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– ¿De verdad trabaja usted en una oficina? -dijo el extra.

– ¡Claro que sí! -dijo el director de la orquesta-. Mañana plantearemos seriamente el asunto al director de producción.

– E intentaremos que nos concedan un complemento -dijo Doddy-. Porque la verdad es que nos contrataron para hacer figuración, y nos están obligando a tocar continuamente.

– ¡Desde luego, cara no te falta a la hora de protestar! -dijo el director-. Si no fuera así, ¿qué haríamos? Nos aburriríamos como ostras.

– Dígame -preguntó una morenita de mirada sobrecogedora-. ¿Volverán a tocar pronto?

– ¿Se está burlando de nosotros? -le replicó el director.

– ¡Oh! ¿Pero qué dice? -exclamó ella sin convicción alguna-. Lo que pasa es que me apetece bailar swing.

Y se puso a canturrear algunos compases de una melodía de moda, por lo que los otros estimaron muy poco tiempo que tocar resultaría menos peligroso. Así, regresaron al camerino 18 y dieron comienzo a una pequeña jam-session.

VIII

A las siete de la tarde se elevó del río un intenso vapor que coloreó de rojo las agujas de los relojes de péndulo, por lo que todo el mundo se dio cuenta de que era hora de acabar.

El extra salió del plató A, donde rodaba como un automovilista, y volvió a su camerino para desmaquillarse. No tenía vaselina y se desolló la cara de manera espantosa frotándosela en seco. Al terminar, le quedaba aún bastante, casi tanto como al principio, y le desazonaba la idea de volver a coger el Metro emperifollado de aquel modo. Se quitó la camisa limpia, cuyo cuello empezaba a estar pringoso de colorete, la colgó en su taquilla, volvió a ponerse la sucia, y salió. Dijo adiós a sus dos compañeros de camerino y se dirigió a caja a que le pagasen.

Había cola. Vio que era de los últimos y el peor arreglado de todos. Sin embargo, algunos no se desmaquillaban en absoluto, pues encontraban más de «estrella» salir con todo el pringue encima, y con un negligente fular de seda, a tomar el Metro.

– ¿Volverá mañana? -le preguntó a su vecino de cola.

– Probablemente -dijo el otro.

– La cosa no ha ido mal hoy, ¿verdad?

– No habían preparado nada. Podíamos haber funcionado mucho más deprisa.

– ¿Cree que mañana acabaremos?

– En ningún caso antes del lunes -apreció el otro-. Y eso por más rápido que quieran ir.

– ¿Hace usted figuraciones en algún otro sitio? -preguntó el extra.

– No. Si me ve haciendo figuración es porque el director de producción, que es amigo mío, me lo ha pedido. La semana que viene voy al campo, digámoslo así, a interpretar un papel de jefe de resistencia durante la ocupación. ¿Entiende? ¡Un papel!

– A mí me parece que trabajar como extra es divertido. Cuando pienso que hace tiempo, seis años va, tuve que entrar como auxiliar administrativo en los Establecimientos Dupompier, y que durante toda la jornada tenía que…

– Considero que es mejor ser auxiliar administrativo que quedarse en la simple figuración -respondió su interlocutor-, Y es que es difícil salir de la condición de extra si no se tiene «un algo» -añadió con modestia.

A continuación, como le había llegado la vez, entró. El extra esperó, después cobró también, salió de los estudios y se fue a coger el Metro.

Regresó a su casa, comió un trozo de pan con dos terrones de azúcar, bebió agua del grifo, recontó su fortuna y calculó cuántos días tendría que estar a pan y azúcar para poder comprarse un clarinete, volviendo a comenzar a continuación el cálculo respecto a una batería, una chaqueta de franela blanca, un fular, un maletín de piel de cerdo y una corbata a rayas verticales como la que llevaba un tipo en el estudio. Después se acostó y se durmió. Había vuelto a componer adecuadamente su despertador para no arriesgarse a llegar tarde.

IX

– ¿Comprende? -le dijo Coco Podrido al director de la orquesta estrechándole la mano-. Será una excelente publicidad para usted. Se sabrá que se trata de su formación, y este filme es muy comercial, tendrá éxito. Así que no hay que tener demasiado en cuenta que el trabajo esté mal pagado. La cosa supone ciertas ventajas no materiales que para usted tienen su importancia, ¿o no?

– Sí. O sea que, en resumen -dijo el director-, todo quedará muy digno y será una propaganda eficaz.

– Así es… En ningún momento tendrán ustedes el aspecto de una de esas orquestas miserables que ni siquiera pueden tocar swing… Y eso porque el play-back ha sido grabado por músicos excelentes.

– No puedo ocultarle -dijo el director de la orquesta-, que me tiene completamente sin cuidado la cuestión de la propaganda, dado que se trata de una formación improvisada, dos de cuyos miembros ni siquiera saben tocar. Pero, en fin…

– ¿Y qué importa eso? Ya verá cómo la cosa no tendrá más que ventajas para ustedes. Y ahora, le dejo… No puedo quedarme esta mañana…

– Compréndanme bien -dijo Joseph de Margouillat.

Estaban de nuevo en el plato, cada cual en su lugar, dispuestos a tocar.

– Lo que quiero es que todo resulte ridículo. Deben hacer bailar a Giselle y a Robert con un swing desenfrenado. Hagan lo que quieran, muecas o no importa qué, pero que la cosa tenga aire de alegría, y no teman forzar la dosis. Estamos al final de la velada, todo el mundo se desboca, y ustedes también están pasándolo en grande.

– ¿Vale esto? -dijo Doddy, pasándose velozmente la mano por el cabello a contrapelo.

– Sí, señor! -aprobó De Margouillat-. ¡Muy bien! Y usted, agite su trompeta en todas direcciones… Vamos a ver, señora, venga aquí…

Estaba haciendo señas a una encantadora extra de cincuenta primaveras aproximadamente.

– Usted se levantará y vendrá a agarrar al señor. Y no se ande con contemplaciones. Le agarra incluso la trompeta y se la sopla…

El director del grupo palideció.

– Muchachos -susurró a sus acólitos, que se estaban desternillando de risa-. Creo que tendré que pedir suplemento incluso para los que me bailan…

A Patrik Vernon se le estranguló la carcajada dentro del saxofón, que emitió un sonido muy curioso.

Situado en las proximidades del estrado, el extra los contemplaba con envidia.

– Les van a dedicar un buen plano -le dijo al director de la orquesta.

– Esto me recuerda mi juventud -dijo el director-. Cuando tenía quince años, yo también me meneaba a lo loco… Pero entonces me divertía.

– Hace seis años, en los Establecimientos Dupompier, de los que era auxiliar administrativo -dijo el extra-, dieron un baile…

– ¡Oh! -dijo el director de la orquesta-. Eso es demasiado reciente. Yo le hablo de hace diez. Pero, en cualquier caso, esa tía podría, y con mucho, ser mi madre, o más bien la hermana mayor de mi madre.

– Lo que no deja de llamarse una tía -dijo el maquillador, que llegaba para dar un retoque…

– Dígame -le sugirió el director de la orquesta a De Margouillat para cambiar a una conversación con menos precisiones-. ¿Podría dejarnos escuchar el play-back…? Como sabe, todavía no lo hemos oído…

– Les sobrará tiempo de oírlo de aquí a que acabemos -aseguró De Margouillat-, Bueno, ponga el play-back -ordenó a continuación al operador, sentado en un rincón cerca del mecanismo antediluviano que se manejaba a golpes de martillo neumático.

Se dejó entonces oír una melodía muy especial, y la voz de un cantante asmático bramó por el altavoz la capciosa letra que sigue, de la que no se podía entender más que el inicio: Ahora les vendrá muy bien el swing de allende el Atlántico…

– ¡Ah, muy bien! ¿Con que se trata de eso? -refunfuñó Patrick.