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—¿Tanto ansiaba la posesión de aquella isla realmente? ¿Pese a que Rowena Drake se esforzaría por no dejarle libre un momento? Seguramente, intentaría dominarlo…

—A veces, a las personas les suceden desgracias… Yo me figuro que a su debido tiempo Rowena Drake acabaría dando un traspiés fatal.

—¿Un crimen más?

—Sí. Todo era una cadena. Olga tenía que desaparecer por el hecho de conocer la existencia del codicilo… Ella sería la víctima propiciatoria, calificada de falsificadora. La señora Llewellyn-Smythe había escondido el documento original, así que, según creo, el joven Ferrier recibió dinero para que produjera otro similar, falso. La falsificación sería tan evidente que suscitaría sospechas enseguida.

»Pronto decidí que el joven Ferrier no se había puesto de acuerdo con Olga, ni se hallaba unido a ella por lazos amorosos. Ésta fue una sugerencia que me hizo Michael Garfield, pero yo creo que éste es quien dio dinero a Lesley. Michael Garfield estaba poniendo sitio a la chica au pair, advirtiéndole que debía silenciar lo suyo, procurando que no supiese nada su señora, hablándole al mismo tiempo con sangre fría como la víctima que él y Rowena Drake necesitarían para lograr que el dinero fuese a parar a sus manos.

»No era preciso que Olga Seminoff fuese acusada de falsificación, ni procesada. Bastaba con que se sospechase de ella. La falsificación parecía beneficiarla. Podía haber sido hecha por la chica muy fácilmente, ya que existían pruebas de que había imitado en varias ocasiones la letra de su señora. Si desaparecía repentinamente, todo el mundo supondría, no sólo que era una falsificadora en efecto, sino que, por añadidura, había hecho algo para que la anciana muriera.

»Así que en una ocasión propicia Olga Seminoff pasó a mejor vida. Lesley Ferrier fue apuñalado, hablándose de unas amistades poco recomendables y de una mujer celosa. Ahora bien, el cuchillo que se encontró en el pozo se corresponde perfectamente con las heridas del joven.

»Pensé que el cadáver de Olga debía haber sido escondido en algún punto de la localidad, pero, lógicamente, no sabía dónde. Hasta que un día oí hablar a Miranda, que se interesaba por el pozo de los deseos. Apremiaba a Michael Garfield para que le llevara hasta él. Y él se negaba…

»Poco después, hablando con la señora Goodbody, dije que me estaba preguntando a dónde habría ido a parar la muchacha desaparecida y ella contestó: “Ding dong dell, pussy’s in the well”. Entonces, tuve la seguridad de que el cuerpo de la chica se encontraba en el pozo de los deseos.

»Descubrí que quedaba en los jardines, en el Quarry Wood, en una ladera situada no muy lejos de la casa de Michael Garfield, y pensé que Miranda pudo haber presenciado el crimen o la ocultación del cadáver más tarde. La señora Drake y Michael temían que alguien les hubiese visto… Pero no tenían la menor idea acerca de la posible identidad del intruso… En fin de cuentas, sin embargo, como no ocurrió nada, los dos se sintieron seguros. Forjaron sus planes. No llevaban prisa, pero se mantenían en movimiento. Ella hablaba con frecuencia de adquirir algunos terrenos en el extranjero, daba pie para que la gente pensase que proyectaba abandonar Woodleigh Common. El sector residencial le hacía recordar días muy tristes… Aludía con estas palabras a la muerte de su esposo.

»Todo marchaba a las mil maravillas. Finalmente, se produjo el “golpe” de la reunión, con las palabras de Joyce, afirmando haber sido testigo de un crimen. Rowena, por fin, sabía a qué atenerse. Es lo que ella se figuraba, al menos. Creía haber descubierto la identidad de la persona que se encontraba en los jardines el día crítico. Decidió actuar lo antes posible.

»Pero hubo más. El pequeño Leopold pedía dinero. Pretendía adquirir ciertas cosas, declaró. ¿Qué sabía concretamente o adivinaba? Nadie podía imaginárselo. Ahora, se trataba del hermano de Joyce. Rowena y Michael, probablemente, le atribuyeron más conocimientos de los que en realidad poseía el chico… Por tal motivo… también él murió.

—Usted sospechó de Rowena Drake por lo del agua —manifestó la señora Oliver—. ¿Cómo fue el desconfiar de Michael Garfield?

—Encajaba muy bien su figura en la historia —respondió Poirot simplemente—. Además, la última vez que hablé con Michael, me sentí seguro. El hombre me dijo, riendo: «Vade retro, Satanás! Váyase con sus amigos, los policías». Supe ya lo que debía pensar, con entera certeza. Había que ponerlo todo al revés. Me dije: «Te estoy dejando a mi espalda, Satanás». Era un satanás bello, tal como Lucifer pudiera presentarse ante los mortales…

Había otra mujer en aquella habitación… Hasta aquel momento no había pronunciado una sola palabra. Ahora se agitó en su sillón.

—Lucifer —dijo—. Sí, ya comprendo. Siempre fue eso.

—Era una bella figura humana y se hallaba enamorado perdidamente de la belleza. Amaba la belleza que había creado con su cerebro, con su imaginación y sus manos. Quería sacrificarlo todo a ella. A su manera, yo me inclino a pensar que amaba a la pequeña Miranda. Pero estaba dispuesto a sacrificarla con objeto de salvarse. Planeó su muerte con todo cuidado… Hizo de aquello una especie de rito. La adoctrinó. Ella tendría que avisarle si salía de Woodleigh Common… Le dio instrucciones para que lograse localizarlo en el hostal en que usted y la señora Oliver comieron. La chica sería encontrada en Kilterbury Ring, junto a la señal del hacha doble, con una capa dorada al lado… Era un sacrificio de ritual.

—Un loco —comentó Judith Butler—. Se había vuelto loco.

—Madame: su hija está a salvo. Hay, sin embargo, algo que me agradaría mucho saber.

—Creo que usted, monsieur Poirot, puede hacerme las preguntas que quiera. Me sería imposible negarme a contestarlas.

—Miranda es su hija, ciertamente… ¿Es hija ella también de Michael Garfield?

Judith guardó silencio unos instantes, respondiendo luego:

—Sí.

—Pero ella no lo sabe, ¿verdad?

—No. No tiene la más leve idea sobre el particular. Mi encuentro con él aquí fue una pura coincidencia. Lo conocí siendo muy joven. Me enamoré de él… Después, más adelante, empezó a inspirarme miedo.

—¿Le inspiraba miedo?

—Miedo, sí, no sé por qué. No es que temiera lo que pudiese hacerme en un momento determinado… Me daba miedo su carácter. Le veía amable, pero detrás de esa amabilidad observaba una frialdad terrible y una rudeza amedrentadora. Me aterrorizaba su pasión por la belleza, su ansia de creación dentro de su trabajo. No le comuniqué que iba a tener un hijo. Le dejé… Más tarde nació Miranda. Inventé la historia del esposo piloto de aviación, muerto en accidente. Fui de un lado para otro. Una extraña casualidad, me trajo a Woodleigh Common. Tenía amistades en Medchester, donde pude colocarme como secretaria.

—Y luego apareció por aquí Michael Garfield…

—Sí. Tenía que llevar a cabo una serie de trabajos en Quarry House. Esto no me causó ninguna impresión. A él le pasó lo mismo. Aquella historia pertenecía al pasado, pero más adelante, aunque no sabía que Miranda visitaba con excesiva frecuencia sus jardines, empecé a sentirme preocupada…

—Sí —corroboró Poirot—. Existía un lazo de cierto carácter entre ellos. Les unía una afinidad natural. Descubrí su semejanza… La diferencia radicaba en que Michael Garfield era un seguidor de Lucifer, por lo cual la belleza que perseguía tenía un signo negativo, maligno. Su hija, en cambio, era un ser inocente, una criatura que carecía de maldad en sus acciones.