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Mantuvo los brazos en torno a él, pateando con fuerza hacia la superficie, esperando que aguantara. Mantuvo la mirada fija en la de él, utilizando los ojos, diciéndole que le llevaría a la seguridad. Era un hombre grande. No luchaba contra ella, lo cual la sorprendía. La mayoría de la gente se habría asustado. El frío le estaba atrapando, haciendo sus movimientos letárgicos y pesados, pero cada vez que ella empujaba el regulador en su boca, él no protestaba y sabía lo bastante como para aguantar la respiración cuando ella utilizaba el regulador.

Se miraron fijamente el uno al otro, y ella juró que sentía como si cayera en esos ojos. Él no apartó la mirada, ni una vez, no como los otros siempre hacían. Era como si estuvieran tan conectados que si apartaban la mirada, ninguno llegaría a la superficie. Sintió como si el agua fluyera a través de ella hasta él y de vuelta, atándolos en un ritual extraño que no comprendía. Era difícil respirar, aún con el regulador. Todo su ser era absorbido por el de él como si sus latidos fueran los mismos, sus pulsos un ritmo único, los pulmones al unísono. Ella nunca se había sentido tan cerca de otro ser humano, ni siquiera de Daniel, su novio. Se sentía parte de este hombre, como si compartieran la misma piel, los mismos pulmones. Los ojos miraban fijamente al alma del otro.

A tres metros, ella indicó su calibrador y le sostuvo, le agarró por el cuello de la camisa, anclándolo. Por primera vez él se movió, apretando la mano sobre el corazón y luego en un lado de la cabeza. Ella divisó un rastro de sangre y se dio cuenta de que estaba herido. No estaba sólo frío, había sido golpeado contra las piedras y herido en la cabeza. Eso lo cambiaba todo. Debía llevarle a la superficie mucho más rápidamente de lo que pensaba. Pateó, pero él sacudió la cabeza, indicando que estaba bien y que esperara por lo menos el minuto necesario.

Rikki le miró de cerca, ahora un poco nerviosa porque algún tiburón fuera atraído y se acercara desde debajo de ellos. Tenía el estómago lleno de nudos, un signo siniestro. Tomó el regulador, aceptando aire y entonces señaló. Él no respondió pero no protestó cuando empezaron una vez más el ascenso. Él era pesado y se estaba volviendo más pesado por momentos Sintió el momento exacto en que dejó de respirar, vio los ojos sin vida, pero estaba todavía tranquilo, sin luchar, ningún momento de pánico donde la agarraba y luchaba contra ella. Simplemente se fue y ella se quedó sola, mirando fijamente a los ojos vidriosos.

Pateó con fuerza, llevándolos a la superficie, le puso de espaldas, tratando de mantener el regulador en su boca mientras buscaba el barco. Había sobrevivido al inmenso oleaje gracias a la envergadura extra que había utilizado. Fue difícil luchar contra la distancia hasta el barco con su carga, y ya estaba agotada por el golpe de la ola. Le llevó unos momentos descargar las redes desde el flotador y conectar los ganchos al cinturón de él. No había manera de empujar su peso al barco. Tendría que utilizar el pescante para subirlo a cubierta.

Dejó las redes llenas de erizos en el agua. Siempre dejaba la línea del pescante en el agua para enganchar un flotador y ayudarla con el problema de engancharlo desde la cubierta.

Trepando a bordo, se arrancó los guantes y los tiró a un lado mientras corría al pescante y apretaba el botón para levantarlo del agua. Le agarró del brazo y lo guió sobre la borda. El cuerpo cayó pesadamente sin fuerzas sobre la cubierta. Casi sollozando por el esfuerzo, le hizo rodar y le abrió la camisa para colocar la oreja sobre el corazón. Nada. Frenéticamente puso los dedos sobre el pulso del cuello.

– Maldito seas, no te mueras sobre mí. Respirabas hace un minuto. -Lo puso de lado y le levantó el torso, tratando de vaciarle los pulmones, entonces empezó con la resucitación cardiopulmonar, utilizando el regulador para empujar aire en los pulmones, como había hecho en el agua. Dos veces le golpeó el pecho con fuerza, tratando de poner en marcha el corazón.

– Vamos, regresa -siseó y siguió trabajando con el corazón. Estaba decidida. Él había estado compartiendo su aire, mirándola-. No hagas esto.

Puso la oreja sobre el pecho otra vez. ¡Allí! Débil. Un revoloteo.

– Eso es. Lucha -animó-. Quieres vivir.

Entonces le miró realmente. Era todo músculo. Músculo total. El pecho y las costillas estaban cubiertas de cicatrices. Balazos. Cuchilladas y cortes. Quemaduras. Se hundió sobre los talones jadeando. Tortura. Este hombre había sido torturado metódicamente. Había sido herido repetidas veces. ¿Quién era? ¿De dónde había salido? Echó una mirada alrededor. No había nada a la vista, ningún barco, ningún buque, nada de nada, y ella no había visto nada antes de bajar la primera vez.

– Aguanta -dijo en voz alta-, mandaré un Mayday y te sacaremos de aquí rápidamente.

Le dio la espalda y se apresuró hacia la radio VHF. Cuando la alcanzó, una mano se disparó por delante de la suya y sacó el cable del enchufe, antes de envolverse alrededor del cuello de ella y darle un tirón hacia atrás contra un pecho duro. El antebrazo casi la ahogaba.

Rikki le clavó los dedos en sus puntos de presión y se apoyó en el brazo, aplicando suficiente peso para girar, aunque la agarraba por el pelo y la atrajo de vuelta a él. Ella sujetó ambas manos sobre las del hombre, dejándose caer directamente hacia abajo y girando, retrocediendo y casi rompiéndole la muñeca antes de que él la dejara libre. Su atacante la rodeó rápidamente, demasiado rápido para evitarlo.

Ultrajada, Rikki explotó en una furia de puños, pies y cabezazos. Era ligera pero había afilado sus habilidades en la calle, en casas de acogida, en casas estatales, incluso en gimnasios. Sabía cómo golpear para hacer el mayor daño posible y cuando la atacaban, se defendía con todo lo que tenía. El hombre estaba obviamente malherido, pero era enormemente fuerte. Parecía saber qué punto de presión haría el máximo daño y era un hombre grande, muy musculoso.

Ninguno de sus golpes le desequilibró, pero dos veces le pateó el muslo peligrosamente cerca de la ingle. La rodeó rápidamente, envolviendo los brazos a su alrededor derribándola con fuerza. Ella golpeó la cubierta, boca abajo con la rodilla de él clavada en la parte baja de la espalda, todo su tamaño la sujetaba haciendo que fuera imposible moverse. Le escupió algo en un idioma que sonó como ruso. No pudo comprender las palabras, pero el borde muy afilado del cuchillo contra el cuello se lo dijo todo. Ella se congeló, el aliento salió en una larga exhalación de pura ira.

Él debía saber que Rikki estaba más enojada que asustada. A pesar de sus heridas, el cuchillo nunca vaciló. El hombre habló en un idioma extranjero, obviamente preguntándole algo. Su voz era intimidante, exigente, autoritaria.

Eso sólo agregó combustible a su rabia. Se olvidó del cuchillo por un momento y le pateó.

– Hable inglés o máteme, pero haga algo pronto o le empujaré ese cuchillo por la garganta. -Porque a pesar de todo, estaba un poco claustrofóbica con él encima de ella y la cara apretada contra la cubierta del barco. Tenía el mal hábito de perder el control cuando era empujada tan lejos y no confiaba en sí misma, no con un cuchillo contra la garganta.

Hubo un corto silencio.

– ¿Quién es usted? ¿Qué me ha hecho?

El corazón de Rikki saltó. Hablaba inglés con acento. Ciertos tonos le llamaron la atención y su voz tenía algo de riqueza que se depositó en su interior, que elevó su temperatura.