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Para esa eventualidad, Cameron sí estaba preparado. Con toda calma, se volvió y plantó cara a Smythe.

El grandullón lo miró con detenimiento y masculló:

– Es él. Se hacía llamar señor Alert.

Cameron se limitó a enarcar las cejas y se volvió de nuevo hacia Huntingdon.

– ¡Milord! -exclamó con expresión y tono de incredulidad. -¡No me diga que piensa confiar en la palabra de un hombre como éste! Sería capaz de decir cualquier cosa. -Lanzando una mirada a Stokes, agregó: -Supongo que le habrán dado un incentivo para hacerlo. Ningún tribunal dictará sentencia basándose en su palabra.

Huntingdon asintió con gravedad.

– Tal vez no. Sin embargo, hay otros testigos. -Miró hacia el otro lado de la habitación. -¿Señorita Ashford?

Penelope salió de detrás del otro biombo y se dirigió a su señoría.

– Ambos niños han reconocido en el acto la voz de su secretario. No cabe duda de que es el hombre a quien oyeron dar instrucciones a Smythe -miró a Cameron- sobre qué casas robar y qué llevarse de cada una.

Cameron la miraba fijamente.

– Dos niños inocentes que no están bajo coacción ni amenazas y que, por consiguiente, no tienen motivos para mentir. -Huntingdon hizo una pausa y luego preguntó: -¿Qué dice ahora, Cameron?

De pronto nervioso, el secretario dirigió la vista a su señoría.

Barnaby comenzó a rodear el escritorio.

Cameron no reaccionó como un caballero, sino que arremetió contra Penelope. Atónita, ésta se vio sujetada por los brazos. Con los ojos desorbitados, Cameron le dio la vuelta y la inmovilizó contra él. Y blandió una navaja ante su rostro.

Un escalofrío recorrió el espinazo de la joven. Cameron debía de estar loco. La navaja parecía afilada.

– ¡Atrás! -gritó Cameron al tiempo que arrimaba la espalda a la pared. Penelope notó cómo volvía la cabeza hacia un lado y otro. Percibía el nerviosismo, rayano en el pánico, que emanaba de él. -¡Atrás, he dicho! O le rajo la mejilla. -De repente, la navaja con su brillante filo estaba muy cerca del rostro de ella.

Un sudor frío estremeció a Penelope, aterrada. Cameron era muy fuerte y no podría zafarse de él, menos aún con la navaja tan cerca. Había separado las piernas y ni siquiera podía darle patadas. Inspiró hondo y se obligó a apartar la mirada de la navaja. Miró a los demás; veía borrosos sus rostros. Entonces vio a Barnaby, consiguiendo enfocarle la cara.

Estaba junto al escritorio, pálido y demudado el rostro, los rasgos en tensión, listo para intervenir, pero retenido por la amenaza de Cameron. Observaba todo sin perder detalle.

Cuando Cameron recorrió la estancia con la vista para ver qué hacían los demás, Barnaby abrió la boca e hizo el gesto de morder.

Penelope se quedó perpleja pero enseguida lo entendió. Echó la cabeza hacia atrás contra el pecho de Cameron y le clavó los dientes en la mano que empuñaba la navaja.

Cameron dio un grito.

Cerrando los ojos, Penelope volvió a morder con toda el alma y apretó la mandíbula.

Cameron chilló como un poseso. Intentó apartar la mano pero fue en vano. Con esa mano inmovilizada, no podía usar la navaja. Y con la fuerza del mordisco, tampoco podía soltarla. Se sacudió de un lado para otro, aullando, tratando furiosamente de librarse de Penelope.

Forcejeaban y daban vueltas pero la joven se negaba a soltarlo. Con un esfuerzo tremendo, Cameron le dio un violento empujón que la obligó a soltarlo; salió despedida a través de la estancia y chocó contra Stokes y el conde, y al caerse hicieron tropezar a los dos agentes que habían corrido en su auxilio.

Liberándose apresuradamente del grupo que había arrastrado con ella, a gatas, Penelope vio a Cameron blandiendo la navaja para mantener a Barnaby a distancia. Huntingdon estaba de pie pero no podía rodear el escritorio sin distraer a Barnaby.

Y a juzgar por su cara, Cameron sólo aguardaba una ocasión para rajar a Barnaby.

El tiempo pareció detenerse.

La navaja soltó un destello, luego otro. Barnaby se agachó justo a tiempo.

Cameron gruñó y arremetió. Con el corazón en un puño, Penelope se puso a gritar. En el último instante, Barnaby sé giró y la navaja brilló al deslizarse junto a su pecho.

Barnaby fue a coger el brazo de Cameron pero éste se echó para atrás. Con ojos de loco, blandiendo la navaja para mantener a raya a todos, fue retrocediendo.

Se había olvidado de Griselda, o quizá ni siquiera había reparado en ella. Saliendo subrepticiamente de detrás del biombo, la sombrerera había cogido una pesada estatuilla de una mesa auxiliar y se estaba acercando por detrás, manteniéndose pegada a la pared. Sosteniendo la estatuilla en alto, aguardó a que llegara su momento y, cuando tuvo a Cameron a su alcance, le asestó un buen golpe en el cráneo.

Penelope se puso trabajosamente de pie mientras Cameron se tambaleaba.

– ¡Más fuerte! -gritó a su amiga. -¡Dale otra vez!

Anticipándose a Griselda, Barnaby dio un paso al frente, apartó la navaja y soltó un puñetazo tremendo contra la mandíbula de Cameron, que salió despedido y chocó de espaldas contra la pared y puso los ojos en blanco. Le fallaron las rodillas y se escurrió hasta el suelo, donde quedó hecho un guiñapo.

Barnaby se irguió delante de él, haciendo una mueca mientras sacudía la mano.

Horrorizada, Penelope corrió a su lado.

Huntingdon le dio una palmada en el hombro.

– Buen trabajo.

Penelope no estaba tan segura. Cogió la mano de Barnaby, su hermosa, elegante y hábil mano, y observó cómo se le iba enrojeciendo en torno a los nudillos pelados.

– Oh, Dios mío, ¿qué le has hecho a tu mano?

Para desconcierto de Barnaby, el leve daño que se había hecho en la mano tenía absorta a Penelope. Todo lo demás quedaba relegado a segundo plano. Para ella lo principal era llevárselo enseguida a Jermyn Street para atender sus heridas. Salvar sus nudillos pelados.

Que Mostyn se hubiera hecho cargo de los niños, ofreciéndose a cuidar de ellos y llevarlos al orfanato a la mañana siguiente, ratificó su impaciencia por marcharse cuanto antes de allí.

Cosa que también Barnaby decidió que le convenía; aparte de todo lo demás, necesitaba hablar con ella enseguida, antes de que su padre dijera algo que le complicara más la vida.

Penelope sintió un gran alivio cuando él se avino a dejar el asunto en manos de lord Huntingdon y su padre. Según su punto de vista, sobraban personas capaces para hacerse cargo del desalmado Cameron y adoptar todas las medidas necesarias. Los agentes llevarían a Smythe y Cameron a Scotland Yard; Stokes acompañaría a Griselda a su casa. La única responsabilidad de Penelope era velar por el bienestar de los niños y Barnaby.

Esto último era lo prioritario. Cuando llegaron a su casa, pidió a Mostyn que acostara a los niños y arrastró a Barnaby hasta su dormitorio. Lo obligó a sentarse en la cama y luego fue al cuarto de baño a buscar una palangana de agua.