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Entonces se abrió la puerta y una mujer apareció en el umbral. Era todavía joven, vestida con una blusa y una mala basquiña gris. Traía una cesta con sábanas limpias y una damajuana de vino, y al ver allí a un intruso ahogó un grito, dirigiéndole a Malatesta una mirada de espanto. La damajuana cayó a sus pies, rompiéndose en el armazón de mimbre. Quedó la mujer incapaz de moverse ni decir palabra, con angustia en los ojos. Y Diego Alatriste supo, de un vistazo, que el miedo no era por ella misma, sino por la suerte del hombre malherido en la cama. Después de todo, ironizó para sus adentros, hasta las serpientes buscan compañía. Y se aparean.

Observó con calma a la mujer. Era cenceña, vulgar. Tenía una mocedad cansada, con cercos de fatiga que sólo cierta clase de vida imprime en torno a los ojos. Pardiez, que casi recordaba un poco a Caridad la Lebrijana. Miró el capitán el vino de la damajuana rota, que se extendía como sangre por las baldosas del suelo. Después inclinó la cabeza, desmontó con cuidado el perrillo de la pistola, y se la introdujo en el cinto. Lo hizo todo muy despacio, como si temiera olvidar algo, o estuviese pensando en otra cosa. Y luego, sin decir palabra ni volverse a mirar atrás, apartó suavemente a la mujer y salió de aquel cuarto que olía a soledad y a derrota; tan parecido al suyo propio, y a todos los lugares que él mismo había conocido a lo largo de su vida.

Empezó a reír cuando estuvo en la galería, y siguió haciéndolo mientras bajaba por las escaleras hasta la calle, abrochándose el fiador de la capa. Reía lo mismo que el propio Malatesta había reído una vez junto al Alcázar real, bajo la lluvia, cuando vino a despedirse de mí tras la aventura de los dos ingleses. Y su risa, igual que aquélla, siguió sonando tras él mucho después de que se hubiera ido.

EPÍLOGO

«Parece que la guerra se reaviva en Flandes, y los más oficiales y soldados que estaban en Madrid han tomado resolución de partirse a los ejércitos, viendo el poco despacho que aquí se hace, y la ocasión que allí hay de botines y beneficios. Cuatro días ha que fuese el Tercio Viejo de Cartagena con sus cajas y banderas; que como sin duda sabe vuestra merced, fue reformado después de aquel terrible diezmo que hubo hace dos años en la jornada de Fleurus. Casi toda es gente veterana, y se esperan grandes sucesos en las provincias rebeldes.

A otro propósito, ayer lunes fue muerto de modo misterioso el capellán de las adoratrices benitas, padre Juan Coroado. Era este sacerdote de conocida familia portuguesa, buen mozo, de gallarda planta y reconocida parola en el púlpito. Parece que estando a la puerta de su parroquia se le llegó un hombre joven embozado, y sin mediar palabra pasólo departe a parte con un estoque. Murmuran de galanteos, o venganzas. El matador no fue hallado.»

(De los Avisos de José Pellicer)

EXTRACTOS DE LAS FLORES DE POESÍA DE VARIOS INGENIOS DE ESTA CORTE.

IMPRESO DEL SIGLO XVII SIN PIE DE IMPRENTA

Conservado en la Sección «Condado de Guadalmedina» del Archivo y Biblioteca de los Duques del Nuevo Extremo (Sevilla).

DEL LICENCIADO SALVADOR CORTÉS Y CAMPOAMOR

AL CAPITAN ALATRISTE

Soneto

Cronistas y poetas, y hasta Homero De ti, soldado, la memoria canten, Porque tus enemigos aún se espanten Al recordar el brillo de tu acero. Bredá y Ostende, Mástríque y Amberes Teatro son de tus heroicas gestas. Donde hubiste las armas siempre prestas Por cumplir con tu Rey y tus deberes. Luteranos, flamencos insurretos, Turcos, leopardos de la Inglaterra Probaron de tu brío los efectos. Proclamen, pues, los cielos y la tierra Los lances y los fechos circunspectos De Alatriste, ¡¡el rayo de la guerra!

DEL CONDE DE GUADALMEDINA

A CIERTO CLÉRIGO SOLICITANTE MUY APLAUDIDO EN LA CORTE

Décima

A vos, que no reverendo, Sino verriondo padre, No hay beata que no os cuadre Y a que no os holguéis jodiendo; Vuestro hisopo, a lo que entiendo, Debe de hallarse escocido De andar por doquiera hundido Y de ir de continuo arrecho, Pues no hay coño, por estrecho, Al que no haya bendecido.

DEL BENEFICIADO VILLASECA

CONTRA EL TENIENTE DE ALGUACILES MARTÍN SALDAÑA

Décima

A fe mía, seor Saldaña, Que, aunque a paso vas de buey Si te reclama la ley A deshacer la maraña De un mal lance, no me extraña, Pues con tu frente la aclaras, La rapidez con que paras En teniente concejil, Porque un buey hecho alguacil Por fuerza ha de tomar varas.

ATRIBUIDO A DON FRANCISCO DE QUEVEDO

PONDERA EN LAS MOCEDADES

LA NECESIDAD DE LA PRUDENCIA

Soneto

Feliz de piedra el alto muro escala El que en lozana juventud se fía, Pues con sus ansias mide la porfía Y al mayor riesgo su valor iguala, Más temerario quiere alzar el ala E Ícaro nuevo, al sol con osadía Se acerca y da consigo en la onda fría, Donde la vida a fuer de audaz exhala. Natural es que el pecho hidalgo empeñe En alta meta afanes animosos Y que su sangre moza a tal le aliente.

Más que este grave emblema nos enseñe

Que han de guardar el juicio los briosos, Pues no quita lo cuerdo lo valiente.

APROBACIÓN

Mándame V. M. que informe sobre la licencia de impresión que pide Don Arturo Pérez-Reverte para un libro suyo intitulado Limpieza de Sangre, segunda entrega de las aventuras del Capitán Alatriste. Pudiera entrar muy por lo menudo en celebrar la dulzura de su estilo, el buen ritmo de sus cláusulas, la elocuencia de sus dicciones, lo bien trazado de la fábula, lo verosímil de su traza o lo provechoso del concepto, con otras subtíles moralidades, advertencias y desengaños que so capa de honesto solaz y gustoso divertimento en él se encierran; empero no diré más, sino que supera aquello de Horacio, de que aut prodesse volunt, aut delectare poetae, pues no sólo deleita, sino que también aprovecha, y ambas cosas en sumo grado, con lo que no cabe, a juicio del que subscribe, mayor ponderación. Y ello sin daño ni menoscabo de nuestra Sancta Fé Cathólica (sí no miran en ello gentes de medrosa conciencia), ni de las buenas costumbres. Y así, es mi parecer que se dé la licencia de impresión que solicita, con lo que quedará V. M. bien servido, el auctor contento y la república satisfecha.