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– ¡Por Dios, no! -dijo Doddy-. Él ha sido quien se ha quedado con ellos… ¡Los otros no debían haber aceptado antes de haber informado al sindicato…! De este modo, todo queda como una medida excepcional, y una vez terminada la película, volverán a los salarios antiguos…

– ¡Ah! -dijo el extra.

– Resulta lamentable -dijo Doddy-. ¡Permitir que se queden con uno de esa manera…! Tengo que hablarles…

– Pues yo cometí errores de clasificación -dijo el extra-, y me pusieron de patitas en la calle. Pero después de haber visto todo esto, pienso que más vale ser extra que maquinista…

– ¡Qué va! -dijo Doddy-, El ser extra no lleva a ningún lado… Bueno, habrá que tratar de aconsejar a estos tipos e impedirles que cometan tonterías semejantes.

– ¿Ah, sí? ¿Eso piensa? -murmuró, impresionado, el extra.

En el plató, los operadores secaban ya los proyectores todavía húmedos e intentaban volver a encenderlos frotando los carbones entre sí y dándoles vuelta. Uno de ellos se electrocutó al rotar demasiado rápido sus carbones, y sus gritos llenaron el ambiente, por lo que se le echó tierra encima a toda velocidad, y se clavó una cruz en el lugar a fin de poder volver a encontrarlo al día siguiente.

Constatando que las cosas no estarían preparadas antes de una hora por lo menos, el director de la orquesta efectuó el adecuado movimiento de reptación e invitó a Beatrice a que tomase un trago con él en un bar.

En el corredor de los camerinos se cruzaron con Mercaptan. Con una notable indiscreción, éste dio media vuelta y les acompañó, con lo que, evidentemente, el director se sintió burlado.

El extra se acercó a los músicos que habían quedado sentados en las correspondientes sillas, cada cual provisto de su saxofón en bandolera.

– ¿Volverán a tocar en cuanto todo esté dispuesto? -les preguntó.

– Digamos que pondremos cara de hacerlo -respondió Hubert de Vertille, el bajito de pelo rizado y con gafas, con cuello inglés y una dignidad sublime.

– ¿Usted no toca nada de nada? -preguntó el extra.

– Me limito a figurar.

– ¿No es verdad que resulta un oficio bastante agradable?

– A decir verdad, soy alumno de la Facultad de Ciencias Políticas, y es la primera vez que caigo por un Estudio -dijo Hubert.

– Pues yo, antes de venir por aquí -dijo el extra-, me contraté en el despacho de un agente de cambio al dejar los Establecimientos Dupompier, donde había trabajado como auxiliar administrativo. Y es que, en éstos, me pusieron de patitas en la calle al cabo de seis meses, como consecuencia de un error en la clasificación de documentos. Claro que fue un pretexto, todo hay que decirlo. En la oficina del agente de cambio…

Perdido el aliento, se detuvo, pues era la primera vez que se le dejaba hablar durante largo rato sin interrumpirle.

– Es una profesión idiota -dijo Hubert-. Pero nosotros, los músicos, estamos un poco mejor pagados, y después de todo, en vísperas de vacaciones, no viene nada mal.

– Yo ganaba todavía menos copiando escrituras -dijo el extra.

– Me imagino que una vez que sea agregado de Embajada -dijo Hubert-, no tendré que volver a preocuparme por estos temas. Por otro lado, mis padres no consienten que me falte dinero, pero un pequeño suplemento nunca es ingrato de aceptar. Claro que tengo que tener cuidado de quitarme las gafas, pues si llegaran a reconocerme en la pantalla, se organizaría el drama. Sí, si mis padres supieran que estoy haciendo figuración, hasta se pondrían enfermos. En determinado mundo, no se puede uno permitir cosas como ésta.

Destrozado, el extra se calló.

X

– Resulta muy divertida -dijo Patrick-. Su padre es noruego, y ella, poetisa.

– Lo que tiene más bonito -dijo el director de la orquesta- es su apariencia general.

– Sí, es transparente… Resulta bastante curioso, pero da esa impresión.

– ¿Te ha recitado versos suyos?

– Sí. El último trata de la historia de una mariposilla que hace el amor con el viento…

– ¡Encantador! -dijo el director de la orquesta-. ¿Y en verso libre?

– Sí…

– ¡Vaya! Eso está peor…

Y es que los versos libres tienen que ser verdaderamente buenos, cosa que no está al alcance de todo el mundo.

– ¡Seguirán necesitándonos el lunes? -se preguntó Patrick en voz alta.

– Espero que no -dijo el director-. Tengo que ir a mi oficina. Voy a acabar consiguiendo que me den con la puerta en las narices…

– Deberías hablar con ellos -observó Doddy-. En principio, Coco nos había dicho que dos días solamente.

– Y con el lunes serán cuatro.

– En cualquier caso, deberías reclamar un suplemento -dijo Doddy-. Si estuviéramos tocando en una boîte, tendríamos menos horas de plantón, y nos pagarían mejor.

– ¡Y no volveríamos a tocar nunca más!

De Margouillat acababa de terminar un importante plano de las cuatro figuras principales sentadas a su mesa. Estas permanecieron inmóviles durante algunos segundos, y el fotógrafo sacó tres clichés. A continuación, los operadores se afanaron en torno a los aparatos, preparando un nuevo plano.

El director de la orquesta se armó de todo su coraje y se acercó al de escena.

– Perdón, señor -le dijo-, ¿Tenemos aún muchas escenas?

– ¡Claro que sí! -dijo De Margouillat-. Por lo menos dos. Ustedes tienen que aparecer cuando Kiki canta en la gruta, y también durante el baile del swing de Robert y de Giselle…

– Lo digo porque probablemente va a resultarme difícil contar con todos mis músicos el lunes -dijo el director de la orquesta-. Se nos habló de dos días, ¿comprende? De esto hace ya tres, y el lunes serán cuatro…

– ¡Ah! Escuche -dijo De Margouillat-. Arregle ese asunto con el director de producción. A mí no me corresponde. Yo no estoy al corriente de sus tratos con Podrido. Vaya, vaya a ver al director…

– Está bien -dijo el de la orquesta.

Ninguno de los ocho componentes de ésta tenía absolutamente nada que hacer el lunes… excepto la oficina, pero de vez en cuando tiene uno derecho a ponerse enfermo.

– Aquí no han venido a tocar, sino a hacer figuración -dijo el director de producción-. No puedo darles ningún suplemento porque apenas si tocan nada, y lo poco que tocan en ningún caso se conservará en la banda sonora.

– Pero si nos obligan a tocar continuamente… -observó el director de la orquesta.

– Estoy muy al corriente de las tarifas -dijo el de producción-, y sé muy bien que contratados como músicos estarían ganando mucho más. Pero imagino que Coco Podrido les aclaró lo que venían a hacer…

– Sí -dijo el director de la orquesta-, nos habló de dos días, y sólo poner cara de tocar.

– ¡Ah! Pues se equivocó… -dijo el director de producción.

– En fin -concluyó el de la orquesta-. Intentaré disponer de ocho tipos para el lunes… Pero no le aseguro nada.

No estaba ni pizca enfadado, pero le convenía haber ocasionado aquel incidente por aquello del standing.

– Inténtelo, sí -dijo el director de producción-. No nos vaya a dejar tirados ahora… Espero que a partir de este momento no haya problema ninguno. ¿Me entiende?

– De acuerdo -dijo el director de la orquesta, alejándose con aspecto preocupado.

Sólo Mercaptan no podría, de hecho, acudir el lunes por la mañana; pero apenas si se le veía más que de espaldas, y el mayor vendría, con toda seguridad y de muy buen grado, a ocupar su sitio.

El director de la orquesta volvió sobre sus pasos y entró de nuevo en el despacho del director de producción.

– Había olvidado decirle… ¿Tendría algún inconveniente en que mi mujer viniese al Estudio? Es un poco periodista, ¿sabe? Y le gustaría asistir al rodaje de esta película.