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– Llévese las llaves con usted si está preocupada -dijo él, sin abrir los ojos.

– Puedo amañar un motor -dijo-, así que adivino que usted también.

Él abrió los ojos y la miró directamente a los suyos con esa mirada penetrante que la sacudía. Océano azul, los ojos no tenían ninguna emoción real. Ninguna. Planos y tan fríos como el mar más profundo. Pero eran brillantes, como dos zafiros que la hipnotizaban. Se sacudió. O como una cobra. Él era su cosecha, sin rodeos, por difícil que fuera de manejar. Ella había sido la que le había sacado del mar y eso le convertía en suyo.

– Haga lo que sea que se sienta cómoda haciendo, pero verdaderamente, la necesitaré para sacarme fuera de aquí. No tengo el menor indicio de donde estoy o en qué dirección ir para volver a puerto.

Ella le estudió la cara. No estaba exactamente mintiendo, pero no decía la verdad. Estaba seguro de que encontraría el camino a la costa y ella también. Era un hombre ingenioso.

– Beba algo más de agua. Esto no tomará mucho tiempo -dijo, decidiéndose. Iba a tomarle la palabra. Si el bote arrancaba, ella podría “bailar” el agua por encima de él y devolverlo al mar.

Lev miró como vertía agua caliente del motor dentro de la parte superior del traje de neopreno y luego se quitaba la camiseta gruesa, se puso el traje con la inmodestia de un buzo. Lev no pudo evitar pensar que ella no le veía como un hombre, sino más como la cosecha que había sacado del mar. Una parte de él estuvo un poco descontento sobre eso, mientras que otra parte quería sonreír. Ella se concentraba totalmente una vez que decidía una línea de acción. Se estiró a por su equipo, encogiéndose de hombros apresuradamente para ponerse el tanque de rescate.

La miró prepararse para zambullirse con los ojos entrecerrados. Quería moverse, poner la mano en el agua y sentir la respuesta a ella cuando entrara, pero no podía reunir la energía. En vez de eso, la miró entrar. Miró como el agua se estiraba a por ella. Le daba la bienvenida, como si la envolviera y la sostuviera.

Contuvo la respiración cuando desapareció bajo la superficie brillante. Parecía pacífica, como parte del mar mismo, no torpe como algunos buzos que había observado con el paso de los años. Y el agua se vertió sobre y alrededor de ella, acariciando su cuerpo…

Se levantó un poco. ¿En qué demonios estaba pensando? La estaba perdiendo. El balanceo continuo del barco le hacía sentirse ligeramente mareado, lo cual habría encontrado ligeramente alarmante si su cerebro no estuviera tan borroso. Como fuera, sus náuseas eran sólo otra molestia entre tantas. Principalmente, el frío le molestaba. Incluso su interior estaba frío. El dolor lo podía manejar. Había vivido con dolor siendo niño cada maldito día. Podía caminar sobre cristal y seguir. Pero el frío…

No podía dejar de tiritar. Con ella fuera de barco, podía relajarse, sólo durante unos minutos, e intentar orientarse. Tratar de recordar que demonios le había sucedido y quien le quería muerto esta vez. La supervivencia importaba. Tenía un sentido fuerte de supervivencia, y esta mujer extraordinaria con su estilo de vida solitario podría ser su mejor oportunidad. Necesitaba tener un plan.

El sonido del agua lamiendo el barco era calmante. El Honda ronroneaba levemente en el fondo mientras le alimentaba de aire. De vez en cuando, llegaba el grito de alguna gaviota en lo alto. No levantó la mirada. Era demasiado esfuerzo. Esta mujer iba de la rabia a la calma en segundos. Era controlada. Tenía buenos instintos. Podía ver las mentiras mejor que la mayoría. Tenía unos ojos increíbles. Su cuerpo dio un tirón. ¿De dónde coño había venido eso? Las mujeres eran herramientas. Eso era lo que ésta era. Una herramienta. Para ser usada. Como cualquier cosa a mano.

Reclinó la cabeza para poder descansar un poco más cómodamente. Sólo esta vez, quería desaparecer. Ser otra persona. Cualquiera. Quería ser como todas esas personas que corrían de aquí para allá viviendo sus vidas. ¿Qué demonios era normal? Ni siquiera lo sabía. Él resolvía problemas. Mataba personas. Se movía dentro y fuera de las sombras y nunca surgía a la luz del sol. Esa era su vida y siempre la había vivido sin cuestionarla. ¿Y por qué podía recordar eso cuando no sabía cuál de los nombres ni caras en su mente era realmente la suya? ¿Qué jodida diferencia hacía que ella tuviera ojos increíbles? Y una boca muy generosa.

Se limpió la cara y miró la cantidad de sangre en la mano. Las heridas en la cabeza tendían a sangrar bastante. Debería coserla, pero estaba demasiado cansado. Los brazos se sentían como plomo. Era más fácil descansar debajo de la ligera manta plateada de supervivencia de alta tecnología y pensar en… ella. ¿Qué había en ella que le llamaba? Había dormido con muchas hermosas mujeres. Las había seducido. Usado. Extraído información esencial sobre lo que estaba trabajando y luego en algunos casos se deshizo de ellas si fue necesario.

No era capaz de emociones. La emoción estorbaba; cuando tenía doce años, había aprendido a no permitirse sentir nada por nadie. Hubo momentos de debilidad y este era uno de esos momentos. Pasaría. Estaba cansado, hambriento, tenía frío, y no tenía la menor idea de qué coño le había sucedido. Su mente estaba en blanco cuando trataba de recordar en que había estado trabajando. Detrás de quién había estado. Quién estaba detrás de él.

Su vida era el juego del gato y el ratón. La supervivencia era siempre el premio. Si no sabía qué demonios pasaba, ya estaba muerto. Necesitaba a la mujer. Era una herramienta para la supervivencia. El deseo de querer permanecer con ella no tenía nada que ver con sus ojos o su boca. O su genio llameante. Su absoluta pasión. ¿Cómo sería sentir pasión? ¿Tener a alguien con esos ojos mirándole a él y a nadie más? ¿Mirarle por ninguna otra razón que porque pensara que él era suyo?

Apretó las puntas de los dedos sobre las sienes y ejerció presión. Debía estar realmente débil y enfermo para estar pensando de esta manera. No había pertenencia. Ninguna casa. Nada suyo. No podía haber alguien para él. Era una máquina. No era humano. Había perdido su humanidad casi cuarenta años atrás en una escuela donde a los niños se les enseñaba a matar. A servir. A ser robots, nada más que marionetas. Frunció el entrecejo. ¿Qué cojones le pasaba a su mente? Uno no cuestionaba el servicio, ni quién o qué eran, pero, él había sido programado desde la niñez. No había desprogramador para alguien como él. Sólo una bala en la cabeza al final del día. Extraño que pudiera recordar detalles de su pasado pero no el por qué de ello ni de lo que le había sucedido.

Había rastreado a un predicador una vez, uno al que le gustaban los chicos y visitaba Tailandia a menudo. Sus apetitos eran insaciables. Justo antes de que Lev le disparara, el hombre le había dicho a Lev que él no tenía alma. En aquel momento no pensó en ello. ¿Por qué ahora? ¿Por qué contemplaba de repente la verdad de eso? La mujer le había mirado con sus ojos grandes y de pestañas espesas, oscuros como la medianoche. Misteriosa. Pero le había mirado a él. Dentro de él. Le había visto. Y por un momento, mientras le había mirado, él se había visto.

El corazón hizo un ruido sordo, y por primera vez desde que había sido un niño, el temor le atrapó con fuerza. Ella había visto dentro de él. Nadie le podía ver. Había construido una fortaleza, fuerte y poderosa, rodeando ése pequeño pedazo roto dentro de él que nunca había podido endurecer. Ella lo había visto, estaba seguro. El puño golpeó el costado del barco, con fuerza. Tenía que matarla. No tenía elección. Ella no podía vivir, no si sabía que era vulnerable.

Forzó aire en los pulmones. Sería fácil. Cortar su línea de aire. Dejarla allí abajo. Tomar el barco y hundirlo en algún lugar. Desaparecería en el océano como tantos pescadores lo habían hecho. Era lo inteligente, lo lógico. No se movió. Ni un músculo. Sólo se agachó, esperando que regresara. Esperando para ver esos ojos otra vez. Y eso era la cosa más estúpida que había hecho jamás en su vida.