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– Sabe perfectamente lo que quiere decir -insistió Derek-. ¿Cree que es una broma lo que ha ocurrido en Nueva York y lo que están haciendo nuestras tropas en Afganistán o en el Golfo Pérsico?

Levanté los ojos hacia él.

– Creo que es lo más grave que ha pasado desde que tengo uso de razón. No sólo lo del World Trade Center, sino el miedo que se ha desencadenado en nosotros a partir de ese momento, hasta el punto de pensar que la Declaración de Derechos ya no importa. Mi novio está en Afganistán. No sé si está vivo o muerto, no tengo noticias suyas desde hace una semana. Si está muerto, se me romperá el corazón; pero si la Declaración de Derechos ha muerto, mi fe en América también se romperá. Si hubiera encontrado a un terrorista en Larchmont habría hecho todo lo posible por entregarlo, Derek; y espero que a mi me prestes mas atención que la que prestaron tus colegas de Minnesota o Arizona ante amenazas similares. Pero no vi a ningún criminal violento por ningún lado. ¿Tú sí? ¿Esos libros árabes eran manuales para la fabricación de bombas o contenían información de importantes objetivos en Estados Unidos? Supongo que lo estás analizando. -Me volví hacia el ayudante del fiscal de DuPage-. Mientras tanto, el otro gran hallazgo de la noche es que los tigres cazadores de árabes de Schorr le dispararon a una adolescente de por allí. No tengo nada que ver con eso, y no creo que mi presencia en Larchmont mientras Schorr desataba esa barbarie hubiera sido de ninguna ayuda.

Nadie dijo nada durante uno o dos minutos. Me revolví en la silla, estirando el cuello y los hombros.

– Hay que volver a abrir la investigación sobre la muerte de Whitby. No creo en las coincidencias: un sospechoso escondido en la casa, un hombre muerto fuera de la casa, tiene que haber alguna relación entre ambos hechos. -Bobby hablaba con la autoridad de quien lleva cuarenta años en la policía. Miró al ayudante del fiscal de DuPage-. Orville, ¿podría ocuparse de que se le haga una autopsia completa, así como un análisis de sustancias tóxicas, al cadáver de Marcus Whitby?

– Ayer entregamos el cuerpo a la familia -dijo Orville-. Averiguaré si ya se lo han llevado a Atlanta.

Bobby se frotó las sienes.

– Espero que no lo hayan hecho: no quisiera tener que enfrentarme a una exhumación. O con otra jurisdicción además de las tres que ya están involucradas.

Yo no dije que Bryant Vishnikov estaba llevando a cabo una autopsia privada: confiaba en que Bryant terminara y me diese los resultados antes de que la policía averiguase que era él quien tenía el cadáver.

– Podemos acelerar ese asunto si es necesario -dijo el ayudante del fiscal del distrito-. Mientras tanto, ¿qué hacemos con Warshawski? No nos ha dicho qué ha estado haciendo todas esas horas. ¿Sería capaz de esconder a un hombre buscado por la policía?

– Ustedes han registrado mi casa -protesté-. No tengo ningún inconveniente en llevarlo a mi oficina si es que ya hemos terminado aquí. Luego puede mirar en el maletero de mi coche.

– Esta tarde hemos enviado a alguien a su oficina -dijo Derek. Y estamos interrogando a sus amigos.

Intenté controlar la creciente oleada de furia que me invadía.

– No habrán sido capaces de utilizar los datos de mi agencia, ¿no? O de llevarse mis archivos. ¿Cómo demonios se atreven a perseguir a un ciudadano sin una causa probable?

– No necesitamos ninguna causa probable -interrumpió el ayudante del fiscal del distrito-. Usted y un sospechoso desaparecieron de la misma casa la misma noche. Como ha dicho el capitán, aquí no hay coincidencias. Usted pensaría que no era más que un inocente chiquillo y le dio un empujón para que saliera por la ventana. Pero ahora que sabe que es un hombre buscado nos gustaría que cooperase.

– Estoy cooperando -grité inclinándome sobre la mesa.

– Vicki, cálmate -me advirtió Bobby.

Cerré los ojos y respiré hondo, contando de diez a cero en italiano mientras espiraba.

– Estoy cooperando -dije con voz más tranquila-. Pero ahora ustedes traten de decirme algo coherente. ¿Qué ha hecho? ¿Cómo saben que es un terrorista? Contéstenme a eso y les responderé con más entusiasmo.

Derek y el ayudante del fiscal del distrito intercambiaron miradas; habló este último.

– Ha permanecido en este país sin visado, y sin aval, después de que muriera su tío. Acude a una mezquita de la ciudad donde predican una retórica un tanto radical. Y se escondió cuando tratamos de dar con él para interrogarlo.

Le pedí que se explayara en lo de la retórica radical y en lo que encontraron en el cuarto que alquilaba Benjamín a una familia paquistaní tras la muerte de su tío, pero se negaron a darme más detalles: ellos sabían lo que sabían.

– Ya veo -dije. Aunque, en realidad, no veía nada. A mí aquello no me parecía un catálogo de maldades, pero tampoco sabía qué implicaba la «retórica radical». ¿Muerte a Israel? ¿Muerte a América? ¿Muerte a los pro abortistas? Ser un radical o un patriota depende del punto de vista de cada uno. Si Benji se pronunciaba a favor de todo aquello, entonces tendría que reconsiderar el hecho de encubrirlo. Pero esperaría a que el padre Lou hablara con él antes de entregárselo a esta gente. Puede que lo hubiera juzgado mal, pero de ninguna manera me fiaba de la opinión de los que estaban en aquella habitación.

Bobby dijo que si explicaba qué había hecho esa tarde terminaríamos con la reunión.

– Devolví llamadas. Saqué a pasear a mis perros. Cené.

– Nadie la vio pasear a sus perros -dijo la fiscal del condado de Cook.

– El hecho de que vigilen mi edificio ya es bastante humillante como para que se jacten de hacerlo. ¿También tienen un registro de mis llamadas? -La mirada que intercambiaron Derek y el ayudante del fiscal del distrito contestó a mi pregunta-. Estuve en un TechSurround, una tienda de Fullerton. Probablemente consigan un registro de mis movimientos si rastrean en el cajero, o si entran en sus ordenadores, o lo que les apetezca hacer en nombre de la seguridad del país.

Schorr quería insistir sobre lo que había hecho la noche anterior, pero todos los demás parecían tan cansados como yo. O tal vez los había avergonzado lo suficiente como para hacerlos callar durante un rato.

Bobby rompió el silencio, volviéndose hacia la mujer con el equipo de grabación.

– Sissy, hemos terminado por hoy. Puedes recoger las cosas y retirarte.

¿Sissy? No era un nombre que impusiera mucho respeto para una oficial de policía. Sissy asintió, desconectó el sistema y rotuló los discos.

El ayudante del fiscal de DuPage se puso de pie, diciendo que le esperaba un largo viaje, pero que llamaría a Bobby en cuanto supiera algo sobre el cadáver de Marcus Whitby. Eso terminó de disolver la reunión. Derek y el ayudante del fiscal del distrito salieron de inmediato, junto con el otro ayudante y la fiscal del condado de Cook. Schorr me amenazó con daños corporales graves, o un mes en prisión, o tal vez las dos cosas, si volvía a cruzarme en su camino; llegados a aquel punto, ya no prestaba demasiada atención.

– ¿Podría llevarme a casa algún subordinado tuyo? -pregunté a Bobby cuando los demás se marcharon-. Sabrás que no he venido en mi coche.

Bobby asintió.

– Finch, mira a ver si hay alguien que pueda llevar a la princesa Grace a su casa.

Así me llamaba Bobby cuando me consideraba un incordio. No era precisamente una expresión cariñosa, pero jamás la habría usado delante de los federales ni de los oficiales de DuPage.

Cuando Terry salió a buscarme un conductor, Bobby me pidió que me acercara para no tener que gritar.

– Jack Zeelander es un grano en el culo -comentó-. Últimamente todos los federales persiguen sombras. Están tan afectados por haber dejado pasar lo evidente el verano pasado que se aferran a un clavo ardiendo con la esperanza de que eso los conduzca a alguna parte. Es comprensible; teníamos investigaciones por homicidio en marcha cuando la situación estaba al rojo vivo, y nosotros nos quemamos mientras el criminal escapaba. Pero Zeelander tiene tantas ganas de ir a Washington que huele a ambición que apesta, lo cual lo convierte en un colega poco fiable.