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– ¿Tenía la ropa de calle en el coche de bodas? -dijo finalmente, y se preguntó si sería culpa suya que esta conversación hubiese llegado a un nivel tan bajo.

– Se quitó el vestido de novia y se puso la ropa de calle, que parece que guardaba en el coche -respondio la mujer.

– ¿Crees que la podrás encontrar? -preguntó el marido-. Hemos hablado con todos sus conocidos, pero nadie sabe nada. No sabemos qué hacer. Aquí tengo una fotografía de ella.

Le dio a Erlendur el retrato de una chica joven, guapa y rubia, que se había esfumado y ahora le sonreía desde la fotografía.

– ¿No tenéis ninguna idea de lo que puede haber pasado?

– Ni idea -dijo la madre.

– Ninguna -añadio el padre.

– ¿Y ésos son los regalos?

Erlendur miraba una enorme mesa de comedor a varios metros de distancia, llena de paquetes de varios colores, artículos de decoración, papel de celofán y flores. Se fue hacia la mesa y el matrimonio le siguió.

Nunca había visto tantos regalos juntos y se preguntaba qué tipo de cosas podía haber en los paquetes. Cuberterías, cristalerías, se imaginaba.

Vaya vida.

– Y aquí hay plantas -dijo Erlendur, y señaló unas ramas en un enorme florero en un extremo de la mesa de las que colgaban papeles rojos en forma de corazón.

– Sí, es el árbol de los mensajes.

– ¿Y eso qué es? -preguntó Erlendur.

Sólo había asistido a una boda en su vida y de eso hacía ya mucho tiempo. No hubo ningún árbol de los mensajes.

– A los invitados se les dan unos papelitos. Escriben mensajes para los novios y los cuelgan de una rama. Ya había muchos mensajes colgados cuando Dísa Rós desapareció -dijo la mujer, y volvió a sacar el pañuelo.

El móvil sonó en el bolsillo de Erlendur. Cuando intentó sacarlo, el aparato se quedó enganchado. Al tirar de él bruscamente se rompió el bolsillo y, sin querer, Erlendur le dio un golpe al árbol de los mensajes, que se cayó al suelo. Erlendur se disculpó y atendio la llamada.

– ¿Vas a venir con nosotros a la calle Nordurmyri? -le preguntó la voz de Sigurdur Oli sin preámbulos-. Para inspeccionar un poco más la vivienda.

– ¿Estás en el despacho? -quiso saber Erlendur, que se había alejado del matrimonio.

– Te esperaré -dijo Sigurdur Óli-. ¿Dónde demonios estás?

Erlendur apagó el móvil.

– Veré qué podemos hacer -le dijo al matrimonio-. Pienso que no hay ningún peligro. La chica se ha asustado y estará en casa de alguna de sus amigas. No debéis preocuparos, os llamará en cualquier momento.

Los padres de la chica estaban agachados recogiendo los pequeños papeles que se habían caído del árbol de los mensajes. Erlendur se dio cuenta de que no habían visto los que estaban debajo de una silla y se agachó para recogerlos. Eran de cartón rojo. Erlendur leyó los mensajes escritos y miró al matrimonio.

– ¿Habíais leído esto? -les preguntó, y les dio uno de los mensajes.

El hombre lo leyó y en su rostro apareció una expresión de sorpresa. Pasó el papel a su mujer. Ella lo leyó varias veces y no pareció entender nada. Erlendur extendio la mano y la mujer le devolvió el papelito. El mensaje estaba sin firmar.

– ¿Es la letra de tu hija? -interrogó.

– Creo que sí -le contestó la mujer.

Erlendur volvió a leer el mensaje:

Él es horrible. ¿Qué he hecho?

Capítulo 5

– ¿Dónde has estado? -dijo Sigurdur Óli cuando Erlendur volvió a la oficina.

Le contestó con una pregunta:

– ¿Ha llamado Eva Lind?

Sigurdur Óli dijo que le parecía que no. Sabía lo que le pasaba a la hija de Erlendur, pero ninguno de los dos lo mencionaba. Pocas veces hablaban de sus asuntos privados.

– ¿Hay algo nuevo sobre Holberg? -preguntó Erlendur cuando entró en su despacho.

Sigurdur Óli le siguió y cerró la puerta. Los asesinatos no eran frecuentes en Reikiavik y las pocas veces que se cometía alguno el caso llamaba mucho la atención. La policía tenía por costumbre no desvelar detalles de su investigación criminal a la prensa, a no ser que fuera necesario. Ahora era distinto.

– Sabemos algo más de él -dijo Sigurdur Óli, y abrió una carpeta que llevaba consigo-. Nació en Saudarkrókur hace sesenta y nueve años. Desde hacía algún tiempo trabajaba de camionero en la empresa Transportes de Islandia. Aún seguía ahí, aunque de forma esporádica.

Sigurdur Óli se calló.

– ¿No tendríamos que hablar con sus compañeros de trabajo? -agregó.

Acto seguido se arregló la corbata. Llevaba un traje nuevo, era alto y bien parecido. Había estudiado criminología en Estados Unidos. Era la antítesis de Erlendur: moderno y metódico.

– ¿No habría que establecer un perfil de ese hombre? -continuó-. ¿Conocerle un poco?

– ¿Perfil? -dijo Erlendur-. ¿Eso qué es? ¿Una imagen de su perfil? ¿Quieres una foto de su perfil?

– Recopilar información sobre él, ¡qué va a ser!

– ¿Qué opina la gente en general? -preguntó Erlendur manoseando un botón de su jersey, que finalmente se soltó y le cayó en la mano.

Erlendur era de constitución fuerte, algo llenito y su mata de pelo de color castaño. Era uno de los investigadores de la policía con más experiencia en el cuerpo. Normalmente se salía con la suya. Tanto los jefes como los otros empleados hacía tiempo que habían dejado de intentar contrariarle. A lo largo de los años le habían ido dejando hacer. A Erlendur eso le parecía bien.

– Se está buscando al de la chaqueta militar. Es probable que sea un chiflado. Algún joven que pretendía sacarle dinero a Holberg y al que le entró pánico.

– ¿Y qué pasa con la familia de Holberg? ¿No tenía?

– No hay familia. Aunque aún no tenemos toda la información. Seguimos buscando datos sobre parientes, amigos, compañeros de trabajo… ya sabes, antecedentes. El perfil.

– Según lo que vi en la vivienda, tengo la impresión de que era un solitario y que llevaba mucho tiempo aislado.

– Sí, tú sabes qué es eso, ¿verdad? -se le escapó a Sigurdur Óli.

Erlendur hizo como si no lo hubiera oído.

– ¿Algo nuevo del médico forense o del departamento técnico?

– Tenemos un informe provisional. No explica nada que no sepamos. Holberg murió de un golpe en la cabeza. El golpe fue fuerte, pero la forma del cenicero y las aristas puntiagudas fueron definitivas. Le rompieron el cráneo y causaron la muerte de forma casi instantánea. También parece que se dio con la esquina de la mesita al caerse. Tenía una fea herida en la frente que coincide con la mesita. Las huellas dactilares del cenicero eran de Holberg; aunque luego encontraron otras dos huellas, una de las cuales también está en el lápiz.

– Que seguramente serán del asesino.

– Es probable que sean del asesino, sí.

– O sea, un típico asesinato islandés chapucero. Eso es lo que tenemos.

– Típico. Y en eso basamos nuestro trabajo.

Seguía lloviendo. Las depresiones venían del sur del Atlántico que en esta época del año se desplazaban, una tras otra, desde el sur hacia el este del país acompañadas de vientos fuertes, lluvia y triste oscuridad. El departamento técnico seguía trabajando en la vivienda de Las Marismas. A Erlendur la cinta policial amarilla que rodeaba la casa le recordaba a la compañía eléctrica: un agujero en la calle, una tienda de campaña de lona sucia encima del hoyo, un destello de soldador dentro de la tienda, todo rodeado por una cinta amarilla. Del mismo modo, la policía había limitado el escenario del crimen con una pulcra banda amarilla con el nombre del departamento. Erlendur y Sigurdur Óli se encontraron con Elinborg y con otros agentes que habían registrado la casa con minuciosidad toda la noche y ahora terminaban su trabajo.

Los vecinos de las casas colindantes fueron interrogados, pero, desde el lunes por la mañana y hasta el momento en que se encontró el cadáver, ninguno había notado nada ni visto a nadie sospechoso cerca del lugar del crimen.