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Tomó el vaso rozándole los dedos. El corazón le saltó. Se aceleró. Se quedó sin aliento. Frunció el entrecejo mientras se tomaba su tiempo para beberse el contenido. No tenía reacciones ante las mujeres, no reacciones verdaderas. No como esa. No inesperada y sin ninguna razón. El cuerpo se le congeló. Se sintió como si hubiera sido golpeado con un ladrillo una y otra vez. No era como si necesitara alivio sexual. ¿Por qué coño entonces reaccionaría él a su toque? No le gustaban los enigmas. Y seguro como el infierno no le gustaban las cosas que no podía explicar.

– Su nombre. -No era una pregunta esta vez.

Se pasó los dedos por el pelo mojado y mantuvo su expresión tan en blanco como le fue posible. Frunció el entrecejo como si tratara de recordar. ¿Qué utilizar? Necesitaba algo tan cercano a la verdad como fuera posible. Había algo acerca de ella que izaba una bandera roja. Como si quizá fuera una de esas raras personas que presentían las mentiras. Y maldición si no era malditamente bueno mintiendo, no conocía otro modo de vida.

– Lev. Creo que es Lev. No puedo recordar mucho.

– ¿Es usted un criminal? ¿Un contrabandista?

Él frunció el entrecejo y se frotó la sangre con la tela mojada.

– No lo sé.

La expresión de ella no varió mucho. Apretó los labios y parte de la tormenta en sus ojos se disipó. Él había tenido razón al no negar la acusación. Ella estaba más cómoda con su falta de conocimiento que si hubiera negado ser un criminal. Obviamente no era pescador. Estaba armado y parecía peligroso, aún tan golpeado como estaba. Ella no iba a comprar un acto inocente.

– ¿Sabe cómo ha llegado aquí? No he visto ningún otro barco antes ni después de que la ola golpeara.

La miró directamente a los ojos y se permitió un toque de temor en la mirada.

– No lo sé. Mi mente está en blanco. No puedo recordar que me sucedió ni quién soy. Pero cada vez que pienso en ir a las autoridades, tengo un mal presentimiento. -Eso era un riesgo calculado. Ella estaba sola en un barco pesquero en el océano. Una inconformista. Una solitaria. Una que no se asustaba fácilmente. Probablemente tenía aversión a la autoridad, a la policía y a las preguntas. Era una conexión entre ellos, pequeña, pero por fin había encontrado una. Podría encontrar más.

– Necesita un médico. ¿Qué demonios voy a hacer con usted?

El triunfo le atravesó. Los dientes le castañeteaban y podía sentir que los bordes del cerebro se difuminaban. Mantuvo la conciencia denodadamente.

– Gracias por sacarme del agua. -Se tocó el pecho como si doliera-. Me hizo la resucitación cardiopulmonar.

Ella le frunció el ceño.

– Utilicé el regulador.

Parecía importante para ella que él supiera que no le había tocado los labios, por muy tentador que fuera el pensamiento. Y, extrañamente, él lo encontró tentador. Ella tenía una boca muy atractiva y él se pateó mentalmente por notarlo. Nunca permitía que las emociones entraran en carrera. Su vida estaba en juego. Ella era… prescindible. Una extraña. No significaba nada.

Intentó una pequeña sonrisa, aunque su cara pareciera congelada.

– Por la sensación en mi pecho, la resucitación cardiopulmonar fue vigorosa.

– No soy buena en nada médico.

Él permitió que la mirada se deslizara sobre ella. Estaba demasiado delgada. Dudaba que alguien pudiera llamarla hermosa, pero tenía una cierta atracción salvaje, oliendo a mar, a sal y a traje de neopreno.

– Sin embargo lo manejó, gracias.

Ella parecía demasiado frágil para haberlo subido a bordo con pura fuerza, así que era ingeniosa y tenaz. La admiración por ella serpenteó en su interior y se asentó en algún lugar sobre el que no quería pensar.

Ella levantó la mano.

– No intente apuñalarme. Voy a traerle una manta.

Lev advirtió que había utilizado la palabra intentar. Todavía pensaba que ella era la que tenía el control. Él vigiló cada movimiento cuidadosamente con ojos entreabiertos. No importaba que estuviera en mal estado. Estaba alerta y preparado, listo para saltar si ella hacía un movimiento equivocado. Estaba atrapada en la plataforma con un depredador peligroso y se movía como si lo supiera, manteniendo las manos a la vista mientras sacaba una manta del armario para él, pero supo que ella no aceptaba el conocimiento. Obviamente no quería estar demasiado cerca así que le tiró la manta.

Lev no la desengañó de la noción de que estaba a salvo fuera de su alcance. Podría estar sobre ella en un segundo y conocía casi todas las maneras que había de matar a alguien. Suspiró cuando se envolvió la manta alrededor, todavía tiritando incontrolable.

– Gracias -murmuró otra vez. Estaba herido más severamente de lo que había adivinado al principio porque ella definitivamente se le estaba metiendo bajo la piel. Tuvo el sensación de que estaba tan incómodo con ella como ella lo estaba con él.

– Mire. Tiene una conmoción y si ha perdido la memoria, es grave. Ha sido golpeado contra el arrecife antes de que pudiera llegar a usted. Tengo que conseguirle ayuda. No podemos quedarnos aquí fuera.

– No voy a morir -la tranquilizó-. ¿Puede recuperar sus bolsas?

Ella parpadeó. Sorprendida. Él definitivamente la había sorprendido.

– ¿Mis bolsas?

– Con su captura. Dijo que había descargado su recogido para rescatarme.

Ella desechó eso.

– Necesitaba ayuda. Eso viene primero. Regresaré y veré si los puedo recuperar más tarde.

Rikki miró al agua y por primera vez él pudo leer su expresión. Había deseo. Necesidad. No por su cosecha perdida, sino por algo más. Su mente, tan tosca como era, tan oscura y nebulosa, comenzó a formar una idea que le dejó un poco sacudido. ¿Un elemento? ¿Podría ser esta mujer un elemento de unión? Dónde había un lazo a un elemento, existían por lo menos otros tres. Había leído acerca de tal cosa pero nunca se había topado con ello. Era un milagro de la naturaleza. Pero estaba esa mirada en su cara, casi adoración, ciertamente necesidad.

– ¿Ha vivido siempre cerca del mar?

Ella se encogió de hombros.

– No me gusta estar lejos del agua. Y así es cómo vivo.

Parecía imposible tropezar por accidente con algo que tenía el potencial de un tremendo poder. La llave de uno de los elementos. Agua. Sacudió la cabeza e instantáneamente su visión se enturbió, recordándole que probablemente estaba alucinando. La miró directamente a los ojos otra vez.

– No voy a ir a un hospital. No puedo permitirme demasiadas preguntas, no cuando no tengo respuestas. Sólo lléveme a la costa y encontraré mi camino.

Rikki frunció el ceño, dándose la vuelta, tratando de pensar cuando esos ojos intensos la desconcertaban más que un poco. Los ojos eran profundamente azules, como el mar mismo. Era magnífico. Y ella no se acercaba a hombres que fueran magníficos. Juzgó su altura en más de metro ochenta. Hombros anchos, pecho grueso y musculoso, caderas estrecha; era todo músculo. El hombre era una estatua mitológica andante, un chico de póster de las fantasías de mujeres. Todo el rostro era duros ángulos y planos. Parecía duro y ella no tenía ninguna duda que lo era. Tiritaba continuamente.

Maldiciendo para sí, supo que no podría abandonarle.

– Sabe que podría tener un coágulo de sangre. Se golpeó con bastante fuerza.

– Estaré bien. -Se acomodó más profundamente en la manta y las largas pestañas velaron los ojos azules, dándole a Rikki algún alivio-. Vaya a recoger su cosecha. No voy a ir a un hospital, así que no importa dónde estamos o cuánto nos lleve volver al puerto.

Rikki estudió su cara. Él podía tomar el barco mientras ella estaba abajo buscando las redes, pero parecía tonto no matarla simplemente y tirarla por la borda. Estuvo muy tentada de tratar de recuperar su cosecha. No podía permitirse la pérdida de los erizos ni de su equipo. Egoísta o no, era cómo se ganaba la vida y la granja necesitaba dinero.