– Eso definitivamente va a bombear el ego de Spence. Jugando con el gran Dallas Beaudine -. Meg detecto un rastro de petulancia en el tono de Kenny, y al parecer Ted también.
– Deja de actuar como una chica. Tú eres casi tan famoso como papá -. La sonrisa de Ted desapareció y sus manos cayeron sobre sus rodillas flexionadas. -Si no sacamos esto adelante, el pueblo va a sufrir de más formas de en las que quiero pensar.
– Es hora de dejar que la gente sepa exactamente cómo de seria es la situación.
– Ya lo hacen. Pero por ahora, no quiero que nadie lo diga en voz alta.
Otro silencio siguió mientras los hombres se terminaban las cervezas. Finalmente Kenny se puso de pie para irse. -Esto no es culpa tuya, Ted. Las cosas ya estaban mal antes de fueras elegido alcalde.
– Ya lo sé.
– No haces milagros. Todo lo que puedes hacer es hacer tu mayor esfuerzo.
– Has estado casado con Lady Emma demasiado tiempo -, se quejó Ted. -Suenas igual que ella. Lo siguiente, será que me invites a unirme a tu maldito club de libros.
Los hombres siguieron así, picándose uno al otro mientras se dirigían afuera. Sus voces se desvanecían. El motor de un coche rugió a la vida. Meg se puso de nuevo sobre sus talones y se permitió respirar. Y luego se dio cuenta que las luces seguían encendidas.
La puerta se volvió a abrir y un único par de pisada sonaba en el suelo de pino. Ella miró hacia abajo. Ted estaba en el medio de la habitación, con los pulgares metidos en los bolsillos traseros de sus vaqueros. Él miraba hacia el lugar donde había estado el altar, pero esta vez sus hombros estaban hundidos ligeramente, ofreciéndoles una rara visión del hombre sin la coraza existente bajo la pose de exterior.
El momento pasó rápidamente. Él se movió hacia la puerta que daba a la cocina. Su estómago se apretó de miedo. Un momento después, ella oyó maldecir en voz alta y de forma enfadada.
Ella agachó la cabeza y se tapó la cara son las manos. El ruido furioso de pisadas se hizo eco a través de la iglesia. Quizá si ella se estaba muy quieta…
– ¡Meg!
CAPÍTULO 07
Meg corrió hacia el futón. -Estoy intentando dormir aquí -, gritó, preparándose para la batalla. -¿Te importa?
Los pasos de Ted sonaban mientras iba hacia el desván, el suelo temblaba bajo sus pies. -¿Qué demonios te piensas que estás haciendo?
Ella se sentó a la esquina del futón e intentó parecer como si acabara de despertarse. -Obviamente, no estoy durmiendo. De todas formas, ¿qué te pasa? Irrumpiendo aquí en medio de la noche… Y no deberías maldecir en una iglesia.
– ¿Cuánto tiempo has estado aquí?
Ella se estiró y bostezó, intentando darle credibilidad a sus actos. Habría sido más fácil si llevara puesto algo más impactante que unas bragas de calaveras de piratas y una camiseta con un estampado alegre de una empresa, que un huésped se había dejado. -¿Tienes que gritar tan fuerte? -dijo.
– Estás molestando a los vecinos. Y están muertos.
– ¿Desde cuándo?
– No estoy segura. Algunas de esas lápidas van desde cualquier fecha en la década de 1840.
– Estoy hablando de ti.
– Oh. He estado aquí durante un tiempo. ¿Dónde pensabas que me quedaba?
– No pienso en ti para nada. ¿Y sabes por qué? Porque me importa un bledo. Te quiero fuera de aquí.
– Te creo, pero es la iglesia de Lucy, y me dijo que podía quedarme aquí tanto como quisiese.
Al menos lo habría hecho si Meg se lo hubiera pedido.
– Incorrecto. Ésta es mi iglesia, y te vas a ir mañana a primera hora y no vas a volver.
– Espera. Tú le diste esta iglesia a Lucy.
– Un regalo de bodas. No boda. No regalo.
– No creo que se sostenga ante un juez.
– ¡No había un contrato legal!
– O eres una persona que mantiene su palabra o no. Francamente, estoy empezando a pensar que no.
Sus cejas se fruncieron. -Es mi iglesia y tú la estás invadiendo.
– Tú lo ves a tu manera. Yo a la mía. Esto es América. Tenemos derecho a nuestras propias opiniones.
– Incorrecto. Esto es Texas. Y mi opinión es lo único que cuenta.
Eso era más cierto de lo que ella quería reconocer. -Lucy quiere que me quede aquí, así que me quedo -. Seguro que ella quería que Meg se quedara allí si lo supiera.
Él puso la mano en la barandilla del coro. -Al principio torturarte era divertido, pero el juego se ha vuelto aburrido -. Metió su mano en el bolsillo y sacó un clip de dinero. -Te quiero fuera del pueblo mañana. Esto te va a ayudar a irte.
Sacó los billetes, volvió a meter el clic vacío en su bolsillo y agitó el dinero con sus dedos para que ella pudiera contarlo. Cinco billetes de cien dólares. Ella tragó saliva. -No deberías llevar tanto dinero encima.
– Normalmente no lo hago, pero un propietario local se pasó por el ayuntamiento después que el banco cerrara y saldó una deuda de impuestos antigua. ¿No te alegraría que dejara caer todo este dinero por aquí? -Él arrojó los billetes en el futón. -Cuando vuelvas a congraciarte con papi, extiéndeme un cheque -. Se giró hacia las escaleras.
No lo podía permitir tener la última palabra. -Fue una escena interesante la que vi el sábado en el hotel. ¿Estuviste engañando a Lucy durante todo el compromiso o sólo durante parte de él?
Él se giró y dejó que sus ojos se deslizaran sobre ella, fijándose deliberadamente en el feliz logo impreso de la empresa de sus pechos. -Siempre he engañado a Lucy. Pero no te preocupes. Nunca sospechó nada.
Él desapareció por las escaleras. Unos momentos después, la iglesia volvió a la oscuridad y la puerta principal se cerró detrás de él.
A la mañana siguiente condujo con cara de sueño a su trabajo, el dinero le quemaba como un agujero radioactivo en su bolsillo de sus asquerosas nuevas bermudas color caqui. Con los quinientos dólares de Ted podría haber vuelto por fin a L.A., donde podría haberse refugiado en un motel barato mientras conseguía un trabajo. Una vez que sus padres vieran que era capaz de trabajar duro en algo, seguramente le ayudarían a conseguir un verdadero nuevo comienzo.
Pero no. En lugar de hacer una carrera hasta los límites de la ciudad con el dinero de Ted, estaba dirigiéndose a un trabajo sin futuro como chica del carrito de bebidas en un club de campo.
Al menos el uniforme no era tan malo como su vestido de poliéster de doncella, aunque estaba muy cerca. Al final de la entrevista, el subdirector le había entregado un pijo polo amarillo que llevaba el logo del club de campo en verde caza. Se había visto obligada a usar sus preciosas monedas de propina para comprarse unos shorts caqui reglamentarios al igual que un par de baratas zapatillas blancas y algunos odiosos calcetines de deporte que no podía ni mirar.
Mientras giraba hacia la puerta de entrada del club, estaba furiosa consigo misma por ser demasiado terca para agarrar el dinero de Ted y salir corriendo. Si el dinero hubiera venido de cualquier otra persona, podría haberlo hecho, pero no podía soportar aceptar un centavo de él. Su decisión era una total idiotez, porque sabía que él iba a hacer todo lo que pudiera para que la despidieran tan pronto como descubriera que estaba trabajando en el club. Ya no podía seguir fingiendo, ni siquiera ante ella misma, que sabía lo que estaba haciendo.
El aparcamiento de empleados estaba más vacío de lo que se hubiera esperado a las ocho en punto. Mientras se dirigía al club por la puerta de servicio, se recordó a sí misma que tenía que mantenerse alejada de Ted y sus amigotes. Fue hasta la oficina del subdirector, pero estaba cerrada y la planta principal del club desierta. Volvió fuera. Unos cuantos golfistas estaban en el campo, pero el único empleado a la vista era uno que estaba regando las rosas. Cuando le preguntó dónde estaba todo el mundo le respondió, en castellano, algo sobre que la gente estaba enferma. Él le señaló hacia una puerta en el piso inferior del club.