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– Te lo advierto, Vicki, esto no es un chiste. Si sabes dónde está Benjamin Sadawi y lo estás encubriendo, como hiciste con lo de la autopsia, yo personalmente te empaquetaré con un lazo rosa y te enviaré a los agentes del FBI.

– Usa otro color, ¿vale? -Olvidé que debía pensar las cosas dos veces antes de hablar-. Sabes que detesto los estereotipos sexuales.

Colgó violentamente. Me quedé mirando el vacío durante un buen rato. Finalmente el timbre de la puerta me sacó de mi estupor.

Era un mensajero con un enorme sobre de los laboratorios Cheviot, que contenía el material rescatado de la agenda de Whitby, separado y protegido por plástico, así como varias páginas que detallaban los análisis realizados y los resultados. La excitación acerca del contenido me hizo olvidar la frustración del momento.

Una carta de Kathryn Chang explicaba que había estado ocupada con otra cosa antes de ponerse con mi encargo

Dijo necesitar un análisis urgente, así que me puse a ello. Casi todo el papel se destruyó, en primer lugar por haber permanecido largo tiempo bajo el agua, y luego por el proceso de secado. Para su información, si vuelve a necesitar esta clase de trabajo, mantenga el papel mojado hasta que podamos trabajar en él. Al parecer, una pequeña libretita fue la que sufrió más daños.

Dos documentos estaban guardados en una funda aparte; éstos estaban relativamente intactos y fui capaz de restaurarlos. Por supuesto, es muy difícil trabajar con papel y tinta humedecidos durante tanto tiempo. Uno de ellos estaba manuscrito sobre un papel de cuaderno escolar que data de los años treinta; el otro, mecanografiado sobre papel crema con una antigüedad entre cuarenta y cincuenta años. He colocado los originales entre plásticos protectores; debe tener muchísimo cuidado al manipularlos. Se adjuntan copias fotografiadas y transcripciones (la fotografía preserva mejor que la fotocopia los documentos originales).

Desplegué las páginas fotografiadas. Una era una carta escrita a máquina a Kylie Ballantine; la otra una respuesta con la ilegible caligrafía de ella. Así que Marc había encontrado algunos documentos. Las cartas eran tan valiosas que las conservaba en el bolsillo interior de su chaqueta, sobre el corazón. Mi propio corazón comenzó a latir más rápido a medida que leía la carta mecanografiada.

Querida Kylie,

A pesar de las vueltas de la rueda de la Fortuna, que dictamina cuándo nosotros, los mortales, disfrutaremos de fama y dinero y cuándo viviremos de escribir estupideces para revistas femeninas bajo pseudónimo (el mío, en el caso de que no hayas estado leyendo últimamente el Woman's Day, es Rosemary Burke), aún tengo unos pocos amigos en la augusta institución a la que ya no perteneces. Uno de ellos me dice que Olin Taverner de alguna manera consiguió una fotografía en la que apareces bailando en el auditorio del Comité para el Pensamiento, allá por el 48. La envió al rector de la universidad exigiendo que te expulsaran. No sé quién estuvo allí con una cámara, ni quién le habrá entregado la foto a ese fascista, pero puedes preguntarle a Taverner.

¿Cómo te las apañas estos días? Calvin me paga cincuenta centavos por Tierra sombría y tengo que aparentar felicidad por el trato, pero al menos aparecerá bajo mi nombre, y no con el de Rosemary Burke, probablemente en abril.

Por siempre tuyo, sobre todo cuando recuerdo esa noche bajo las estrellas,

Armand

Eso no me decía nada que ya no supiera a partir del material que Amy había encontrado en los archivos de la universidad. Saqué mi lupa para poder leer la respuesta de Kylie.

Querido Armand,

Estoy harta de todo este maldito asunto. Le escribí a Olin Taverner, y recibí una respuesta en un tono altanero intolerable, tal como uno esperaría de quien se cree la única mente biempensante del planeta. Walker Bushnell se limita a proteger América de gente como tú y yo, así que en lugar de acusar al diputado Bushnell y al resto de su oligofrénica caterva debería hablar «con los de mi propia sangre» para descubrir cómo se hizo Taverner con la fotografía, etc., etc. Si quieres tratar este asunto con Calvin o denunciarlo públicamente, no intentaré disuadirte, pero el día 18 me voy a África, donde intentaré pasarlo bien y reencontrarme conmigo misma, tal como lo hace mi madre. Que América lidie con esto, a mí ya no me importa. Ya puedo sentir sobre mi cabeza el manto de la libertad.

Su firma fluía a partir de la K, tan indescifrable como la que había visto en la Colección Harsh.

Le di mil vueltas a los documentos, como si así fueran a revelar algo más. Cuando Marcus Whitby encontró estas cartas, se las llevó a Taverner. Hasta Sherlock Holmes aceptaría algo así. O quizá no. Pero algo había llevado a Whitby hasta Taverner, y qué más podía ser aparte de las cartas: Whitby interesándose por la foto que Taverner había enviado a la Universidad de Chicago tantos años atrás.

Deseé que la libreta de Whitby hubiese sobrevivido a la inmersión, o haber sabido que debía mantenerla húmeda hasta mandarla al laboratorio. Marc había tomado notas durante su encuentro con Taverner, según dijo su asistente; el amasijo que Kathryn Chang había sellado con plástico era todo lo que quedaba de esas notas. Kathryn había logrado separar algunos fragmentos de páginas, pero apenas sobrevivían unas pocas palabras aisladas: informe, desgracia, y, cansada, ahora, el, muerto, sesenta.

Volví a mirar la carta de Kathryn Chang. No había leído el último párrafo, en el que explicaba que la Palm de Whitby también estaba dentro de la agenda. Decía que podía enviarla a la división de electrónica para ver si se podía recuperar la información, «pero seguramente será muy caro, por lo que no lo haré hasta que me autorice».

Como su factura por la restauración del papel era de ciento dieciocho dólares, temía descubrir cuál sería su idea de «muy caro». Apunté los ciento dieciocho dólares en la lista de gastos del caso Whitby. La columna de débito crecía alegremente y no tenía ni idea de cuánto iba a poder pagarme Harriet; no había autorizado gastos extra como el del laboratorio, por ejemplo. Miré mi archivo abierto para Darraugh, pero no podía pasarle a él ese gasto. Llamé a Kathryn Chang y le dije que esperara para lo de la agenda electrónica.

El material que había salvado contenía mucha información, pero sentía que necesitaba alguna clave o pista para encontrarle sentido. No había conseguido mucho de los papeles de Ballantine en la Colección Harsh, pero tal vez los de Pelletier fueran más reveladores, si es que estaban disponibles.

Llamé a Amy Blount y le describí los documentos que Kathryn Chang había descubierto.

– Pelletier estuvo más relacionado con Ballantine de lo que creía; tal vez haya más información en sus documentos. ¿Sabes si están disponibles para el público?

La idea de que Marc había encontrado documentos ocultos alteró la voz de Amy. Estaba ansiosa por ver esas cartas; localizaría de inmediato los papeles de Pelletier.

Mientras esperaba que me volviera a llamar, seguí releyendo las cartas. Taverner le había dicho a Ballantine que hablara con los de «su propia sangre». La frase, con todas sus implicaciones de raza y herencia, me molestó, pero también me hizo preguntarme qué querría decir. Podría haber sido Augustus Llewellyn, que también estaba involucrado en esta historia. Por otra parte, alguien desconocido para mí pudo haber acusado a Ballantine. Ella estaba relacionada con el Proyecto de Teatro Negro, conocía a todos los escritores negros más importantes de mediados del siglo XX; Taverner podía estar refiriéndose a Shirley Graham o Richard Wright, o a alguna otra persona. Resultaba ridículo imaginar a cualquiera de ellos denunciando a Kylie al Comité de Actividades Antiamericanas, pero tampoco podía imaginar a Augustus Llewellyn haciéndolo.