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– Agárralo -dijo el gato, y le lanzó un buen zarpazo a la cabeza.

Esto ocurría en el alféizar de la ventana de la portera. Al gallo no le gustaba pelear, pero su dignidad… Emitió un gran cacareo y castigó los lomos del gato con un picotazo.

– ¡Cerdo! -dijo el gato-. Así que me tomas por un coleóptero… ¡Pero te haré cambiar de opinión!

Y ¡plaff!… Un cabezazo en la quilla… ¡Bestia de gallo! Nuevo picotazo en la columna vertebral del gato, y otro más a la altura de los riñones.

– ¡Ahora verás! -dice el gato.

Y le muerde en pleno cuello. Pero tiene que escupir un bocado de plumas, y antes de que vuelva a ver las cosas claras, recibe dos directos de ala y rueda hasta la acera. Pasa un hombre. Le pisa la cola al gato.

El gato saltó en el aire, volvió a caer en la calzada, evitó una bicicleta que cargaba contra él, y pudo constatar que la alcantarilla tenía una profundidad de un metro sesenta aproximadamente, con un resalte a un metro veinte de su boca, pero muy estrecho y lleno de porquerías.

III

– Es un gato -dijo Peter Gna.

Resultaba poco probable que otro animal llevara su perfidia hasta el punto de imitar la voz del gato, llamada habitualmente maullido, por onomatopación.

– ¿Cómo habrá caído ahí?

– Ese cerdo del gallo -dijo el gato- y una bicicleta subsiguiente.

– ¿Fuiste tú quien empezó? -preguntó la hermana de Peter Gna.

– No -dijo el gato-. Me provocaba gritando sin parar. Y sabe que eso me horroriza.

– No se le debe guardar rencor -dijo Peter Gna-. Van a cortarle el cuello muy pronto.

– Y harán bien -dijo el gato con una sonrisa de satisfacción.

– Está muy mal -dijo Peter Gna- que te alegres de la desgracia ajena.

– No -dijo el gato-, puesto que yo mismo me encuentro en un apuro.

Y se puso a llorar con amargura.

– Un poco más de valor -dijo severamente la hermana de Peter Gna-. No eres el primer gato que se cae en una alcantarilla.

– Pero los demás me importan un comino -refunfuñó el gato, y a continuación añadió-: ¿No querrían intentar sacarme de aquí?

– Claro que sí -dijo la hermana de Peter Gna-, Pero si vas a volver a empezar a pelearte con el gallo, no merece la pena.

– ¡Oh…! Dejaré al gallo tranquilo -dijo el gato con tono de desinterés-. Ya le he dado su merecido.

Desde el interior de la portería, el gallo emitió un cloqueo de regocijo. Felizmente, el gato no le oyó.

Peter Gna se quitó el fular y se echó cuerpo a tierra en la calle.

Todo aquel bullicio había atraído la atención de los transeúntes… y un nutrido grupo se fue formando alrededor de la boca de la alcantarilla. En él se encontraba una peripatética con abrigo de piel y con un vestido rosa tableado asomando por el escote. Olía furciamente bien. Con ella estaban dos soldados americanos, uno a cada lado. Al de la derecha no se le veía la mano izquierda, y al de la izquierda tampoco, pero es que éste era zurdo. También estaban la portera de la casa de enfrente, la fámula del cafetín de enfrente, dos rufianes con sombrero flexible, otra portera y una abuela chiflada por los gatos.

– ¡Es espantoso! -dijo la puta-. ¡Pobre animal! No puedo ver estas cosas.

Se ocultó el rostro detrás de las manos. Uno de los rufianes le alargó con galantería un periódico en el que podía leerse: «Dresde reducido a añicos; por lo menos ciento veinte mil muertos».

– Los hombres -dijo la anciana chiflada por los gatos al leer el titular- no importan, no me importan nada. Pero no puedo ver sufrir a un animal.

– ¡Un animal! -protestó el gato-. ¡Lo dirá por usted…!

Pero por el momento sólo Peter Gna, su hermana y los americanos podían entenderle, pues hacía gala de un fuerte acento inglés que tenía asqueados a los americanos.

– The shit with this limey cat! -dijo el más grande de los dos-. What about a drink somewhere…?

– Sí, querido mío -dijo la puta-, Claro que vamos a sacarlo de ahí.

– Me parece que no -dijo Peter Gna volviendo a ponerse de pie-. Mi fular es demasiado corto y no puede agarrarse a él.

– ¡Es espantoso! -gimió el concierto de voces apiadadas.

– ¡Cierren el pico! -masculló el gato-. Déjenle que piense.

– ¿Nadie tiene un bramante? -preguntó la hermana de Peter Gna.

Encontraron un bramante, pero, a todas luces, el gato no podía agarrarse a él.

– No funciona -dijo el gato-. Se me escurre entre las garras, lo que resulta muy desagradable. Si estuviera aquí el cerdo del gallo, le restregaría las napias por esta guarrería. Este agujero huele a ratas de una manera asquerosa.

– Pobre pequeñín -dijo la fámula de enfrente-. Maúlla de una forma que me desgarra el alma. Estas cosas me conmueven.

– Conmueven más que un bebé -observó la puta-. Es demasiado atroz. Me voy.

– To hell with that cat -dijo el segundo americano-. Where can we sip some cognac?

– ¡Ya has bebido demasiado coñac! -tronó la chica-. Vosotros también sois terribles… Vamos, no quiero oír a ese gato…

– ¡Oh…! -protestó la criada-. ¡Bien podría ayudar un poco al señor y la señora…!

– ¡Ese sería mi mayor deseo! -dijo la puta deshaciéndose en lágrimas.

– ¿Por qué no cierran el pico de una vez ahí arriba? -repitió el gato-. Y, además, dense prisa… Me estoy constipando…

Un hombre cruzó la calle. Iba con la cabeza descubierta, sin corbata y en zapatillas. Estaba fumando un cigarro antes de acostarse.

– ¿Qué ocurre, señora Choriza? -le preguntó a la que tenía aspecto de portera.

– Un pobre gato al que algún gamberro ha debido meter en la alcantarilla -interfirió la anciana de los gatos-. ¡Hay tanto gamberro…! Los debían tener metidos a todos en correccionales hasta que cumplieran los veintiún años.

– A los gallos es a quienes deberían meter -sugirió el gato-. Los gamberros se pasan el día entero chillando so pretexto de que probablemente el sol va a levantarse…

– Volveré a subir a mi casa -dijo el hombre-. Tengo algo que servirá para sacarlo de ahí. Esperen un minuto.

– Espero que no sea una broma -dijo el gato-. Empiezo a darme cuenta de por qué el agua no vuelve a salir nunca de las alcantarillas. Es fácil entrar, pero la maniobra inversa resulta un tanto delicada.

– No veo qué se pueda hacer -dijo Peter Gna-. Está muy mal situado, es casi inaccesible.

– De sobra lo sé -dijo el gato-. Si no fuera así, saldría por mis propios medios.

Otro americano se aproximó. Este caminaba derecho. Peter Gna le explicó la cosa.

– Can I help you? -dijo el americano.

– Lend me your flash-light, please -dijo Peter Gna.

– Oh! Yeah! -dijo el americano, y le pasó una linterna.

Peter Gna volvió a ponerse cuerpo a tierra y esta vez consiguió entrever un poco al gato. Este exclamó:

– ¡Hágame llegar ese aparatito! Parece que funciona. Es de un yanqui, ¿verdad?

– Sí -dijo Peter Gna-, Mira, voy a utilizar mi chaquetón canadiense. Intenta agarrarte a él.

Se quitó el chaquetón y lo pasó por la boca de la alcantarilla sujetándolo por una manga. Los reunidos empezaban a entender al gato. Se iban haciendo a su acento.

– Un poquito más -dijo el gato.

Y a continuación saltó para aferrarse a la prenda. Pudo oírse, en idioma gatuno esta vez, un espantoso taco. El chaquetón se le escapó a Peter Gna y desapareció por la alcantarilla.

– ¿Todo bien? -preguntó Peter Gna inquieto.

– ¡Por todos los demonios! -dijo el gato-. Acabo de golpearme el cráneo contra algo que no había visto. ¡Leñe…! ¡Siento como punzadas!

– ¿Y mi chaquetón? -dijo Peter.

– I'll give you my pants -dijo el americano, y comenzó a despelotarse para colaborar en el salvamento.