus formas de vida es prácticamente inagotable, hay dos formas que sobresalen por encima de las demás por su inteligencia: las hormigas y los hombres.

Es como si Dios hubiese utilizado el planeta Tierra para hacer un experimento. Ha lanzado a dos especies, con dos filosofías completamente antinómicas, a la carrera de la conciencia para ver cuál de ellas va más de prisa.

El objetivo, probablemente, es llegar a una conciencia colectiva planetaria: la fusión de todos los cerebros de la especie. Tal es en mi opinión la próxima etapa en la aventura de la conciencia. El próximo nivel de complejidad.

Sin embargo, las dos especies líderes han elegido caminos para el desarrollo paralelos:

– Para alcanzar la inteligencia, el hombre ha inflado su cerebro hasta darle un tamaño monstruoso. Una especie de gran coliflor rosada.

– Para conseguir el mismo resultado, las hormigas han preferido utilizar muchos miles de pequeños cerebros unidos mediante sistemas de comunicación muy sutiles.

En términos absolutos, tanta materia o inteligencia hay en el montón de miguitas de col de las hormigas como en la coliflor humana. La lucha se produce con armas iguales.

Pero, ¿qué ocurriría si las dos formas de inteligencia, en lugar de correr paralelamente, cooperasen…?

EDMOND WELLS

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

A Jean y a Philippe casi no les gusta otra cosa que la televisión y, casi tanto como la televisión, las máquinas «flipper» Ni siquiera el novísimo minigolf, recientemente instalado con un gran costo, les interesa. Y los paseos por el campo… Para ellos no hay nada peor que cuando el celador les obliga a tomar el aire.

La pasada semana se divirtieron matando sapos, pero el placer resultó un tanto breve.

Hoy, en cualquier caso, parece que Jean ha encontrado una actividad verdaderamente digna de interés. Arrastra a su compañero aparte del grupo de huérfanos, que están recogiendo estúpidamente hojas muertas, y le muestra una especie de cono de cemento. Una termitera.

Inmediatamente empiezan a destrozarla a puntapiés, pero no sale nada de ella. La termitera está vacía. Philippe se inclina sobre ella y resopla.

– Se la han cargado los peones camineros. Fíjate, apesta a insecticida. Todos han reventado ahí dentro.

Se disponen ya a reunirse con los demás, decepcionados, cuando Jean ve al otro del riachuelo una pirámide semiescondida bajo un arbusto.

¡Esta vez sí que la han acertado! Es un hormiguero impresionante, con una cúpula de un metro de alto por lo menos. Largas columnas de hormigas entran y salen, a centenares, millares, obreras, soldados, exploradoras. El DDT aún no ha pasado por ahí.

Jean salta lleno de excitación.

– ¡Fíjate! ¿Has visto eso?

– ¡Oh, no! Quieres volver a comer hormigas… Las últimas tenían un sabor asqueroso.

– ¿Quién habla de comer! Lo que tienes delante es una ciudad. Algo como Nueva York o México. ¿Recuerdas lo que decían en el programa? Ahí dentro hay un montón de chusma. ¿Fíjate en todas esas idiotas que se mueven como idiotas!

– Bueno… Ya has visto cómo Nicolás a fuerza de interesarse por las hormigas acabó por desaparecer. Estoy seguro de que había hormigas en el fondo de su bodega y que se lo comieron. Y te diré que no me gusta estar al lado de esta cosa. ¡No me gusta! Mierda de hormigas. Ayer vi que salían de uno de los agujeros del minigolf, a lo mejor querían hacer ahí su nido… ¡Mierda de hormigas idiotas de la porquería!

Jean le palmea el hombro.

– Pues eso, eso mismo. No te gustan las hormigas, ni a mí tampoco. ¡Matémoslas! ¡Venguemos a nuestro amigo Nicolás!

La sugerencia suscita el interés de Philippe.

– ¿Matarlas?

– ¡Pues claro! ¿Por qué no? Prendamos fuego a esa ciudad. ¿Te imaginas México en llamas, sólo porque a nosotros nos da la gana?

– De acuerdo, prendámosle fuego. Sí. Por Nicolás…

– Espera. Incluso se me ha ocurrido una idea mejor: la llenamos de herbicida, y veremos fuegos artificiales de verdad.

– Genial…

– Escucha, son las once, nos encontramos aquí dentro de dos horas. Así el celador no nos joderá y todo el mundo estará comiendo. Yo buscaré el herbicida. Tú, arréglatelas para conseguir una caja de cerillas. Sirven mejor que un encendedor.

– ¡Eso!

Las legiones de infantería avanzan a buena marcha. Cuando las otras ciudades federadas les preguntan a dónde van, las chlipukanianas responden que se ha visto un lagarto en la región oeste y que la Ciudad central les ha pedido ayuda.

Por encima de sus cabezas, los coleópteros rinocerontes zumban, apenas reducida su velocidad por el peso de las artilleras que se agitan sobre sus cabezas.

Las 13 horas. Bel-o-kan está en plena actividad. Se aprovecha el calor para acumular los huevos, las ningas y los pulgones en el solario.

– He traído alcohol de quemar para que arda aún mejor -dice Philippe.

– Perfecto -dice Jean. Yo he comprado el herbicida. ¡A veinte francos la dosis!

Madre juega con sus plantas carnívoras. Con el tiempo que llevan ahí, y ella se pregunta por qué no ha hecho aún con ellas un muro de contención, como quería al principio.

Y luego vuelve a pensar en la rueda. ¿Cómo utilizar esa idea genial? Quizá se podría fabricar una gran bola de cemento para empujarla con las patas y aplastar a las enemigas. Debiera llevar adelante ese proyecto.

– Ya está. Ya lo he metido todo ahí, el alcohol de quemar y el herbicida.

Mientras Jean habla, una hormiga exploradora empieza a escalar por él. Golpea con las antenas el tejido del pantalón.

Pareces una estructura viviente gigante, ¿puedes mostrar tu identificación?

El niño la atrapa y la aplasta entre el pulgar y el índice. El líquido amarillo y negro impregna sus dedos.

– Una que ya ha cobrado -dice. Y ahora, muévete. ¡Van a saltar chispas!

– Será un buen numerito -dice Philippe.

– ¡El Apocalipsis según Juan! -bromea el otro.

– ¿Cuántas puede haber ahí dentro?

– Seguramente hay millones. Parece que el año pasado las hormigas atacaron una ciudad de la región.

– Pues también las vengaremos -dice Jean. Vamos, vete detrás de ese árbol.

Madre piensa en los humanos. Ha de hacerles más preguntas la próxima vez. ¿Cómo utilizan ellos la rueda?

Jean enciende una cerilla y la lanza hacia la cúpula de ramitas y agujas de pino. Luego echa a correr, con miedo de que las chispas prendan en él.

Ya está, el ejército chlipukaniano llega a la vista de la Ciudad central. ¡Qué grande es!

La cerilla vuela e inicia una curva descendente.

Madre decide hablar con ellos sin más tardanza. Ha de decirles también que puede ampliar sin problemas la cantidad de melado que les entrega. La producción será excelente este año.

La cerilla cae sobre las ramitas de la cúpula.

El ejército chlipukaniano ya está lo bastante cerca. Se dispone a cargar.

Jean salta detrás del gran pino, donde Philippe ya está guarecido.

La cerilla no llega a ningún punto embebido de alcohol de quemar ni de herbicida. Entonces, se apaga.