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Su estimación acerca de la concurrencia en el parque resultó cierta y errada a un tiempo. Las matronas chismosas y las chicas coquetas por fortuna estaban ausentes, pero las sagaces ancianas y los ojos de lince de las esposas de políticos se hallaban bien presentes. Y por gentileza de la prominencia de su padre y los parientes de su madre, Barnaby resultaba reconocible al instante y de sumo interés para todas ellas.

El carruaje de los Calverton estaba arrimado al arcén en medio de la hilera de vehículos, lo cual le obligó a pasar ante la mirada de al menos la mitad de las damas congregadas mientras sorteaba a los paseantes. Lady Calverton estaba enfrascada en una conversación con otras dos damas de su edad; a su lado, Penelope tenía cara de aburrirse soberanamente.

Lady Calverton le vio primero y sonrió al verlo aproximarse al carruaje. Penelope volvió la vista hacia él y se enderezó, haciendo que sus rasgos cobraran la vivacidad que la caracterizaba, haciéndola resplandecer.

– Señor Adair. -Lady Calverton le tendió la mano al recordarlo. Barnaby tomó sus dedos enguantados e hizo una reverencia.

– Lady Calverton.

Tras la montura de oro de sus gafas, los ojos de Penelope brillaban. Barnaby la miró de hito en hito e inclinó la cabeza con cortesía.

– Señorita Ashford.

Penelope sonreía con facilidad; la desenvoltura en sociedad era algo de lo que ni ella ni Portia carecían. Volviéndose hacia su madre, explicó:

– El señor Adair me está ayudando a indagar el origen de algunos de nuestros pupilos. -Miró a Barnaby. -Adivino que tiene más preguntas que hacerme, señor.

– Así es, milady. -El también era ducho en artimañas sociales. Echó una ojeada a los prados circundantes. -¿Cómo vería usted que diéramos un paseo mientras hablamos?

Penelope sonrió con aprobación.

– Me parece una idea excelente. -Y a su madre: -Dudo que me demore mucho.

Barnaby abrió la portezuela y le ofreció la mano. Penelope la tomó y se apeó. Se soltó y se sacudió las faldas, y luego se mostró un tanto perpleja al ver que él le ofrecía el brazo. Lo tomó, posando con vacilación la mano en la manga; a Barnaby no le pasó por alto su recelo.

Interesante. Dudaba que hubiera muchas cosas en su mundo, o fuera de él, que pudieran suscitarle cautela. Sin embargo, percibía que era eso, y tal vez cierta necesidad de llevar el control, lo que la indujo a decir mientras se alejaban del carruaje y los demás paseantes:

– Deduzco que ha hablado con su amigo, el inspector Stokes. ¿Ha averiguado algo?

– ¿Aparte de que Stokes se sienta inclinado a entretenerse investigando estas desapariciones?

La mirada de asombro que le dirigió fue de lo más gratificante.

– ¿Le convenció de que asumiera el caso?

La tentación de colgarse una medalla fue grande, pero era harto probable que tarde o temprano conociera a Stokes.

– No se trató tanto de convencerle como de ayudarle a hallar razones para hacerlo. En mi opinión estaba más que dispuesto, pero la policía tiene sus prioridades. En esta ocasión, Stokes ha creído que podría presentar un caso que fuera del agrado del inspector jefe. -La miró a los ojos. -Aún no ha obtenido autorización para incluir el caso en su lisia, pero parecía confiado en conseguirlo.

Penelope asentía y miraba al frente. El apoyo de la policía era más de lo que había esperado. Estaba claro que consultar con Barnaby Adair había sido acertado, pese a que sus estúpidos sentidos aún no hubiesen aprendido a relajarse cuando él andaba cerca.

– Dijo que Stokes era amigo suyo. ¿Le conoce de hace mucho?

– Varios años.

– ¿Cómo se conocieron? -Levantó la vista. -Bueno, el hijo de un conde y un policía… tuvo que ocurrir algo que lo atrajera a su órbita. ¿O fue a través de sus investigaciones?

Barnaby vaciló, como si se esforzara en recordar.

– Un poco de cada -admitió finalmente. -Estuve presente en el escenario de un delito, una serie de robos durante una fiesta en una casa de campo, y a él lo enviaron a investigar. Yo era amigo íntimo del caballero a quien todos querían culpar. Tanto Stokes como yo estábamos, de manera distinta, un poco perdidos. Pero descubrimos que nos entendíamos, y juntar nuestros conocimientos respectivos, los míos sobre las élites y los de él sobre el modo de actuar de los criminales, resultó todo un éxito para resolver aquel caso.

– Simon y Portia quedaron impresionados con Stokes. Hablaban muy bien de él después de lo ocurrido en Glossup Hall.

La sonrisa de Adair devino sutilmente afectuosa. Penelope percibió que se sentía complacido y orgulloso de su amigo incluso antes de que dijera:

– Fue el primer caso de homicidio en primer grado que Stokes investigó solo en nuestro círculo, y lo hizo muy bien.

– ¿Cómo es que no le acompañó usted a Devon? ¿O acaso no trabajan siempre juntos en los casos con implicaciones en las altas esferas?

– Normalmente trabajamos juntos, es lo más rápido y seguro. Pero cuando llegó la denuncia de Glossup Hall, estábamos metidos de pleno en un caso que llevaba tiempo abierto aquí en Londres. El inspector jefe y los directores optaron por enviar a Stokes a Devon y dejarme a mí en la ciudad para proseguir las pesquisas.

Penelope estaba enterada del escándalo que siguió; naturalmente, tenía preguntas al respecto que no tardó en formular. Dichas preguntas fueron tan perspicaces que Barnaby se encontró contestándolas de buen grado, seducido por una mente despabilada. Hasta que una de las verjas del parque se alzó ante ellos. Barnaby pestañeó y acto seguido miró en derredor. Habían caminado más o menos en línea recta, alejándose de la avenida. Penelope le había distraído con su interrogatorio; ni siquiera le había preguntado lo que había ido a averiguar. Apretando los labios, paró en seco y le hizo dar la vuelta.

– Deberíamos regresar junto a su madre.

Penelope se encogió de hombros.

– No se preocupe por ella. Sabe que estamos hablando de asuntos importantes.

«Pero ninguna de las demás damas lo sabe», pensó él, pero se abstuvo de decirlo en voz alta. Apretó el paso.

– Y dígame, ¿qué preguntas le hizo Stokes? -preguntó Penelope. -Pues supongo que habría alguna.

– En efecto. Me preguntó si los cuatro niños desaparecidos tienen algún rasgo o característica en común. -No quiso darle ningún ejemplo para no influir en su respuesta.

Penelope frunció el ceño y sus rectas cejas morenas formaron una línea sobre su nariz. Siguieron caminando con brío mientras ella reflexionaba. Finalmente contestó:

– Los cuatro son bastante delgados, pero saludables y fuertes; enjutos y nervudos, digamos. Y todos parecían ágiles y listos… de hecho, no se me ocurre ninguna otra característica en común. No tienen la misma estatura ni la misma edad.

Ahora fue Barnaby quien frunció el entrecejo.

– ¿Cuánto mide el más alto? -preguntó.

Penelope levantó la mano a la altura de su oreja.

– Dick es así de alto. Pero Ben, el segundo que desapareció, es por lo menos una cabeza más bajo.

– ¿Qué puede decirme de su aspecto general, eran chicos atractivos o…?

Penelope negó rotundamente con la cabeza.

– De lo más común y corriente. Aunque los vistieras bien, nunca serían objeto de una segunda mirada.

– ¿Pelo rubio o castaño?

– De uno y otro color, en tonos distintos.

– Ha dicho que eran ágiles y rápidos, ¿se refería a lo físico o a lo mental?

La joven enarcó las cejas.

– A ambas cosas. Estaba deseosa de enseñarles; eran brillantes, los cuatro.

– ¿Qué hay de su extracción? Todos provienen de hogares humildes, pero ¿eran más estables las familias de estos cuatro? ¿Eran propensos a comportarse mejor, quizá más fáciles de educar, más tratables?

Penelope torció los labios y volvió a negar con la cabeza.

– Sus familias no son parecidas, aunque los cuatro han pasado por penalidades. De ahí que esos niños nos fueran confiados. Lo único que puedo decir es que nada indicaba que sus familias tuvieran trato con criminales.