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Se retiró a su despacho y, cuando estuvo sentado en su mesa, gimió con suavidad. ¿Cómo iba a pensar en marcharse? Llevaba aquella compañía en la sangre, había ayudado a construirla y un día debería ser suya por derecho.

Miró los mensajes que su secretaria le había dejado en la mesa, pero su mente seguía ocupada con el ultimátum de su padre. Para Jim McCaffrey era muy fácil. Sólo tenía que buscar una mujer, enamorarse, casarse y vivir feliz con ella. Pero el amor nunca había sido fácil para él, no sabía por qué.

Llamaron a la puerta y su secretaria, la señora Arnstein, entró en la estancia. La mujer, elegida para el puesto por su padre después de que Will hubiera salido y roto con las tres secretarias anteriores, era una antigua sargento del ejército muy eficiente y correcta: Y más voluminosa que él.

– Tengo su correo -dijo-. Han llegado los contratos para el proyecto de la urbanización de Bucktown y el cálculo para la remodelación de DePaul -levantó una revista-. Y la publicación de la universidad de Northwestern. Este mes aparece usted en la lista de alumnos.

Will tomó la revista que le ofrecían.

– ¿Cómo saben algo de mí?

– Enviaron un cuestionario hace unos meses y usted me dijo que lo rellenara en su lugar porque no tenía tiempo.

La lista ocupaba las seis o siete últimas páginas de la revista. Will buscó su nombre y se dio cuenta de que estaba ordenada por el año de las promociones. Iba a volver a la página anterior cuando vio un nombre familiar y se detuvo.

– ¿Lo ha encontrado? -preguntó la señora Arnstein.

– No -él cerró la revista con rapidez

Lo buscaré luego, ahora tengo trabajo.

En cuanto la secretaria salió del despacho, tomó la revista y regresó a la página.

– Jane Singleton, licenciada en Botánica en el 2000 -leyó en voz alta-. Jane tiene un negocio propio de paisajismo, Windy City Gardens, y ha diseñado una amplia variedad de jardines residenciales y comerciales en la zona de Chicago.

No había pensado en Jane Singleton en… ¿cuánto? ¿Cinco o seis años?

– Ella sí habría sido un esposa perfecta -murmuró-. Era tierna, atenta y… -hizo una pausa, se levantó y se acercó a las estanterías que llenaban la pared opuesta, donde buscó el libro de texto de contratos de la facultad. Contuvo el aliento y abrió la portada.

Allí estaba, donde lo había dejado años atrás. Desdobló el papel y lo leyó despacio, sorprendido de que hubiera logrado escribir un contrato decente cuando tenía tan poca experiencia práctica. Los términos estaban muy claros y había cubierto todas las contingencias. Una idea cruzó por su cerebro.

– No, no puedo.

Dejó el contrato en su mesa y volvió a su ordenador para seguir trabajando, pero cuanto más pensaba en ello, más comprendía que podía haber una solución fácil a sus problemas. Jane Singleton era el tipo de mujer que gustaría a su padre y, si veía que salía con ella, quizá retrasara su decisión hasta que encontrara una esposa apropiada.

Levantó el auricular del teléfono y marcó la extensión de su secretaria.

– Señora Arnstein, quiero el número de teléfono y la dirección de Windy City Gardens, de aquí de Chicago. ¿Y quiere hacer el favor de intentar buscar el número de teléfono personal de Jane Singleton? Seguramente vive aquí.

Se sentó en el borde de la mesa y releyó la información de la revista. A Jane siempre le habían gustado las plantas, así que su profesión parecía natural. Y conociendo su determinación y su ambición, seguramente su negocio era un éxito.

De su vida personal no sabía nada. En la revista aparecía su nombre de soltera, pero eso no implicaba que no hubiera encontrado al hombre de sus sueños en los seis últimos años. Después de todo, era lista, bonita y sería una gran esposa para cualquiera.

Volvió a leer también el contrato. Aunque estaba bien escrito, cualquier juez con dos dedos de frente lo rechazaría en un tribunal. Pero era un lugar donde empezar, una excusa para llamar a Jane y ponerse un poco al día. Si tenía suerte, podía reiniciar su relación con ella y ver adónde llevaba.

El sonido del teléfono interrumpió sus pensamientos.

– Señor McCaffrey, tengo la dirección de Windy City Gardens -Will. anotó la dirección y el teléfono-. No he encontrado el teléfono de su casa, hay varios J. Singleton, pero ninguna Jane.

– Bien.

Arrancó el papel con la dirección, se lo metió al bolsillo y tomó las llaves. Al salir se paró en la mesa de la señora Arnstein.

– Anule mis citas para esta tarde.

– No se va a las Fiji otra vez, ¿verdad? -preguntó la mujer.

– No, sólo voy a Wicker Park. Si hay una urgencia, llámeme al móvil.

No había mucho tráfico y, quince minutos después, había llegado a su destino. Aparcó delante de un edificio pequeño de oficinas, pero le costó decidirse a salir del coche.

– Esto es una locura -murmuró-. Puede estar casada o saliendo con alguien. No puedo presentarme así y esperar que se alegre de verme -se disponía a poner el coche en marcha de nuevo cuando vio una figura que salía el edificio. Reconoció inmediatamente su cabello moreno y su aire delicado. Jane se detuvo en la acera para hablar con una rubia esbelta que le resultaba vagamente familiar y un momento después se despidieron y Jane cruzó la calle hacia el coche de Will.

Éste abrió la puerta, sin detenerse a pensar lo que hacía, y salió.

¿Jane? -la joven se detuvo y lo miró-. ¿Jane Singleton?

– ¿Will? -una sonrisa iluminó el rostro de ella-. Eres la última persona a la que esperaba ver aquí.

– Me ha parecido que eras tú -dijo él, fingiendo sorpresa. La miró detenidamente. Era la misma Jane pero diferente. Sus rasgos, antes corrientes, se habían vuelto más hermosos. La última vez que la vio tenía diecinueve años, pero ahora era una mujer.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó ella.

Will cerró la puerta de su coche.

– Iba a… calle arriba a un restaurante – estiró el brazo y le tomó la mano y, aunque lo había hecho sin darse cuenta y no había sido su intención tocarla, en ese momento comprendió lo mucho que la había echado de menos.

Jane había sido una constante en su vida durante dos años, una amiga que siempre estaba allí cuando la necesitaba. Sintió una punzada de remordimientos. Nunca se había molestado en darle las gracias ni en devolverle los favores que le había hecho. Miró su mano y pasó despacio el pulgar por la muñeca.

– Me alegro mucho de verte.

Ella se movió nerviosa y apartó la mano.

– ¿Qué restaurante? -preguntó.

– ¿Qué? Oh, no sé el nombre -repuso él-. Sólo sé que está en esta manzana – sonrió-. Estás muy bien. Ha pasado mucho tiempo. ¿Qué es de tu vida?

– Mucho tiempo -repitió ella-. Sí, casi seis años. La última vez que te vi, fue el día que te licenciaste en Derecho. Dijimos que estaríamos en contacto, pero ya sabes lo que pasa… estamos muy ocupados y…

– Siento que no lo hayamos hecho -musitó él con sinceridad.

– Yo también.

Will sintió el impulso de abrazarla y cerciorarse de que se trataba de ella.

– ¿Sabes? -dijo-. Falta media hora para que tenga que ir al restaurante. ¿Por qué no tomamos un café?

Jane retrocedió.

– No puedo -repuso-. Llego tarde a una cita. Pero ha sido un placer verte, de verdad.

– ¿Y cenar? -insistió Will-. ¿Este fin de semana? Hay un restaurante asiático nuevo en el centro. Te gusta la comida asiática, ¿no?

– Ese fin de semana no me viene bien -dijo ella-. Oye, me he alegrado mucho de verte.

– ¿Comer? -preguntó él-. Seguro que comes.

– Nunca tengo tiempo -lo despidió agitando la mano y se alejó por la acera sin volverse.

Will se quedó al lado del coche, sorprendido de lo deprisa que había terminado todo. Se quedó mirándola hasta que dobló una esquina.