– ¿No le pareció sospechoso encontrar libros en árabe en el ático? -preguntó Derek.
– Toda la situación era tan confusa que no sabía qué pensar.
– Usted subió, ¿verdad? -preguntó el ayudante del fiscal. El y su colega de DuPage se habían presentado como Jack y Orville, pero se parecían tanto que no podía recordar quién era quién. Cuando asentí, él dijo-: ¿Qué pensó al ver que algunos libros estaban escritos en árabe?
Arrugué el gesto: mujer confundida pensando.
– Había una pila de viejos libros escolares con el nombre de Calvin Bayard en la primera página. La casa había pertenecido a la familia Drummond, el padre de Geraldine Graham, de modo que me pregunté por qué estaban allí los libros del señor Bayard. Luego vi el diccionario árabe-inglés y pensé que tal vez el señor Bayard iba por allí en mitad de la noche para estudiar árabe. Me imaginé que estaría traduciendo sus libros de infancia o algo por el estilo.
– ¡Es imposible que haya pensado algo semejante! -dijo Orville o Jack, dando un golpe en la mesa.
– Es verdad, no puedes haberlo pensado. -Bobby hablaba despacio pero con firmeza-. No es momento de bromas. Desde el 11 de septiembre, todos los agentes de la ley en este país han sido puestos a prueba más allá de lo soportable. Así que responde a nuestras preguntas como es debido.
Terry Finchley sugirió que empezara explicando qué hacía en Larchmont. Por enésima vez repetí la letanía sobre la muerte de Marcus Whitby y de cómo su hermana me había contratado para que investigara el caso.
Hicimos un alto mientras la mujer del rincón cambiaba los discos de la máquina y se aseguraba de que funcionaba correctamente. Cuando hizo un gesto a Terry, éste continuó.
– ¿No se le ocurrió pensar que dragar el estanque era tarea de la policía?
– Por supuesto que se me ocurrió. Al igual que pensé que examinar la casa de Marcus Whitby era tarea de la policía. Pero no pude convencer a sus colegas de DuPage, y tampoco a usted, de que lo lucieran. Y como daba la impresión de que nadie iba a ocuparse de la investigación, fui a New Solway de parte de la familia.
– E inspeccionó el estanque -dijo la mujer desgarbada del condado de Cook.
– E inspeccioné el estanque -repetí.
– ¿Encontró algo relevante? -preguntó Orville o Jack.
Alargué las manos.
– No sabría decir. Muchos trozos de porcelana vieja. Nada que aclare quién metió a Whitby en el estanque. Pero lo que sí encontré fue el cochecito de golf que utilizó el asesino para llevar al señor Whitby hasta el estanque.
Eso captó la atención de todos. Si bien Jack u Orville menospreciaron la idea (sabemos que fue allí borracho con la intención de suicidarse), Bobby tomó la palabra para preguntarle al teniente Schorr cómo había entrado Marc en la propiedad. ¿Habían comprobado los trenes, taxis y demás? Schorr y Jack u Orville explotaron de una manera que indicaba que no se habían ocupado lo más mínimo del problema. A un subordinado Bobby le habría echado una buena bronca por semejante negligencia; a Schorr le dijo suavemente que creía que el asunto merecía una investigación.
– ¿Qué es eso del coche de golf, Vicki?
Le hablé del desagüe que había encontrado esa tarde y de la conversación que había mantenido con el encargado de material del campo de golf. Finch hizo un gesto con la cabeza y tomó nota. Lancé un breve suspiro de alivio. La maquinaria policial se encargaría de la parte intensiva de la investigación.
– Pero eso no te convierte en una heroína -me advirtió Bobby-. ¿Qué hiciste anoche después de inspeccionar el estanque? ¿Entraste ilegalmente en la casa?
– ¡Bobby!… ¡Capitán! -protesté, ofendida.
Bobby me miró con hostilidad y dejó que Schorr siguiera con el interrogatorio. Una vez más volvimos al tema del interés que Geraldine Graham había mostrado por su antigua propiedad. Y también al hecho de que la puerta de la cocina estuviera abierta.
– Eso es lo que ella dice -intervino Derek Hatfield-. He trabajado con Warshawski. Ella elude la ley; nunca he podido probarlo, pero no es imposible que haya forzado la entrada.
– Este gorila de DuPage… perdón, este teniente me registró. Tan a fondo que podría alegar acoso sexual. Pregúntenle si me encontró alguna herramienta encima.
– Usted estuvo allí sola sabe Dios cuánto tiempo -gritó Schorr-. El suficiente como para esconder cualquier ganzúa.
Levanté las cejas con exagerada incredulidad.
– ¿Acaso no registraron la mansión de cabo a rabo con la idea de que por allí se escondía una célula terrorista? Con pruebas menos contundentes que un diccionario árabe-inglés, el Gobierno ha entrado en mi domicilio sin una orden.
– Esto no es para tomárselo a risa -dijo el ayudante del fiscal-. Todos en esta mesa intentamos proteger nuestro país.
– Vale, dormiré mejor por la noche sabiendo que han inspeccionado mis sujetadores -afirmé con amargura-. ¿Qué ha dicho Renee Bayard de los libros del ático?
– Los Bayard y los Graham son viejos amigos. La señora Bayard cree que su marido se los prestó al señor Darraugh Graham cuando éste era pequeño -explicó el ayudante del fiscal de DuPage-. Naturalmente, no podía prestar demasiada atención al asunto con su nieta en el hospital.
– Así que la Declaración de Derechos rige también para los votantes ricos. Qué tranquilizador -dije-. Supongo que saben por qué su nieta está en el hospital, ¿verdad?
– A causa de un desafortunado accidente -me cortó el ayudante del fiscal de DuPage-. ¿Por qué anoche no esperó en la casa para responder a las preguntas del teniente Schorr? El que saltara por la ventana del baño nos hace pensar que tenía una buena razón para huir de manera tan arriesgada.
– Confieso que hubiera preferido una puerta, pero el teniente ordenó al abogado de la propiedad que me encerrara.
– Podría haber esperado a hablar con Schorr -insistió Jack u Orville.
– Estaba cansada; había estado dragando el estanque; la casa estaba congelada. Quería dormir. Cuando los oficiales de Schorr dispararon a Catherine Bayard, él estaba demasiado ocupado como para acordarse de mí. Así que me fui.
– Pero no fue a su casa -exclamó la fiscal del condado de Cook.
– No. Creo que un conductor responsable sabe cuándo está demasiado cansado para controlar su vehículo. Me quedé a dormir en un motel.
La mujer desgarbada asintió: se habían molestado en buscar el lugar donde había estado. Era evidente que ignoraban que había dejado mi Mustang detrás de los arbustos, de otro modo alguien habría investigado el asunto del coche. La fiscal del condado de Cook volvió al ataque.
– Cuando la sirvienta fue a limpiar a mediodía usted no estalla en el motel. ¿Qué ha hecho hoy entre las doce del mediodía y las ocho de la tarde?
– ¿Hay alguna razón por la que quiera saberlo? -pregunté-. Si la hay, me encantaría decírselo, pero no imagino qué interés tiene el condado de Cook, o el de DuPage, o, más específicamente, el Departamento de Justicia.
– Estados Unidos está en guerra -reiteró el ayudante del fiscal del distrito-. Si usted ha ayudado a escapar a un terrorista, puede ser procesada por colaborar con nuestros enemigos.
De pronto sentí un gran cansancio. Extendí las manos sobre la mesa y me miré los dedos mientras el silencio crecía.
– Bien -dijo Jack u Orville.
– No está bien -dije-. Nada de esto está bien. Para empezar, no estamos en guerra. Sólo el Congreso puede declarar la guerra, cosa que no han hecho; a menos que haya sucedido mientras estábamos sentados aquí.