Catherine no dijo nada al volver a casa, pero la tarde siguiente, cuando volví de trabajar, intentó expresar sus sentimientos.
– Quiero a la abuela. Pensaba que ella y mi abuelo eran las personas más geniales de la tierra. Yo pensaba de ellos lo mismo que Harriet de su hermano. Entonces, ¿cómo pudieron darle al monstruo de Olin el nombre de Kylie Ballantine y luego presentarse como los adalides de la libertad universal? -Estaba sentada en el suelo del salón con el brazo sano alrededor de Peppy.
Me agité en la silla: eran las mismas preguntas que me hacía yo.
– Cada persona tiene sus límites. Y sus miedos. Cosas que no puedes tolerar, quiero decir. Las listas negras de McCarthy y el Comité de Actividades Antiamericanas sacudieron muchas vidas. Hubo gente que no volvió a trabajar, o que nunca prosperó. Fueron sometidos al ostracismo, vivieron en la más absoluta pobreza. Algunos se suicidaron. Muchos fueron a prisión, sólo por sus creencias, y no por nada que hubieran hecho; no estoy hablando de China ni de Irak, estoy hablando de Estados Unidos. Nadie corre para lanzarse a esa clase de martirio. Al mismo tiempo, tu abuelo temía por el futuro de Ediciones Bayard. La madre de Geraldine Graham constantemente lo amenazaba con vender sus acciones a Olin Taverner. Si Laura Drummond hubiera sabido que tu abuelo apoyaba a un grupo que ella consideraba un frente comunista, puedes estar segura de que le hubiera vendido a Olin sus acciones. Y eso hubiera convertido a Bayard en una organización de derechas. No publicarían las grandes revistas que publican hoy, como Margent, ni a escritores como Armand Pelletier ni al chico con el que trabajaste el verano pasado, Haile Talbot.
– Entonces… ¿crees que el abuelo hizo lo correcto al traicionar a Kylie Ballantine y a Pelletier y… a quien sea que haya traicionado? ¿Para salvar la editorial? -Sus ojos centelleaban.
– No. No creo que hiciera lo correcto. No creo que considerar el bien mayor, la integridad de Ediciones Bayard en este caso, justifique traicionar a tus amigos.
– Y ahora que ha perdido la cordura jamás podré preguntarle en qué pensaba cuando lo hizo -exclamó-. No puedo soportar esto. Verlo enfermo con lo mucho que lo quiero… Solía sentirme tan tranquila sabiendo que mis abuelos eran mi familia, en comparación con la de mis amigos, gente que no piensa más que en el dinero. Y ahora… mi familia tal vez no piensa en el dinero, pero no piensan en la gente ni en tener una vida basada en unos principios, como siempre proclamaban.
– Estamos juzgando esto en la calma y la seguridad de mi salón -dije-. No nos enfrentamos a un interrogatorio del Congreso, que utilizaría nuestras creencias para convertirnos en criminales. Si alguna vez nos ocurriera eso, entonces sabríamos de qué estamos hablando. Una vez pasé un mes en la cárcel. Fue una experiencia terrible, que casi me hunde. Si tuviera que volver a la cárcel, no sé si podría defender mis valores. Me gustaría ser fuerte hasta el final, pero más que eso me gustaría no tener nunca que comprobarlo. Lo que quiero decir es que lo que hizo tu abuelo… Oh, me rompe el corazón. Pero no puedo juzgarlo, porque no estuve en ese campo de batalla, mirando de frente esos cañones. Pero tu abuela cruzó la línea cuando decidió asesinar. Y quiero que pague el precio por matar a Marcus Whitby. Es por Whitby por quien deberías reaccionar, en lugar de quedarte aquí observándome.
– Pero ¿cómo podría volver a vivir con ellos?
– Puedes ir a Washington con tu padre -sugerí.
– Sí. Sabes que me llama constantemente.
No era para tanto, pero la llamaba desde Washington unas dos veces al día, para decirle cosas bonitas o que se fuera a vivir con él.
– Papá no puede entender que no esté preparada para aceptar los valores que él defiende. Cree que después de saber que mi abuelo era un fraude significa que debo abandonar tanto sus ideales como los de la abuela. Papá está harto de que intente defenderlos.
– Ya lo sé. Pero no puedes quedarte aquí para siempre. Después de un tiempo, la aventura de vivir durmiendo en una cama plegable se cobrará su precio; querrás tu baño, tu televisión… y todos los placeres de un hogar. Además, dejando aparte a tu abuela, necesitas ir a la escuela.
– ¿Volver a Vina Fields, donde todo el mundo me señalará?
Hice una mueca.
– Es una oportunidad para demostrarles quién eres. Además eres rica e inteligente: tienes opciones. Puedes ir a Washington, pero insistir en ir a un colegio con valores más progresistas que los que querría tu padre. Puedes ir a un internado, tu familia tiene tradición en Exeter, ¿no? Pero sólo te queda un año además de éste, y tal vez no sea una buena idea trasladarte; ¿no hay alguna amiga con la que puedas vivir?
Ella hundió su cara en el pelo de Peppy.
– Este invierno han pasado demasiadas cosas. No tengo ninguna amiga tan cercana como para que me comprenda. Y además, la escuela me parece algo inútil. Lacrosse, quién sale con quién, es como… Después de ver morir a Benji, nada tiene sentido.
– Puedes tomarte un año para trabajar con una organización humanitaria o algún grupo similar que intenta ayudar a gente pobre como la madre de Benji. Mi novio, Morrell, puede ayudarte a encontrar un buen programa, si es que algún día vuelve.
Esa idea le gustó de inmediato. Pasamos los siguientes días concretando detalles. Catherine finalmente decidió terminar su año en Vina Fields, pues no podía hacer gran cosa hasta recuperarse del brazo, y luego comenzar como voluntaria durante el verano.
No volví a saber nada de Darraugh desde la noche en que lo abandoné en su dormitorio, pero volvió a sorprenderme después de que Catherine decidiera volver a la escuela: llamó para ofrecerle una casa hasta terminar el curso. Para mi alivio, Catherine aceptó: yo no estaba preparada para ocuparme de una adolescente.
Catherine decidió pasar un fin de semana en New Solway con su abuelo. Aprovecharía para recoger sus cosas y mudarse el lunes por la mañana. Habló con Renee para asegurarse de que se quedaba en la ciudad, y en el último fin de semana de marzo nos subimos al Mustang en dirección al oeste.
Llevé conmigo a los perros. Después de dejar a Catherine en la mansión de los Bayard, donde Ruth Lantner rehusó dirigirme la palabra, me fui hasta Larchmont y solté a los perros. Llevé a Mitch y a Peppy a los bosques, rehaciendo el camino que hacía Catherine cuando escapaba de su casa para llevarle comida a Benji. A los perros les gustó el paseo: encontraron un ciervo y estuvieron persiguiéndolo por los bosques.
No pensaba en realidad en Catherine y Benji cuando regresé a Larchmont, sino en Calvin Bayard y en las noches en que él atravesaba ese camino para ver a Geraldine. Para acostarse con Geraldine, y para mentirle.
El Chico Maravilla, ¿era un vellocino de oro, un ídolo demasiado falso para adorar? ¿O tan sólo un ser humano trastornado? Calvin brillaba, ése era su problema. Las veces que lo había escuchado hablar en el pasado, brillaba como un dios. Yo me sentía casi hipnotizada por él. Si tienes un don, el don de hechizar a la gente que te rodea, ¿por qué querrías atenuarlo?
Los perros se me unieron mientras pasaba por los edificios externos de Larchmont. Mitch se zambulló en el estanque y sacó una de las carpas podridas. Se restregó contra ella antes de que pudiera impedirlo. Metí a Peppy en el coche antes de que hiciera lo mismo, y volví para ponerle la correa.