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– Esto… -Barnaby tenía la sensación de que las cosas se le estaban yendo de las manos. -Ya conoces a Stokes, por supuesto. -El conde intercambió una inclinación de la cabeza con el inspector, a quien conocía bastante bien. Barnaby se volvió hacia Penelope -Permíteme presentarte a la señorita Penelope Ashford.

La joven se levantó, hizo una reverencia y tendió la mano al conde.

– Milord, es un placer conocerle.

– Lo mismo digo, querida, lo mismo digo. -Tomando su mano entre las suyas, el conde le dio unas palmaditas. Le sonrió encantado de de la vida. -Conozco a tu hermano. A menudo habla de ti.

Penelope sonrió y contestó con cortesía.

Una sensación de ahogo se cernió sobre Barnaby. Su padre lo sabía. Y si él lo sabía… su madre también. Maldijo para sus adentros. Se las arregló para respirar una pizca mejor cuando su padre, por fin, soltó a Penelope y se volvió hacia Griselda.

Barnaby hizo las presentaciones y luego condujo a su padre junto a los niños, explicando lo suficiente de su historia para justificar su presencia.

– ¡Unos chicos muy valientes! -El conde asintió con aprobación y se volvió para escrutar a Smythe. -Y éste es nuestro villano, deduzco.

– Más bien su esbirro. -A fin de mantener la atención de su padre alejada de Penelope, Barnaby le pasó una de las listas de Alert.

Se disponía a explicar qué era cuando la joven le tocó el brazo. Con el mentón, dirigió su atención hacia los niños, que estaban bostezando.

– Tal vez Mostyn podría llevárselos a la cocina para que tomen un vaso de leche y acostarlos. Me los llevaré al orfanato mañana.

Mostyn asintió, hizo una seña a los niños y los condujo hacia la puerta.

Barnaby se volvió de nuevo hacia su padre y vio que leía la lista con el ceño fruncido.

– ¿Qué haces con una de las infernales listas de Cameron? -Su padre lo miró. -¿Qué significa esto?

Por un instante, Barnaby creyó haberle oído mal.

– ¿Una lista de Cameron?

Su padre agitó la lista que le había entregado, la de las casas.

– Esto. Me consta que lo escribió Cameron. -Miró la hoja otra vez. -Aunque esté todo en mayúsculas, reconocería su caligrafía en cualquier parte. Como secretario de Huntingdon, Cameron pasa a limpio nuestras agendas, siempre con esta meticulosidad. -Desconcertado, miró a su hijo. -¿Qué es esto? Reconozco nuestra dirección, por supuesto, y las demás… Parece una de las rondas de Huntingdon.

Tras cruzar una mirada de asombro con Stokes, Barnaby frunció el ceño.

– ¿Las rondas de Huntingdon?

El conde soltó un bufido.

– Deberías prestar más atención a la política. Huntingdon es concienzudo en extremo y visita regularmente a los pesos pesados del partido en su calidad de parlamentario. Es muy aplicado.

– ¿Y Cameron va con él? -preguntó Stokes.

El conde se encogió de hombros.

– No siempre, pero sí con frecuencia. Si hay algún asunto que debatir, Cameron está presente para tomar nota.

Stokes reclamó la atención de Barnaby.

– Todos los artículos robados estaban en bibliotecas o estudios, ¿te has fijado?

Barnaby asintió. El conde perdió la paciencia.

– ¿Qué artículos robados?

Su hijo le pasó las demás hojas.

– Estos artículos, los que nuestro principal villano dispuso que Smythe robara para él.

El conde agarró los papeles y los estudió. No tardó en ver lo que implicaban, sobre todo cuando llegó al objeto robado en su casa.

– ¿La estatuilla de la tía abuela de tu madre? -Levantó la vista hacia Barnaby, que asintió.

– Junto con todo lo demás.

El conde torció el gesto.

– ¿Se ha apoderado de todos?

– De todos excepto del último, pero todavía no ha tenido tiempo de venderlos. Y ahora, gracias a ti y Smythe, sabemos quién es.

El conde sonrió, esta vez con rapacidad.

– Magnífico.

Fue Penelope quien hizo la pregunta más pertinente:

– ¿Dónde vive Cameron?

El conde lo sabía.

– Vive con su señoría en Huntingdon House.

Una vez que el conde les hubo asegurado que lord Huntingdon aún estaría levantado y dispuesto a recibirlos aunque faltase poco para las dos de la madrugada, todos salieron en tropel hacia Huntingdon House, en la cercana Dover Street.

Stokes se llevó a dos agentes que patrullaban en St. James y los puso a cargo de Smythe, dado que lord Cothelstone sostuvo que también debía ir con ellos, de modo que fue una verdadera procesión la que desfiló por la puerta de Huntingdon House. Pero el ayuda de cámara de Huntingdon dio la talla y manejó el asunto con aplomo. Dejando que el conde, un visitante habitual, se anunciara a sí mismo y a su hijo Barnaby ante lord Huntingdon en su estudio, el ayuda cámara condujo a Penelope, Griselda y Stokes a la sala de estar y luego acomodó a los niños, a Mostyn, los agentes y Smythe en sillas de respaldo recto dispuestas en el pasillo que arrancaba en el vestíbulo.

Al cabo de cinco minutos, el ayuda de cámara estuvo de vuelta para acompañarlos a todos al sanctasanctórum de su amo.

Huntingdon, un caballero alto y robusto, no tenía un pelo de tonto. Escuchó sin revelar emoción alguna mientras Barnaby y Stokes explicaron las imputaciones contra el hombre que Smythe y los niños habían conocido como señor Alert y que podía ser el secretario personal de su señoría, Douglas Cameron.

Cuando le dijeron que Smythe y los niños podían identificar a Alert, Smythe por su aspecto y los niños por su voz, Huntingdon observó a los tres y luego asintió.

– Muy bien. De lo contrario, su historia resulta difícil de creer, aunque estas listas son condenatorias. Esta es su caligrafía, y estas casas las ha visitado a menudo conmigo. No veo motivo para no someter a Cameron a la prueba. Si por un azar del destino es inocente, no tendrá consecuencias para él.

Barnaby inclinó la cabeza.

– Gracias, milord.

– No obstante -Huntingdon levantó un dedo, -lo haremos correctamente. -Dicho esto, su señoría dio instrucciones, disponiendo dónde se situaría cada uno y qué debería hacer.

Dos puertas, una a cada extremo del largo estudio, daban a habitaciones contiguas; un gran biombo oriental se alzaba delante de cada puerta. Huntingdon envió a los dos agentes y a Smythe detrás de un biombo; Penelope, Griselda y los niños se ocultaron detrás del otro.

– Los niños no saldrán hasta que yo lo indique. El ayuda de cámara de Adair aguardará aquí, junto a la puerta, y cuando le dé la señal, les indicará que entren. Es importante que los niños no se muevan de detrás del biombo, donde podrán oírnos pero no vernos. -Huntington fijó en Penelope su penetrante mirada. -Confío en usted, señorita Ashford, para que me diga si los niños identifican a Cameron correctamente como el hombre al que oyeron dar instrucciones a Smythe. Aguarde a que la avise para salir y decírmelo.

Ella asintió.

– Sí, señor.

Se fue con Griselda y los niños a la habitación contigua.

Cuando todo quedó dispuesto al gusto de Huntingdon, con el conde y Barnaby de pie detrás del escritorio a su derecha y Stokes junto a la pared a su izquierda, Huntingdon llamó a su ayuda de cámara y le ordenó que fuera a buscar a Cameron.

– Y, Fergus, ni una palabra sobre quién hay aquí.

El ayuda de cámara pareció ofendido.

– Naturalmente, milord.

Huntingdon miró a Stokes y luego a Barnaby.

– Caballeros, si bien aprecio el interés que ponen en este asunto, seré yo quien dirija esta entrevista. Les quedaré agradecido si, diga lo que diga Cameron, guardan silencio.

El inspector parecía preocupado pero asintió. Barnaby accedió de buena gana, aprobaba la táctica de su señoría y no veía motivos para no dejar el interrogatorio en sus muy capaces manos.

Al cabo de un minuto, se abrió la puerta y entró Cameron.