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– Pero no lo hice, ¿no? -Hizo una breve pausa, mirando las botas de Stokes. -Asesinar gente no es lo mío. Soy un experto en robo con escalo. Si Alert no hubiese insistido en hacer este trabajo a su manera, nunca se me habría ocurrido siquiera asesinar a nadie.

Stokes dejó que el silencio se prolongara y luego apuntó:

– ¿Y bien?

Smythe finalmente miró al inspector.

– Si le cuento todo lo que sé sobre Alert, y seguro que le bastará para identificarlo, ¿cuáles serán mis cargos? Tras otro silencio, Stokes contestó:

– Si lo que nos das realmente basta para identificar a Alert y te avienes a declarar contra él en caso necesario, mantendremos los cargos de robo con escalo e intento de homicidio. Si pudiéramos demostrar asesinato, irías a la horca. De lo contrario, y con una recomendación fundamentada en tu cooperación, significará el destierro. -Hizo una pausa y agregó: -Tú eliges.

Smythe resopló.

– El destierro ya me va bien.

– Muy bien. ¿Quién es Alert?

Smythe miró hacia abajo.

– Hay un bolsillo secreto en este abrigo, en el forro, junto a la costura del muslo izquierdo. -Stokes se agachó y palpó el abrigo. -Hay tres listas ahí dentro.

El inspector encontró los papeles y los sacó. Se levantó, los alisó y se dispuso a leerlos. Apartándose de la chimenea, Barnaby se aproximó a él.

– Son las listas que Alert me dio. La primera es una lista de casas…

Y a continuación reveló el plan de Alert con todo detalle, refiriendo sus reuniones y cuanto habían hablado. Al explicar los robos, los cuatro de la noche anterior y los tres cometidos aquella noche, Stokes y Barnaby cruzaron las listas: la de las direcciones de las casas robadas y la de los objetos robados.

En un momento dado Barnaby dejó de leer y renegó.

Stokes lo miró. Smythe se calló.

– ¿Qué pasa? -preguntó Stokes.

Malhumorado, Barnaby señaló una dirección, la de la primera casa robada aquella noche.

– Es Cothelstone House.

– ¿La casa de tu padre?

Barnaby asintió. Cogió las descripciones de los objetos a birlar y localizó la pieza correspondiente.

Estatuilla de plata de una dama sobre la mesa de la ventana de la biblioteca… ¡Santo cielo!

Miró a Stokes, que levantó una ceja.

– Deduzco que es muy valiosa. ¿De cuánto estamos hablando?

Barnaby meneó la cabeza.

– No tengo ni idea. El término que suele emplearse al aludir a esta estatuilla es «inestimable». Literalmente sin precio. -Volvió a repasar la lista de objetos, Alert no busca una pequeña fortuna aquí. Si los demás objetos son del mismo calibre, Alert se convertirá en un hombre muy rico.

Stokes sacudió la cabeza con incredulidad.

– ¿Me estás diciendo que esa figurita, en casa de uno de los pares que supervisa a la policía, en una casa que tú visitas asiduamente, estaba encima de una mesa aguardando a que un ladrón ingenioso se la llevara?

Barnaby se encogió de hombros.

– Tendrás que debatir esa cuestión con mi señora madre, pero, te advierto que es poco probable que tengas éxito. Sabe Dios los años que mi padre le insistió para que la pusiera a buen recaudo; se rindió hace décadas. Tal como señaló Penelope, estas cosas han estado en nuestras casas desde que nacimos y no les prestamos la debida atención.

– Hasta que alguien las roba. -Stokes estaba indignado. Se volvió hacia Smythe. -De modo que todo ha ido como una seda y Alert ha cargado cada objeto en el carruaje, hasta que habéis llegado a la última casa. ¿Qué ha salido mal?

Smythe puso cara de pocos amigos y miró a los niños.

– No lo tengo claro ni yo. Mejor pregúnteles a ellos.

Stokes se volvió hacia Jemmie y Dick.

– La última casa; ¿cómo os habéis escapado?

Los niños cruzaron una mirada y luego Jemmie dijo:

– La primera noche, Smythe no nos explicaba a qué sitio de cada casa teníamos que ir hasta que llegábamos. O sea que no podíamos planear nuestra jugada. Pero al final de esa noche, Alert nos hizo su subir a su carruaje y luego se paró en un parque para hablar con Smythe sobre las casas de esta noche. Nos dejaron a Dick y a mí en el carruaje, pero les escuchamos.

– Oímos que uno de nosotros tendría que pasar por la cocina de la tercera casa, y resulta que me tocó a mí-dijo Dick. -Decidimos que cogeríamos un cuchillo bien afilado para cortar las correas. -Señaló con el mentón las correas que había usado Smythe y que ahora le ataban manos y tobillos. -Las usaba para llevarnos de una casa a otra y si uno de nosotros tenía que quedarse fuera, lo ataba a una verja o un poste.

– También oímos que en la última casa de esta noche sólo entraría uno -prosiguió Jemmie. -Teníamos que descolgar un cuadro pequeño de una habitación de arriba. Smythe me coló por una ventana trasera y esperó allí a que volviera. Como tenía que ir arriba, pensé que tardaría un rato antes de sospechar y aproveché para salir por la puerta principal. Pero la puerta chirrió de mala manera.

– Casi había acabado de cortar las correas cuando salió -dijo Dick. -Pero Smythe oyó el chirrido y adivinó lo que pasaba. Jemmie me ayudó a soltarme pero entonces vimos que Smythe venía por un lado de la casa y echamos a correr.

– Lo habéis hecho muy bien -aprobó Penelope admirada.

Smythe gruñó y volvió a mirar a Stokes.

– Esto es lo que hay; no puedo contarle nada más. Busque a un caballero que conozca todas esas casas lo bastante bien como para saber todos los detalles escritos ahí, dónde estaban las cosas y cómo cogerlas exactamente, me lo trae y yo le diré si es su hombre.

Stokes estudió a Smythe con detenimiento.

– Aunque lo reconozcas, será tu palabra contra la suya. ¿Alguien más le conoce?

– Grimsby. Lo ha visto más veces que yo.

El inspector hizo una mueca.

– Lamentablemente, la cárcel no le sentó nada bien. Sufrió un infarto y murió. No puede ayudarnos.

Smythe bajó la vista y juró en voz baja. Luego miró a los niños. Stokes siguió su mirada y preguntó:

– Niños, pensad: ¿visteis lo bastante bien a Alert como para reconocerlo?

Ambos torcieron el gesto y negaron con la cabeza. Stokes suspiró. Se estaba volviendo hacia Smythe cuando Jemmie dijo:

– Pero sí le oímos lo bastante bien para reconocer su voz.

Penelope les dedicó una sonrisa radiante.

– ¡Estupendo! -Miró a Stokes. -Eso bastará, ¿no?

EI inspector reflexionó un momento y asintió.

– Debería.

– Bien -Barnaby había estado concentrado en las listas, -pues ahora lo único que necesitamos saber es…

Se calló al oír que alguien llamaba discretamente a la puerta. Barnaby miró a Mostyn, que tras hacer una reverencia acudió a abrir.

El ayuda de cámara dejó la puerta del salón entornada. Nadie hablaba, los adultos atentos a quién sería, los niños de nuevo atareados con emparedados.

Se oyó el chasquido del pestillo; un segundo después, el murmullo de una voz irreconocible saludó a Mostyn. La respuesta de éste se oyó con más claridad:

– ¡Milord! Vaya… No le esperábamos.

– Me lo figuro, Mostyn, pero aquí me tiene -declaró una voz educada y cortés. -Y aquí tiene mi sombrero, también. Veamos, ¿dónde está ese hijo mío?

La puerta del salón se abrió de par en par y el conde de Cothelstone entró con toda calma. Echó un vistazo a los presentes y sonrió benévolamente.

– Barnaby, hijo mío, tengo la impresión de interrumpir una reunión.

Barnaby pestañeó.

– Papá… -Frunció el ceño. -Creía que te habías ido al norte.

– Y lo hice. -El conde suspiró. -Por desgracia, tu madre decidió que había olvidado algo en Londres y se empeñó en que se lo llevara, de modo que me envió de vuelta a recogerlo. -El brillo de los ojos del conde informó a todos sobre qué era ese «algo» que la condesa echaba en falta.

Sonriendo cordialmente, el conde dirigió su atención a los demás presentes y luego miró a su hijo enarcando las cejas.