Выбрать главу

– La gente de San Antonio está tan sorprendida como nosotros -, dijo Ted. -Pensaban que lo tenían hecho.

– Una lástima para ellos -. Torie saludó a alguien al otro lado del bar. -Nosotros lo necesitamos más que ellos.

Cuando llegó la hora de irse, Dallie insistió en ir a dejar a Spence al hotel así que Meg terminó a solas con Ted en su Benz. Esperó hasta que llegaron a la carretera para romper el silencio. -No estás teniendo una aventura con la hermana de Kenny.

– Mejor dile eso a ella.

– Y nunca engañaste a Luce.

– Lo que tú digas.

– Y… -ella estudió como sus manos sujetaban fácilmente el volante y se preguntó si alguna vez había algo difícil para esta criatura encantada. -… si quieres que continúe colaborando con Spence, lo que estoy segura que quieres, necesitamos llegar a un acuerdo.

– ¿Quién dice que yo necesito tu ayuda?

– Oh, la necesitas, seguro -. Ella deslizo sus dedos por su pelo. -Es fascinante lo impresionado que está Spence con mi padre, y conmigo por extensión, ¿verdad? Insultante para mi madre, por supuesto, considerando lo poderosa que es en la industria, por no mencionar que es una de las mujeres más guapas del mundo. Sin embargo, Spence mencionó que tenía su póster en la pared de su habitación y definitivamente se siente atraído por mí por cualquier motivo retorcido. Eso significa que he pasado de pasivo a activo y tú, amigo mío, necesitas trabajar un poco más en complacerme, empezando con esas rácanas propinas. Spence le dio hoy a Mark unos cien dólares.

– Mark no le costó a Spence tres hoyos y no sé cuántos tiros malos. Pero está bien. Mañana te daré una propina de cien dólares. Menos cincuenta dólares por cada hoyo que me cuestes.

– Menos diez dólares por cada hoyo que te cueste y es un trato. Por cierto, no soy una gran amante de los diamantes y las rosas, pero no despreciaría una cuenta sin límite en el supermercado.

Él la miró con una de sus miradas de santo. -Pensaba que eras demasiado orgullosa para coger mi dinero.

– Cogerlo, sí. ¿Ganarlo? Definitivamente no.

– Spence no ha llegado a donde está por ser un estúpido. Dudo que se trague esa disparatada historia de tu no correspondida pasión por mí.

– Será mejor que se la trague porque no permitiré que ese hombre me manoseé otra vez, ni por todos los resorts de golf del mundo, y tu irresistibilidad es mi excusa.

Él levantó una ceja y giró hacia el camino oscuro y estrecho que llevaba a su casa temporal. -Tal vez deberías reconsiderarlo. Es un tipo bien parecido y es rico. Francamente, él podía ser la respuesta a tus oraciones.

– Si fuera a poner un precio a mis partes femeninas, encontraría un comprador más apetecible.

A Ted le gustó eso y todavía estaba sonriendo cuando llegaron a la iglesia. Ella abrió la puerta del pasajero para salir. Él paso el brazo sobre el respaldo del asiento de ella y la miró de una forma que no pudo comprender. -¿Asumo que estoy invitado -, dijo él -, considerando la intensidad de tus sentimientos por mí?

Él le dirigió su sonrisa más radiante, aquellos ojos ámbar desprendiendo su elixir personal para llamar la atención; comprendiéndola perfectamente, de profunda apreciación y perdonándola por todos sus pecados.

Él estaba jugando con ella.

Ella dejó escapar un trágico suspiro. -Necesito igualar tu extraordinaria perfección antes de comenzar a pensar en mostrarte mi lado lujurioso.

– ¿Cómo de lujurioso?

– Fuera de los límites -. Salió del coche. -Buenas noches, Theodore. Dulces sueños.

Subió las escalares hacia la puerta de la iglesia con la luz de los faros de su coche iluminando el camino. Cuando llegó a la puerta, metió la llave en la cerradura y entró. La iglesia la envolvía. Oscura, vacía y solitaria.

El siguiente día lo pasó en el carrito de bebidas sin conseguir que la despidieran, algo que consideraba un logro ya que no había sido capaz de resistirse a recordarles a unos cuantos golfistas que tiraran sus malditas latas al contenedor de reciclaje en lugar de al cubo de basura. Bruce Garvin, el padre de la amiga de Birdie, Kayla, fue particularmente hostil y Meg sospechaba que tenía que agradecerle al interés de Spencer Skipjack en ella por continuar con trabajo. También estaba agradecida que no se hubiera extendido la noticia de su falsa declaración de amor por Ted. Aparentemente los testigos de la noche anterior habían decidido guardar silencio, un milagro en un pueblo pequeño.

Saludó a la hija de Birdie, Haley, cuando entró en la tienda de bocadillos para coger hielo y reponer las bebidas del carrito. O Haley había achicado las costuras de su polo de empleado o se lo había intercambiado con alguien más pequeño, porque el contorno de sus pechos se marcaba completamente. -El señor Collins está jugando hoy -, dijo ella, -y es un fan del Gatorade, así que asegúrate de tener suficiente.

– Gracias por el dato -. Meg apuntó hacia el mostrador de los dulces. -¿Te importa si cojo algunos de estos? Los pondré encima del hielo y veré si se venden.

– Buena idea. Y si ves a Ted, ¿le dirías que necesito hablar con él?

Meg esperaba sinceramente no encontrarse con él.

– Ha apagado su móvil -, dijo Haley, -y se supone que tengo que hacerle la compra hoy.

– ¿Le haces la compra?

– Le hago recados. Paquetes de correos. Le hago cosas para las que no tiene tiempo -. Cogió algunos perritos calientes de la máquina. -Creo que te dije que soy su asistente personal.

– Tienes razón. Lo hiciste -. Meg ocultó su diversión. Ella había crecido rodeada de asistentes personales, y hacían mucho más que recados.

Cuando llegó a casa esa noche, abrió las ventanas, contenta de no tener la necesidad de mantenerse oculta, luego se dio un rápido chapuzón en el arroyo. Después se sentó con las piernas cruzadas en el suelo y examinó las joyas de bisutería no reclamadas, que había pedido permiso para coger de la caja de objetos perdidos del club. Le gustaba trabajar con joyas y el comienzo de una idea había estado hurgando en su cabeza desde hacía unos días. Sacó un par de antiguos alicates de boca plana que había encontrado en un cajón de la cocina y comenzó a desmontar una pulsera barata.

Un coche se detuvo fuera y, unos minutos después, Ted deambulaba por allí con una vestimenta casual de pantalones azul marino y una camisa de sport gris que le sentaba maravillosamente.

– ¿Has oído hablar de llamar a la puerta? -dijo ella.

– ¿Has oído hablar de allanamiento?

El cuello abierto de su camisa revelaba la base de su garganta bronceada. Fijó la vista en ello durante un momento demasiado largo, luego dio un golpe a un eslabón unido al broche de la pulsera. -Recibí un mensaje de Lucy hoy.

– No me importa -. Se adentro más en la habitación, llevando con él el nauseabundo olor de la bondad sin adulterar.

– Todavía no me ha dicho qué está haciendo o dónde está -. Los alicates se cayeron. Ella hizo una mueca mientras se apretaba el dedo. -Todo lo que dijo es que ningún terrorista la ha capturado y que no debería preocuparme.

– Te lo repito. No me importa.

Ella se chupó el dedo. -Sí, te importa, aunque no de la forma que a la mayoría de novios abandonados lo haría. Tu orgullo está herido, pero tu corazón ni siquiera parece magullado, mucho menos roto.

– No sabes nada sobre mi corazón.

No permitiría que la necesidad de ser desagradable desapareciera y, como una vez más sus ojos se fijaron en ese odioso cuello de la camisa abierta, recordó una de las golosinas que había elegido de donde Haley. -¿No crees que es un poco embarazoso para un hombre de tu edad vivir todavía con tus padres?

– No vivo con mis padres.

– Lo suficientemente cerca. Tienes una casa en la misma propiedad.

– Es una gran propiedad y les gusta tenerme cerca.