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– Sí…

– Es un nombre muy bonito… Y además me trae algunos recuerdos…

Se levantó, con inquietud, a medias, y pasó la mano por el lugar en el que estaba sentado.

– ¡Voy a ponerme hecho un asco! -dijo-. Todo esto está lleno de yeso.

Al sentarse, ella se había levantado la falda.

– ¡Si pudiera hacer lo mismo que usted… -dijo él-. En fin, acabo de acordarme de qué era lo que su nombre me recordaba…

Empezó a decirlo con toda intención:

– Beatrice, delante del…

– ¡Oh, no! -protestó ella.

– Seguro que es la trescientas ocho vez que se lo dicen desde esta mañana, ¿a que sí?

– Desde luego, no es usted nada ingenioso -contestó la joven.

– No lo he dicho por lo que piensa -dijo él-, sino a causa de Mercaptan.

Este último acababa de levantarse y estaba justo delante de ella.

– ¿De él? -protestó Beatrice-, ¡Ah, no, eso sí que no!

– ¿Y por qué no? -dijo el director de la orquesta-, Nunca se sabe. ¿Acaso no le parece que Mercaptan es un tío guapo?

Mercaptan tomó asiento a la derecha de Beatrice.

– Tú, tranquila -le dijo.

– ¿Su estilo es tutear a todo el mundo? -preguntó ella.

Adoptó aspecto de sentirse muy molesta y se levantó. Mercaptan la siguió.

Doddy ocupó el lugar que había quedado libre al lado del director del grupo. Desde él se veía a Muriel sentada enfrente, en un sillón de junquillo, bajo la luz de los proyectores, y junto a la mesa de las primeras figuras.

El extra fue a sentarse al lado de Doddy.

Con los músicos se sentía en confianza.

– ¿Qué te parece, Doddy? ¿La ves bien? -dijo el director de la formación.

– Sensacional -murmuró Doddy.

Muriel acababa de levantarse para quitarse una arruga de la falda y, de perfil, volvió a sentarse ante ellos, descubriendo la totalidad de un muslo largo y vigoroso.

– Esa chica -apreció Doddy- debe tener un culo sensacional.

– Se lo voy a decir a Madeleine -amenazó el director de la orquesta.

– Tranquilo, amigo mío. Estoy hablando desde un punto de vista puramente estético… Tiene un culo que dan ganas de morderlo y quedarse con un buen trozo en la boca.

– A mí me apetecería más sobárselo un poco -observó el director-. Desde luego, parece que lo tiene duro. Te apuesto lo que quieras a que baila como Dios.

– Es bailarina -se atrevió a decir el extra.

– ¿Sí? -preguntó Doddy-. ¿La conoce usted?

– Me lo ha dicho ella misma, pero no la conozco. La he visto hoy por primera vez.

– No la mires de esa manera, amigo mío -dijo el director de la orquesta-. Te vas a desgraciar los ojos… ¡Hostia! -añadió poniéndose completamente pálido, pues Muriel se había levantado de nuevo dejando al descubierto el mismo espectáculo.

– Lo hace a propósito -dijo Doddy-. Ya no aguanto más. Es muy cansado estar aquí de figurón.

– En cualquier caso -dijo el director-, tampoco hay que exagerar. Hay otras que están igual de buenas.

– ¿Aquí? ¿Me puedes señalar alguna?

– Bueno… Beatrice no está nada mal.

– ¡Pero no es lo mismo! -dijo Doddy-. ¿Sabes? En cuanto a Muriel, me gustaría sacar un vaciado de sus nalgas y ponerlo encima de mi chimenea para estar viéndolo continuamente.

– No -dijo el director-. A mí no me interesaría eso…

– Tiene el culo en forma de pera -dijo Doddy-, Y sabes que esto no es nada corriente… De verdad te lo digo, resulta sensacional.

– Me imagino -dijo el director- que estás pensando en la parte inferior de la pera…

Doddy reflexionó unos instantes.

– …Porque -prosiguió el director-, si piensas en la parte de arriba, como suele hacerse,, la cosa no resulta muy bonita…

– Espera -dijo Doddy-, Déjame pensar un poco sobre eso.

– Pues está claro -dijo el director-, ¿Y por qué, en tal caso, no pensar en una manzana? Por la parte de abajo es parecida.

– Cuestión de detalle -dijo Doddy.

– Me pregunto -dijo el director- qué forma tendría una pera que creciese en un país desprovisto de gravedad. ¿Sería redonda o cilíndrica? Una manzana, en cualquier caso, nunca sería redonda. Tendría una invaginación por la parte de arriba.

Doddy no respondió nada, pues Muriel acababa de levantarse por tercera vez, y el director de la orquesta tuvo que correr al bar a buscar un vaso de agua para reanimar a su amigo.

El extra le sacó finalmente fuera del plató sujetándole la cabeza.

El director se reunió con Beatrice, a quien Mercaptan seguía estrechando el cerco. Y ello sin dejar de tutearla.

– Dígame -le preguntó ella señalando a Mercaptan-, ¿siempre es así?

– No lo sé -dijo el director-. Es la primera vez que tocamos juntos.

– En cualquier caso -dijo ella-, no me gusta.

Se alejó, indolente, echando los hombros atrás para acentuar la insolencia de su busto.

El director de la orquesta y Mercaptan se quedaron el uno junto al otro.

– Lo que a ti te pasa… -dijo Mercaptan entre dientes, viéndola alejarse-, lo que a ti te pasa es que necesitas una buena azotaina.

– ¿Eres partidario de dar marcha a las mujeres? -preguntó el director.

– No hay otro remedio con chicas como ésa -dijo Mercaptan-, Les viene bien.

– ¿Te interesaría acostarte con ella?

– No -dijo Mercaptan-. Lo que necesita sólo es una buena azotaina.

– Pues a mí -observó el director- no me disgustaría en principio. Pero son cosas que un padre de familia respetable no puede permitirse. Y, además, como no tiene más que diecisiete años y medio, se arriesgaría uno a resultar condenado por corrupción de menores.

– Insisto en que no me dice gran cosa -dijo con hipocresía Mercaptan-. Me caso dentro de ocho días, y ese tipo de chicas no me interesa.

– ¿Te parece que es un poco ligera de cascos? -preguntó el director.

– Todas lo son -dijo Mercaptan, que estaba haciendo el servicio militar.

– A mí me cae simpática -dijo el director con elogiable franqueza.

Se callaron, pues el claxon volvió a sonar, y permanecieron en el plató durante el rodaje de la siguiente escena.

Descartes y Montlhery bajaban del tándem y entraban en el cabaret. Un maître -el corpulento de la bata verde visto con anterioridad en los pasillos- se adelantó hacia ellos.

– Se ha producido un pequeño malentendido -dijo-. Llegaron otras personas y, como se trataba del mismo apellido, me las han colocado en la mesa que tenía reservada para ustedes.

Vocalizaba a las mil maravillas con un cierto acento meridional pronunciado, y los acompañó a la mesa en la que las otras dos primeras figuras, Sortex y Kiki Jacquot, estaban ya acomodadas.

Se reconocieron entre sí a ojos vista, y Descartes esbozó un gesto de retroceso.

– ¡Vaya! -exclamó, y los demás también intercambiaron otros dos lugares comunes sin trascendencia.

– Veo que los señores ya se conocían -intervino el maître con una sonrisa diabólica-. Tanto mejor, porque hay que tener mucho cuidado con los cangrejos… Sí, hubiera sido una pena.

– ¡Muy bien! -interrumpió De Margouillat-. Aunque tendrás que echarte un poco a la derecha para que quedes por completo en el campo de acción, Robert -sugirió a Montlhery-. Continuad…

La profundidad de todas estas réplicas hechizó hasta tal punto los oídos del director de la orquesta, que se fue a la parte de atrás del decorado para meditarlas mejor. Allí volvió a encontrar a Doddy, quien ya estaba bien.

– ¿Crees que mañana habremos terminado? -le preguntó.

– ¡Es una soberana idiotez! -respondió Doddy-. ¿Conque mañana? Seguro que no. Las operadoras van a hacer huelga durante una hora. En opinión de Coco Podrido, el lunes seguiremos todavía aquí.

– ¡Pero eso es una faena! -dijo el director-. El lunes tengo que estar otra vez en la oficina. Y en cualquier caso, por seiscientos del ala diarios, no se puede estar dedicándose a este oficio eternamente. ¿Qué es lo que se creen?