Tener interés por las cosas de la vida mantenía viva a la gente mayor, y Griselda no estaba dispuesta a dejar que su padre se fuera sumido en la tristeza.
Se terminaron el té y las galletas. Griselda se levantó, recogió la bandeja y la llevó a la cocina. Regresó a tiempo para ver a Stokes ponerse de pie, metiéndose su libreta de notas negra en el bolsillo mientras daba las gracias a su padre por el tiempo que le había dedicado.
– Y por su ayuda. -Stokes sonreía con facilidad; tenía, se había fijado ella, una sonrisa que, aunque no la mostraba a menudo, invitaba a las confidencias. -La información que me ha dado es exactamente lo que necesitaba. -Sosteniendo la mirada de su padre, su sonrisa devino irónica. -Me consta que ayudar a la policía en sus pesquisas no está muy bien visto por aquí, de modo que valoro el doble su confianza.
Su padre, según vio Griselda, se pavoneaba en su fuero interno, pero disimuló su satisfacción con un viril gesto de asentimiento y un gruñido:
– Usted encuentre a esos niños y tráigalos de vuelta.
– Si en este mundo existe la justicia, con su ayuda lo haremos.
Stokes miró a Griselda, que acudió al lado de su padre, le tapó las piernas con la manta y le recordó que la señora Pickles, la vecina de al lado, le llevaría la cena al cabo de una hora. Luego le dio un beso en la mejilla y se despidió. El buen hombre se dispuso a echar una siesta, sonriendo con inusual satisfacción. Griselda se reunió con Stokes en la entrada y cogió su bolso.
Stokes le sostuvo abierta la puerta para que pasara y salió a la calle detrás de ella, asegurándose de que el pestillo quedaba bien cerrado.
Iban caminando calle arriba cuando preguntó:
– ¿Es su único pariente?
Griselda asintió y, tras vacilar un instante, agregó:
– A mis tres hermanos los mataron en la guerra. Mi madre murió cuando éramos pequeños.
Stokes asintió, limitándose a caminar a su lado. Al cabo de unos pasos ella se sintió obligada a añadir:
– Quería que se mudara a St. John's Wood conmigo. -Con un gesto abarcó la calle entera. -Aquí no hay demanda de sombreros. Pero él también nació en esta calle y éste es su hogar, donde viven todos sus amigos, de modo que aquí se quedará.
Percibía la mirada de Stokes, más penetrante, más evaluadora, pero ni siquiera ahora sentenciosa.
– Por eso viene a visitarlo a menudo.
No fue una pregunta pero Griselda asintió.
– Vengo tanto como puedo, aunque eso significa en general sólo una vez por semana. Aun así, hay otras personas, como la señora Pickles y el médico, que cuidan de él, y ambos saben cómo dar conmigo si surge la necesidad.
Stokes volvió a asentir pero no agregó nada más. Griselda tenía la pregunta obvia en la punta de la lengua pero vaciló; al cabo, decidió que no había motivo para abstenerse.
– ¿Usted tiene familiares vivos?
Stokes no contestó de inmediato. Griselda ya empezaba a preguntarse si había traspasado una línea invisible cuando él respondió:
– Sí. Mi padre es comerciante en Colchester. No le veo desde… desde hace bastante. Igual que en su caso, mi madre murió hace tiempo, pero yo era hijo único.
No dijo más, pero Griselda tuvo la impresión de que no sólo había sido hijo único, sino también un niño solitario.
Una vez en el carruaje, camino de St. John's Wood, ella preguntó:
– ¿Cómo va a seguir con su investigación?
Stokes la miró; su titubeo sugería que estaba considerando si debía contárselo o no, pero entonces dijo:
– Su padre me ha dado ocho nombres de posibles maestros. Sabía las señas de algunos pero no todas. Tendré que comprobar cada una para ver si se trata del villano que hay detrás de las desapariciones de los niños, pero cualquier pesquisa deberá hacerse con mucho cuidado. Lo último que queremos es que el maestro, sea quien sea, se dé cuenta de que nos estamos interesando por él. Si lo hace, liará el petate y se esfumará en los suburbios, llevándose a los niños consigo. Nunca le atraparemos y habremos echado por tierra la ocasión de rescatar a los niños.
Griselda asintió y dijo:
– Usted no puede ir por ahí preguntando, lo sabe bien. -Mirándolo a los ojos, no supo por qué estaba haciendo aquello, por qué estaba a punto de involucrarse más en una investigación policial -La gente del barrio enseguida sabrá quién es usted. Se ponga el disfraz que ponga, seguirá sin ser «uno de los nuestros».
Stokes hizo una mueca.
– Tengo pocas opciones aparto de la policía local, y a ellos…
– Tampoco les soltarán prenda. -Hizo una pausa y agregó; -Yo, en cambio, aún sé moverme entre la gente del barrio. Saben quién soy, confían en mí. Sigo siendo uno de ellos.
Stokes se había puesto tenso. Una oscura turbulencia le enturbió la mirada.
– No puedo permitir que haga eso. Es demasiado peligroso. Griselda encogió los hombros.
– Me vestiré con desaliño y volveré a hablar con acento. Correré mucho menos peligro que usted.
Stokes le sostuvo la mirada y ella supo que estaba en un dilema.
– Necesita mi ayuda-insistió; -esos niños necesitan mi ayuda. Apretando los labios, él la miró de hito en hito y luego se inclino hacia delante, apoyando los brazos en las rodillas.
– Estaré de acuerdo en que usted haga las preguntas con una única condición: que yo la acompañe.
Ella abrió la boca para señalar lo evidente. ÉI la acalló levantando una mano. Con un buen disfraz puedo pasar desapercibido, siempre y cuando no tenga que hablar. De eso se encargará usted. Yo sólo la Acompañaré para protegerla; o estoy presente, o usted no va.
Griselda tuvo ganas de preguntarle cómo iba a impedírselo, pero si su padre se enteraba de que andaba por ahí preguntando sobre maestros de ladrones se preocuparía mucho, y era indudable que llevar a Stokes con ella sería, incluso en las zonas más duras del East End, una muy buena protección.
Reclinándose en el asiento, asintió.
– Muy bien. Iremos juntos.
Parte de la tensión de Stokes se liberó.
Griselda miró por la ventanilla y vio que ya estaban en St. John's Wood High Street. El carruaje paró en seco delante de su puerta. Stokes se apeó y la ayudó a bajar. Ella decidió que no le costaría acostumbrarse a ser tratada como una dama.
Mientras se sacudía las faldas echó un vistazo a la puerta y luego miró al inspector.
– Bien, ¿cuándo comenzamos?
Él frunció el ceño.
– Mañana no. Debo comunicar la información que hemos descubierto a un colega; el que sometió el caso a mi atención. A lo mejor tiene novedades que nos ayuden a establecer cuál de nuestros villanos es el más probable.
– Muy bien, inclinó la cabeza. -Esperaré sus noticias.
Stokes la acompañó hasta la entrada de la tienda. Mientras subía los escalones, buscaba la llave y abría la puerta, Griselda fue consciente de que Stokes miraba la tienda como si no la hubiera visto antes.
Una vez hubo abierto, se volvió y lo miró enarcando las cejas, insinuando una pregunta.
Stokes respondió con su esquiva sonrisa. Miró un momento al suelo y luego levantó la cabeza.
– Estaba pensando que habrá tenido que trabajar muy duro para llegar hasta aquí desde el East End. -Sus ojos se encontraron. -Eso en sí mismo es un logro importante. Y que haya conservado la capacidad de moverse en sus círculos de antes, cosa que le agradezco porque beneficia a mi investigación… -Hizo una pausa antes de añadir en voz más baja: -Eso también lo encuentro admirable.
Le sostuvo la mirada un momento aguantando la respiración y luego inclinó la cabeza.
– Buenas noches, señorita Martin. Me pondré en contacto con usted dentro de un par de días, en cuanto tenga novedades.
Se volvió y bajó los escalones sin prisa.