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Pensó que habría estado inconsciente durante algún tiempo. El barco crujía y se mecía, el movimiento habría sido calmante si no hubiera sido por las náuseas y el dolor de cabeza que no se iba. El cráneo se sentía como si estuviera a punto de estallar. Tenía sed, pero era demasiado esfuerzo levantar el agua a la boca.

Se sentó allí y trató de juntar las piezas de su vida. Venían a él en imágenes, imágenes melladas, todas violentas. Pedacitos de recuerdos de la niñez le obsesionaron con sangre y dolor. Las balas se estrellaron contra su cuerpo, perforando carne y hueso, desgarrando su interior. Sintió la hoja de un cuchillo, apuñalándole una y otra vez, cortando profundamente. Algo golpeó las plantas de los pies. El dolor engulló su cuerpo. Lo aceptó. Podía aguantar el dolor. Luchar con dolor. Actuar con dolor. Podía retener información, encerrarla en una parte de su mente aunque no pudiera acceder a ella.

Disciplina. La palabra se repitió una y otra vez en su cabeza. La murmuró como un talismán. Disciplina.

– Sí -una voz estuvo de acuerdo suavemente-. La disciplina es importante.

La voz era suave. Femenina. Demasiado joven. Sacudió la cabeza para aclararla. Tantos habían muerto y él no podía pararlo. Como una inundación.

– Shh -advirtió-. No hagas ni un sonido, por más que duela. Puedes vivir con el dolor. Sólo te harán más daño si haces algún sonido.

– No lo haré. No te preocupes. No haré ruido.

Una mano fresca le tocó la frente y él agarró la muñeca, sujetándola. Abrió los ojos de repente. No quería que nadie le tocara. La cara delante de él onduló, no podía centrarla. Apretó el puño, sin comprender que le estaba sucediendo. Era difícil ver, pero finalmente, entre la neblina, divisó un par de ojos densamente bordeados que le miraban. Su mundo se estrechó a esa mirada intensa. Negra como la noche, tan negra que los ojos eran casi púrpuras. Líquidos, como el mar en una noche tempestuosa. Un hombre podría ahogarse allí si se lo permitía. Siseó el aliento.

– El sexo es una herramienta. Nada más.

– Todo está bien. Todo va a estar bien.

Él sacudió la cabeza.

– No puedo salvarte si no me escuchas.

– Está bien. Te sacaré de esto.

La elección de palabras le desconcertó. Él era el que la sacaría. Pero había fallado. Les había fallado a todos. ¿Cómo podía saber ella lo que había que hacer cuándo él no lo sabía? Ella no trató de luchar contra el agarre, más bien permaneció muy quieta, como si supiera que cualquier movimiento accionaría sus instintos y ninguno de sus instintos era bueno.

La disciplina importaba. Empujando el dolor desgarrador lejos, forzó al cerebro a funcionar. El pulgar acarició de aquí para allá el interior de la palma. Ella se había quitado los guantes y él tocaba la piel desnuda. El centro de la palma atrajo su atención hasta que presionó las puntas de los dedos allí, trazando dos pequeños círculos una y otra vez, como si los pudiera grabar en su piel.

– Están perdidos -murmuró, las cejas se fruncieron en un ceño-. Los símbolos. Deberían estar justo aquí.

– Tienes una conmoción -explicó-. Debes ir a un hospital.

Él cerró los dedos en torno a la mano, apretando.

– Me matarán. Si me llevas allí, me encontrarán y me matarán.

– No te preocupes. No permitiré que nadie te mate.

Lev no tenía modo de decirle que él era su enemigo. No podía formar las palabras. Y eso le dijo que realmente no pensaba claramente. Todos eran o su enemigo o una herramienta. No había amigos en su negocio. Sólo necesitaba un lugar seguro para descansar, averiguar lo que pasaba.

– Te llevaré a algún lugar seguro.

Su voz era suave. Melodiosa. Una fantasía. Conocía una alucinación cuando estaba en una. No había hermosos ojos que le prometieran un santuario, le miraran como si vieran dentro de él y más allá de cada escudo, desnudándole hasta que fuera vulnerable. Si alguien realmente le veía, le matarían y tirarían su cuerpo por la borda, no lucharían por salvarle, y si no se las arreglaban para matarle, él tendría que matarles para proteger esa parte vulnerable de sí mismo.

– Corres peligro. -Trató de advertirle. Si ella era real y le miraba así, entonces por una vez en su vida, tenía que tomarse el trabajo personalmente. Esta vez nada más. Por esos ojos.

¿Qué demonios? ¿Se estaba ella quitando la ropa? ¿Su traje de neopreno? Nadie colgaba su traje de neopreno, ¿no? Utilizó un cubo de agua dulce para aclarar el agua salada y se lo echó por encima sin ninguna vergüenza, como si él no estuviera allí mirando como la toalla se deslizaba sobre su cuerpo antes de que se pusiera los vaqueros y se medio abotonara una camisa. Tenía cicatrices en las piernas y pies; estaba seguro de ello. Había trazado un mapa de su cuerpo en la cabeza. Estaba hipnotizado por la forma de ella, el aspecto de la piel suave. Tan delgada pero aún así completa.

Mientras se vestía, sus movimientos fueron rápidos y eficientes, no había movimientos de coqueteo ni insinuaciones de seducción, casi como si pensara en ella solamente, aunque ésos ojos oscuros y negros le perforaron. Ella no tenía adornos, ni piercings, ni siquiera en las orejas, pero tenía un tatuaje fluyendo por una cadera. ¿Lágrimas? ¿Gotas cayendo? Ella lo había mantenido apartado de él y eso sólo le intrigaba más. Tuvo un deseo loco de lamer esas gotas que brillaban sobre su piel. La plataforma debajo de él vibró. El barco se meció más.

– Aléjese de las redes. Esas espinas dorsales no son tóxicas, pero pueden pincharle y atravesar la piel. Tuve una intervención quirúrgica después de que una me atravesara la mano. Atraviesan neumáticos de coches y causan pinchazos. Cuando cierro los ojos de noche, a veces las veo por todas partes y no puedo huir de ellas, como si me cazaran. Pueden ser malas noticias. Los he alejado de usted, pero no se mueva mucho.

Él quiso reírse de la advertencia. ¿Debía tener miedo de los erizos de mar? Eso era realmente risible. Estaba más allá de una alucinación, estaba loco. ¿Erizos de mar? ¿Espinas? ¿Dónde demonios estaba? ¿Un parque de atracciones temático? Lo sintió en el muslo y encontró la presencia tranquilizadora de su cuchillo. Un profesional lo habría registrado y encontrado múltiples armas. Ella no le había tocado, aparte de golpearle en el pecho y conseguir que el corazón funcionara otra vez.

¿Qué era real? ¿Qué estaba en su mente? El cráneo apretó contra el cerebro y pequeñas explosiones hicieron eso hasta que tuvo que agarrarse la cabeza y sostenerla. El barco lo zarandeó un poco, como si se apresuraran por el agua, pero ella le dejó sólo. Necesitaba ese espacio para reunir sus defensas y pensar un plan de acción. Cada movimiento del barco era una agonía, pero estaba acostumbrado al dolor y le estabilizó. Lo utilizó para concentrarse, para controlar la mente astillada.

Primera cosa, valorar la situación. Básicamente estaba jodido. Tenía múltiples identidades, pero no tenía la menor idea de cuales eran seguras de usar o cual era la verdadera. No podía recordar cómo conseguir acceso al dinero ni a armas. No estaba seguro de que tenía con él. Sabía que corría peligro, pero de quien o de que, no tenía la menor idea. Estaba en territorio enemigo, pero no había indicio de cómo había llegado allí o cual era su misión. No tenía la menor idea de a quien se suponía que tenía que informar. Si la cabeza no doliera tanto, la aplastaría contra la pared de pura frustración.

Sólo podía vislumbrar pedazos de su pasado. Fragmentos de violencia, de huidas, de peligro. No tenía familia. Nada suave en su vida. Nada vulnerable. No tenía amigos. No confiaba en nadie. ¿Qué clase de vida vivía de todos modos?

– Nada tiene sentido -murmuró en voz alta-. Ella no tiene sentido.